El cisma de los tres Papas

Mientras se debate sobre una supuesta bicefalía entre Benedicto XVI como papa emérito y el nuevo pontífice que salga elegido del cónclave, la realidad es que la Iglesia Católica llegó a tener tres papas simultáneamente.

La historia sólo reconoce oficialmente a uno. El resto son los llamados antipapas, un nombre con el que se designa a aquellos que se arrogan el título de romano pontífice sin tener derecho.

(foto AP)

Gregorio XII fue el último papa en renunciar al pontificado antes de Benedicto XVI. Lo hizo hace casi 600 años para evitar un cisma que por razones geopolíticas amenazaba la unidad del catolicismo. Muchos han querido establecer paralelismos con la salida de Benedicto XVI por la cantidad de problemas que enfrenta la Iglesia desde que se conocieran escándalos como los de abusos sexuales a menores y las filtraciones de documentos confidenciales del caso Vatileaks.





“Fue uno de los conflictos más complicados de la historia de la Iglesia”, dijo Fermín Labarga, profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra en España. “Pero la renuncia de Gregorio XII no es similar a la Benedicto XVI, porque estaba condicionada a un acuerdo previo”.

“Se supone que ahora no habrá problema entre los dos papas, porque si no, Benedicto XVI no hubiera asumido ese título de papa emérito”, agregó.

El llamado Cisma de Occidente comenzó en 1378 y se resolvió con la salida de Gregorio XII en 1415. La influencia de los reyes de Francia había trasladado el Vaticano a la localidad de Aviñón durante buena parte del siglo XIV, mientras Roma clamaba por el regreso del pontífice.

Más que una cuestión de fe, las razones de aquella pugna eran políticas.

En el cónclave de 1378, 16 cardenales, de los cuales 10 eran franceses, eligieron al italiano Urbano VI como pontífice. Decidió establecerse en Roma e iniciar una profunda reforma de la Iglesia.

Aunque le habían apoyado inicialmente, la decisión no gustó a un grupo de 12 cardenales franceses, que por su cuenta invalidó aquella elección y proclamó como papa a Roberto de Ginebra —Clemente VII_, quien se instaló en Aviñón.

La ruptura obligó a Europa a posicionarse. Mientras Inglaterra apoyaba al pontífice romano, Francia defendía lo suyo y reinos como Castilla trataban de mantenerse neutrales.

“Había dos obediencias: una al papa que vive en Roma y otra al papa que vive en Aviñón”, explicó Labarga. “Hay que pensar que en el siglo XV la información no funcionaba al minuto como ahora. Los que vivían en los reinos prometían fidelidad y obediencia al que había reconocido su reino”.

“Era una situación de estrategia política. Los propios candidatos a pontífice ofrecían beneficios a aquellos estados que les apoyasen”, añadió.

Los años y los papas se sucedieron. En Francia, fue elegido pontífice el español Benedicto XIII, conocido popularmente como papa luna. En Roma, fue proclamado Gregorio XII.

“Antes de ser elegido, Gregorio XII se comprometió a renunciar si era necesario para resolver el conflicto de la doble obediencia. Y eso fue lo que hizo”, comentó.

Pero el cisma todavía tenía reservado un último giro.

En 1409, 24 cardenales convocaron un concilio en Pisa, Italia, con la intención de poner fin al diferendo. Pero lo que hicieron fue empeorarlo. Depusieron a los dos papas existentes y nombraron otro pontífice.

“El concilio de Pisa complicó todavía más las cosas. En ese momento había tres personas que se consideraban pontífices de la Iglesia Católica”, comentó.

El tercer papa en discordia convocó otro concilio en Constanza, que rápidamente fue apoyado por Gregorio XII a cambio de su renuncia, que se formalizó en 1415. Dos años después, fue elegido Martín V como legítimo sucesor de la silla de Pedro.

Sin apoyos, el papa de Aviñón se refugió y murió en España, mientras la Iglesia lograba resolver un conflicto que había durado 40 años.

Gregorio XII nunca mantuvo el título de papa emérito.

Según Labarga, el único caso similar al de Benedicto XVI se remonta al papa Celestino V en 1294. Hasta entonces, las renuncias papales eran más bien deposiciones por presiones políticas. Pero Celestino V, con 85 años, sentó el primer precedente de una renuncia al pontificado por falta de fuerzas.

“Si hace un mes hubiéramos preguntado a cualquier católico del mundo, habría dicho que un papa no puede renunciar”, comentó Labarga. “A partir de ahora, con las nuevas condiciones de vida, no será extraño que otros pontífices se acojan a esta posibilidad”. AP