Santos sobre Venezuela: Nosotros esperamos que haya recuento

Santos sobre Venezuela: Nosotros esperamos que haya recuento

 

(Foto Archivo)

Juan Manuel Santos (Bogotá, 1951) lleva 33 meses en la presidencia de Colombia. Ha pasado el ecuador de su mandato, se acerca el momento en el que debería anunciar si se presenta a la reelección o no, y mantiene una negociación con las FARC, la guerrilla más antigua y potente de América Latina que puede hacerle pasar a la historia de Colombia como el hombre que logró la paz o suponer el fin de su carrera política. El texto que sigue es fruto de una conversación de media hora con el presidente en su residencia oficial, más dos charlas en su automóvil durante los viajes de ida y vuelta a un evento en el que su gobierno presentó los resultados de sus programas contra la pobreza, la otra gran bandera política de la presidencia de Santos.

Entrevista del diario el País de España

1. LA REGIÓN Y LA ESTABILIDAD DE VENEZUELA

La retirada de la política del expresidente brasileño Luiz Inácio Lula Da Silva y la reciente muerte del mandatario venezolano Hugo Chávez, distinta como era la apreciación que de ambos tenía la comunidad internacional, han convertido a Juan Manuel Santos, lo quiera él o no, lo reconozca o no, en un líder sin cuyo concurso no cabe imaginar arreglo alguno en la región, le digo para empezar la entrevista.

—Yo no me considero un líder de la región. Ni mucho menos. Sería muy pretencioso.

—¿Pero sí es consciente de la responsabilidad añadida?

—Entiendo que debo jugar un papel proactivo. Tengo muy buenas relaciones con todos los países; no importa su tendencia ideológica, inclusive con Venezuela, con Chávez y ahora con Maduro, tenemos grandes diferencias en materia de ideología, de forma de ver la vida, la vida económica, el modelo de desarrollo; pero respetando esas diferencias, tenemos una magníficas relaciones y creo que en la medida en que uno pueda contribuir como estamos haciendo en este momento a solucionar problemas y también a estimular políticas que a todos nos convengan, ahí estaremos. Todos esperamos que la situación en Venezuela se distensione y se normalice. Una Venezuela distensionada y normalizada le conviene a los venezolanos y a todos los países de la región y estamos haciendo todos los esfuerzos para que eso sea posible.

Más de 2.000 kilómetros de frontera y un historial de tensiones, bordeando la guerra en ocasiones, explican los desvelos con Venezuela del presidente, quien confesó hace un año su preocupación por que si algo le hubiera de suceder a Chávez, la estabilidad del vecino podría venirse al traste y la consiguiente anarquía devendría en desastre para el conjunto de la región. “Quién me hubiera dicho”, le confesó Santos al venezolano la última vez que le vio en Cuba, “que yo habría de rezar por su salud”. La situación ahora en Venezuela no hace más que deteriorarse, ayer mismo el líder de la oposición, Henrique Capriles, acusó al candidato del régimen, Nicolás Maduro, de haber robado la elección, todo indica que en cualquier momento se puede producir un estallido que ningún mandatario de la región desea.

La entrevista se realizó el jueves por la tarde de la semana pasada en la Casa de Nariño, la residencia oficial del presidente de la República. Santos estaba a punto de partir a una cumbre en Lima de UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) esa misma tarde en la que las tensiones postelectorales de Venezuela protagonizaron el encuentro. El presidente ha hecho gestiones, ha hablado con líderes de la región, se ha movilizado para asegurar un entendimiento que evite el estallido. ¿Es esa la razón del temprano reconocimiento por parte de Colombia del triunfo de Maduro, le pregunto, antes incluso de que el régimen aceptase una auditoría de los comicios por la sospecha generalizada de flagrantes violaciones en el proceso electoral?

—No. El reconocimiento fue producto de la manifestación oficial del Consejo Nacional Electoral, que dijo expresamente que por ley ellos anuncian el ganador cuando la tendencia es irreversible y han contabilizado un número suficiente de votos. Nosotros tomamos eso como base porque no podía ser de otra manera. Una democracia tiene unas reglas de juego que en la elección pasada fueron exactamente las mismas reglas y se acataron, se respetaron. ¿Por qué no va a ser lo mismo ahora a pesar de que la diferencia es menor? Las diferencias pequeñas se han visto en muchos países: México con Calderón, inclusive Bush con Al Gore. Cuando una autoridad respetada por las dos partes da un veredicto, la obligación de todo el mundo es aceptarlo.

—Estados Unidos ha anunciado que si no hay recuento no reconocerá a Maduro.

—No me parece que sea lo más constructivo. Nosotros esperamos que haya recuento y Maduro, en este momento, ha dicho que sí, que está dispuesto al recuento; hemos tratado de estimular que el recuento se pueda efectuar porque eso distensiona y normaliza la situación.

