Gonzalo Himiob Santomé: Entendiendo la inseguridad

Gonzalo Himiob Santomé: Entendiendo la inseguridad

No son las gorras ni los salticos de un lado a otro de los artistas o diputados, los problemas más importantes que sufrimos los venezolanos. Nuestro problema más grave es la inseguridad, que no distingue raza, credo político, ni nivel socioeconómico. Hago el llamado porque es lamentable e imperdonable, y me disculpan el “francés”, que el gobierno y en menor medida pero también la oposición, perdamos el tiempo en pendejadas, cuando en nuestro país las cifras de la inseguridad están como están.

La inseguridad es un fenómeno muy complejo y depende de muchas variables, que van desde lo macrosocial hasta lo individual. No en balde desde el positivismo hasta las más modernas escuelas criminológicas, pasando por el análisis crítico, la visión clínica, las teorías del “paso al acto” y pare usted de contar, han tratado de buscarle explicación al delito, aportando cada una de las visiones, aunque sin terminar de dar respuesta definitiva, una nueva luz que hoy por hoy nos permite comprender ciertas cosas.

En primer término hemos de entender que la criminalidad está íntimamente ligada al desarrollo económico y cultural colectivo. Es lógico, en una sociedad en la que el desempleo campea, en la que los que se educan son “nerds” o “cerebritos” sin mayores méritos, y en la que las oportunidades decentes para subsistir son escasas o nulas, es de Perogrullo pensar que en su afán de supervivencia habrá un importante número de personas que optarán por las vías informales para ganarse la vida, de las cuales el delito es por supuesto la más negativa, pero no la única expresión. Dicho en otras palabras, si las personas no pueden ganarse la vida, subsistir o mantener a sus hijos y a sus familias de una manera formal y honesta, es sencilla la tentación hacia las vías menos decentes y hasta hacia las más violentas, todo para sobrevivir.





Por otro lado, y en esto lleva Chávez algo de razón cuando se ha dignado a hablar del tema, la sociedad consumista y globalizada en la que vivimos tiende a identificar la realización personal con la posesión de bienes materiales, por lo que es fácil comprender, que no aceptar, las razones por las que un jovenzuelo sin recursos y sin sólidos referentes familiares, es capaz de matar a otro por un par de zapatos o por un celular, sin los cuales y de acuerdo a los mensajes distorsionados con los que nos bombardean todos los medios a diario, él “no es nadie” o es “menos que los demás”.

Desde esta perspectiva macrosocial, tampoco nos ha ayudado mucho el que desde hace tiempo nuestros referentes del poder, nuestros líderes, los que de alguna manera sirven de modelo de conducta a la ciudadanía en general, no hayan sido los más luminosos. Cualquier líder debe asumir que además de mandar, sirve de ejemplo en la determinación de la línea entre lo positivo y lo negativo. Chávez es y ha sido un continuo adalid de la violencia, del resentimiento y de la ira, como medios para resolver los conflictos sociales y políticos, lo cual por supuesto cala y se transmite al resto de la sociedad, al punto de que muchos asumen que ese, el de la violencia contra los demás, es un modo válido de vida.

Más no es este gobierno el único que atesora estos dudosos méritos, ya antes de Chávez teníamos presidentes borrachos, otros corruptos y algunos hasta notoriamente adúlteros, que de alguna manera también transmitían sus antivalores a la sociedad. Si ellos que son, les guste o no, referentes de valores, vivían o viven así, parte del colectivo tiende a actuar de la misma manera, o al menos a tolerar tales conductas, reproduciendo las personas en la esfera íntima lo que se ve y se percibe de las relaciones del poder con la ciudadanía.

Otro factor importantísimo en el recrudecimiento de la inseguridad personal de los últimos años, tiene que ver directamente con la impunidad. Recordando a Beccaria, que ya escribía de estos temas allá por 1764, hemos de decir que los humanos le tememos más al mal cierto, por menor que sea, que al incierto por grave que parezca. La justicia no se satisface tanto entonces en su severidad, sino en su certeza. Si estamos conscientes de que cualquier desliz será efectiva e inexorablemente castigado, tenderemos menos a equivocarnos o a delinquir, que si tenemos por cierto que por graves que sean nuestros actos el castigo que nos espera, por severo que se proponga, será inexistente.

En nuestro país, según las cifras recientes reveladas por la Fiscalía, hecho su contraste con las del CICPC y las de los tribunales, el índice de impunidad general (para todos los delitos que se denuncian o que llegan a conocimiento de la autoridad), es de aproximadamente el 97%, sin hablar en particular del delito de homicidio, en el que este índice se eleva a más del 98%. Es decir, en general de cada 100 delitos que se cometen sólo se castigan 3, mientras que de cada 100 homicidios que se cometen sólo se castigan 2.

Lo más grave de esto es el mensaje, que tal impunidad le transmite a los delincuentes. Si existe un 98% de posibilidades de que mi asesinato quede impune, si el riesgo de que me condenen por cualquier otro delito que cometa no es mayor al 3% ¿No es buen negocio ser delincuente? Ahí les dejo eso.

A este explosivo cóctel hay que sumarle que no todos los delitos son conocidos por las autoridades, y que en algunas materias, como las del secuestro o las de la criminalidad sexual, la cifra negra u oculta de la criminalidad, la que no llega a conocimiento oficial, es abrumadora, tal y como lo revelan las encuestas de victimización.

La razón de esto último es muy sencilla: La gente en algunos casos y para ciertas situaciones, no cree en la autoridad y prefiere resolver sus problemas al margen de esta. Es más, sin hablar de los secuestros, de los delitos sexuales o de otros delitos de elevada gravedad, hasta en la mayoría de los casos de robos y hurtos menores, las personas ni siquiera se toman la molestia de denunciar, pues saben que la posibilidad de respuesta oficial es casi nula y que más costoso, en tiempo, riesgos y esfuerzos, les resulta dejar las cosas así que denunciar el delito sufrido. El sistema penal en todas sus instituciones está completamente deslegitimado, de eso que no nos quepa la menor duda.

Por último, aunque el tema da para muchas cuartillas más, no podemos desconocer el impacto que en la criminalidad, a nivel individual, tiene la profunda crisis familiar, de valores y moral que padecemos. No creo que exista, como lo creía Lombroso, un “criminal nato”, pero sí pienso que de una familia violenta y mal estructurada es muy fácil recoger frutos podridos, que desde pequeños hayan vivido y hecho suyos el abuso y la violencia, como maneras de vincularse con nuestros semejantes.

Este es un toro que hay que tomar por los cuernos desde ya. Este sí es “el tema”. La inseguridad, como lo expresé al comienzo, no discrimina, por lo que se impone un gran diálogo nacional sin sesgos para encaminar a nuestra nación hacia la paz.