Angélica Alvaray: Fin de una era

¿Usted por aquí, cardenal? ¿Ustedes dos no son enemigos?’.
‘No, no somos enemigos.
Somos las dos orillas de un mismo río, la una frente a la otra. Lo que nos
une, ese río que pasa por la mitad de nosotros, es el Evangelio’

Ratzinger, antes de que fuera el papa Benedicto XVI

A raíz de la muerte del presidente he estado con una sensación de irrealidad, como si este escenario, tan posible, tan lógico, no iba a ocurrir nunca. Prendo la televisión y la pantalla muestra las largas colas para verlo en su féretro, vestido de militar, preparado para la eternidad. La gente pasa y lo llora, lo acaricia con la mirada, se da golpes en el pecho, se seca las lágrimas, le grita alguna consigna o sencillamente se contornea en un rictus de dolor. Siento tristeza por la gente que lo quiere, lo lloran como si fuera un verdadero hijo, un padre, un hermano…





Por supuesto que deja un vacío, no en vano él mismo se encargó de ser el omnipresente, de minimizar a las instituciones para tener la última voz en las decisiones, de gobernar a través de las cámaras de televisión, en un Reality Show que lo acompañaba en sus viajes, en las reuniones de ministros, y sobre todo en las inauguraciones de las primeras piedras de industrias que luego no se construyeron, en las expropiaciones de edificios que ya eran del gobierno, pues lo importante es que saliera el líder mandando, ordenando a sus soldados como en una batalla.

Se murió el caudillo y ahora hay una pugna por el control del poder, saltan las costuras de las instituciones plegadas al mando oficial, tratan de tapar el hueco que dejó el líder, maquillan la Constitución para moldearla a los requerimientos de unos, en detrimento de la poca legalidad que nos queda. Se usa la emoción, el duelo para tapar los errores, las grandes fallas del gobierno.

En este ambiente, entre acusaciones de bando y bando, capeando discursos lleno de insultos y mentiras, vamos a celebrar unas elecciones presidenciales el 14 de abril. Estamos otra vez frente a una encrucijada y no puedo sino reflexionar sobre las grandes diferencias que las dos mitades de venezolanos tenemos en la percepción de los hechos, en la visión del mundo, en las expectativas sobre el futuro posible y en cómo podemos volver a tener chance de crecer como un solo país.

Uno de los cambios más difíciles es el cambio de liderazgo. Acostumbrados como estamos a un estilo personalista y arbitrario, debemos movernos hacia un liderazgo de equipos, con instituciones fuertes, con verdaderos espacios de discusión, de negociación sobre qué hacer, qué construir, qué queremos como país, donde se aprecie la diversidad como valor y no como traición a los ideales, donde se tenga como prioridad indispensable la reducción real de la pobreza. Ese cambio también tiene que ver con nosotros mismos, pues nos toca aprender a convivir con las diferencias y asumir nuestra responsabilidad en la creación de la sociedad que queremos.

En una entrevista publicada por El Tiempo, el profesor Guillermo Escobar nos cuenta que Ratzinger tenía graves diferencias con Juan Pablo II, pero ambos lograron no solo coexistir, sino hacer cosas juntos en beneficio de la iglesia, pues se visualizaban como las dos orillas de un mismo río, las dos alas de un mismo pájaro. En Venezuela, somos dos mitades de venezolanos que vivimos en el mismo país, que tenemos la misma historia, que queremos sentir que vamos progresando, que decimos que queremos la paz, pero nuestro liderazgo insiste en acentuar divisiones y no hemos logrado ni siquiera conversar civilizadamente unos con otros.

Estamos ante el fin de una era. La transición es difícil, dolorosa, llena de obstáculos. Pero también llena de oportunidades. Reconocer al otro con respeto es el primer paso para lograr avanzar hacia un futuro diferente.

14 de marzo de 2013

Enlace:
http://www.eltiempo.com/vida-de-hoy/religion/vidas-paralelas-de-los-dos-ultimos-papas_12605504-4