Ibsen Martínez: Cuba por cuenta propia

Raúl Castro, mandatario cubano que ahora preside la comunidad económica de países latinoamericanos y del Caribe, conduce en su país un plan de reformas teóricamente  encaminado a superar el atraso a que cincuenta y cuatro años de comunismo subsidiado, primero por la desaparecida URSS, y ahora por la Venezuela bolivariana, han condenado a la nación caribeña.

El anuncio de esas medidas, echadas a andar oficialmente hace más de año y medio, generó mucha expectativa en una población exhausta y exasperada por privaciones de todo orden.    Se recordará que las medidas fueron adoptadas luego de un discurso en el que Raúl Castro admitía que el sistema económico adoptado por la Cuba que, en la segunda mitad del siglo XX, se declaró patria de un “hombre nuevo”, se hallaba al borde del abismo.  “Reformarse o morir” era la consigna autocrítica  de un sistema que el mismísimo Máximo Líder y hermano mayor, Fidel, había declarado inviable.

Una de las directivas más trajinadas como “liberalizadoras” por la propaganda del régimen de La Habana y por la prensa mundial es la que permite la iniciativa privada individual, en algunas áreas que, con lógica estatista, el gobierno no considera “estratégicas”.  También , aunque menos creíble, la de que, aún dentro de muy cuadriculados límites,  se otorgarían créditos a la microempresa. Créditos venezolanos, me imagino.





Dicho de otro modo, el régimen cubano, siempre atento a no permitir  fisuras en su concepción de un Estado totalitario, planificador y omnipresente, consentiría al fin que un vecino de Centro Habana o de Luyanó, colgase un cartelito a la puerta del solar ofreciéndose como barbero. Otra medida legalizó la compraventa entre ciudadanos de ciertos bienes muebles, tales como podría serlo un automóvil de modelo sexagenario.

Para ser justos, la lista de rubros en los que un particular puede hoy en Cuba, legítimamente y sin violar ley alguna, dedicar su esfuerzo individual a generar riqueza personal, es bastante larga.  Lástima grande que un sinfín de calamidades deja sin efecto la intención de las medidas. Los tropiezos comienzan con la trabajosa interpretación de las ordenazas, algo que sujeta al particular a la incertidumbre, a la duda sobre los límites; en fin, al miedo de cometer un error y exponerse a la justicia revolucionaria.   Añádese a ello la escasez de insumos y, por supuesto,  la falta de acceso al capital semilla que toda microempresa del mundo agradece.

Con todo, observadores independientes ( tanto  como pueden serlo los observatorios de la gran banca internacional de inversión)  asienten a las cifras aportadas por el gobierno cubano: en menos de dos años, se han registrado en toda la isla casi medio millón de microempresas privadas, dedicadas a todos los rubros que, todavía en teoría y muy  restringidamente, les son permitidos a los cubanos. Es algo que habla, o más bien grita, elocuentemente de la humana inclinación a generar riqueza, a prosperar; en fin , al lucro personal que más de medio siglo de revolución no han logrado “reeducar” en los cubanos . Hay que decirlo todo: registrarse, empadronarse es todo lo que ha podido hacer una significativa mayoría de estos emprendedores que el habla popular designa en Cuba como “ los cuentapropias”.

La semana pasada participé como observador en un coloquio sobre las perspectivas de las reformas cubanas, realizado en Ciudad de México bajo el auspicio de una prestigiosa y muy seria fundación europea. Los panelistas eran economistas y actores sociales dentro y fuera de la isla. El dialogo se realizó, en vivo y en tiempo real, gracias a las nuevas tecnologías, la Sección de Intereses de Estados Unidos  en La Habana y a la calculada tolerancia de las autoridades cubanas.

En el panel sobre las “reformas de  Raúl” se hallaba, por ejemplo, el controvertido empresario de Miami, Carlos Saladrigas, otrora activista del ala dura  del exilio y hoy día uno de los más inquietantes apologistas de las reformas. Y, desde el interior de la isla, participaría Oscar Espinosa Chepe, un destacado economista cubano, encarcelado junto con otros 75 disidentes con una pena de veinte años, durante la llamada “Primavera Negra” de 2003.  La paradoja de que el de Miami fuese el entusiasta y el disidente – ahora en libertad, pero con precaria salud y siempre muy vigilado— fuese el escéptico, no dejó de llamarme la atención.

El tema es frondoso y sumamente debatible porque la experiencia de los últimos dieciocho meses demuestra que, con el visto bueno de Raúl o sin él, la sociedad civil cubana se mueve lenta pero decididamente hacia una transición. Por ello merece más espacio, por eso consigno, para terminar, una anécdota del encuentro.

La disidente economista cubana Karina Gálvez Chiu, cofundadora del desaparecido blog  “Vitral” y miembra del consejo de redacción de la revista www.convivenciacuba.es, estaba inscrita en el programa. Hablaría desde su Pinar del Río natal.

Hubo interrupciones en la señal de audio y por eso Karina tardó en dar respuesta a la pregunta sobre qué le parecen las reformas de Raúl.  Yo había leído ya varias de las piezas de Karin y mi interés en escucharla de viva voz no podía ser mayor.

Palabra más , palabra menos, Karina comenzó diciendo: “Ninguna reforma de este tipo puede avanzar sin reglas claras sobre la propiedad privada”.

En ese preciso momento, las fallas técnicas se impusieron al diálogo y muy a la usanza del estado totalitario cuando se escucha la expresión “propiedad privada”, se interrumpió para siempre la comunicación.

 

Ibsen Martínez está en @ibsenM

 

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