Aunque ambos hablamos de recuento, las autoridades venezolanas han dejado meridianamente claro que se trata más bien de una auditoría del proceso en sí, cuyo objetivo no consiste en la revisión de los resultados ni tampoco en recontar voto alguno. Pero en la reunión de UNASUR, efectivamente, se fraguó un consenso que permitió al régimen venezolano aceptar esa auditoría del proceso electoral tras las sólidas denuncias presentadas por la oposición de Henrique Capriles. No son pocos ni faltos de criterio o peso político los observadores que creen que perder por la mínima es el mejor resultado que ha podido tener éste. De haber ganado, sin duda la democracia se hubiese anotado un gran tanto, pero instalarle en el poder, y mantenerle en él, con todas las estructuras del chavismo intactas tras 14 años de autocracia sí hubiese podido llevar el caos y la inestabilidad a Venezuela y de rebote a toda la región. Con el resultado obtenido, Capriles se consolida como alternativa y Maduro, pese a su retórica, sabe que tiene la mitad del país en contra y una situación política y económica que se deteriora a toda velocidad. Es una paradoja, le digo a Santos.

—Es una apreciación respetable de quienes dicen eso. Sí, sin duda alguna a Capriles le fue mejor ahora de lo que le fue hace unos meses: el haber aumentado su votación en términos relativos en forma tan importante, pues es un resultado muy positivo para él. Sin duda alguna. Ya en lo otro, son especulaciones donde a mí me queda muy difícil de entrar a juzgar.

—¿Le queda muy difícil por ser presidente de Colombia?

—Pues ni más ni menos. Y porque no quiero aparecer interfiriendo en los asuntos internos de Venezuela. Yo lo que sí hago y quiero es que Venezuela esté distensionada, normalizada y que ojala le vaya bien en todo, porque estamos nosotros atados al futuro de Venezuela. Si allá algo sucede nos afecta inmediatamente a nosotros más que a ningún otro país.

2. LA PAZ Y SUS CONSECUENCIAS

Después de 50 años de guerrilla, de ataques terroristas sin tregua, de miles de víctimas y de secuestros, de chantaje a un país y de cerco a sus instituciones, que en los peores momentos corrieron riesgo de derrumbarse, no cabe sorprenderse de que una cierta esquizofrenia se haya instalado en la sociedad colombiana. Dependiendo del encuestador, hasta un 70% de la población desea un acuerdo con las FARC, aunque porcentajes similares muestran que la confianza en que esta vez se logre es muy escasa. No sé, le digo a Santos, qué se da más entre los colombianos, si las ganas de lograr la paz o la triste convicción de que no se va a conseguir.

—Yo le diría lo siguiente: primero, hacer la guerra es más fácil que hacer la paz. Cuando yo tomé esta decisión sabía de sus dificultades. Sobre todo cuando decidimos negociar en medio del conflicto. Aquí no hay cese al fuego sino cuando lleguemos a un acuerdo.

—Desde fuera de Colombia resulta difícil entender que mientras se negocia en Cuba, aquí se sigan dando de tiros.

—Esa es una decisión deliberada mía, porque ellos están pidiendo cese al fuego. ¿Por qué la tomé? Primero, porque yo creo que un cese al fuego, y la experiencia así nos lo ha demostrado, lo que hace es prolongar el conflicto; yo quiero exterminarlo lo más rápido posible. Segundo, porque siempre la historia nos ha demostrado que la guerrilla aprovecha mucho el cese al fuego para volverse a oxigenar, para volverse a fortalecer y continuar la lucha armada; yo no quiero eso. Ya hemos aprendido de las lecciones del pasado y por eso he tomado esa decisión que sé que genera confusiones pero que a la larga va a ser más positiva. Ahora bien, la gente se confunde en un proceso como este porque hay mucha gente que está tratando de vender una realidad que no es cierta. Y en un proceso como este, que es discreto, en donde hay un acuerdo entre las dos partes de no divulgar lo que se va acordando en la mesa, pues da pie para mucha especulación y para que mucha gente diga que allá se negoció equis o ye, cuando eso no es cierto. Y eso genera mucho ruido y genera oportunidades para los enemigos del proceso de acrecentar el miedo y de acrecentar el escepticismo, un escepticismo que es válido. Yo también lo tengo.

—Esa es una explicación muy racional. ¿Pero siente usted lo mismo que razona?

—Sí. Lo mismo. Porque la gente dice: “Yo no les creo a las FARC”. Y yo les respondo: yo tampoco, en el sentido de que nos han engañado muchas veces, pero por eso mismo estamos negociando de la forma como estamos negociando.

Esta misma semana, esto es, con posterioridad a la entrevista, comenzó en La Habana la octava ronda de conversaciones entre el Gobierno colombiano y los guerrilleros, después de un mes de receso. A ellas se incorporó Jorge Torres Victoria, aliasPablo Catatumbo, uno de los dirigentes con más guerrilleros a su cargo, lo que para los optimistas demuestra que la guerrilla está unida en su decisión de negociar, que el sector duro está por el proceso y que el asunto tiene recorrido.

—Yo cada vez me convenzo más de que sí va a haber paz porque veo que hay voluntad de avanzar, hasta ahora. Pero siempre he obrado con gran dosis de escepticismo y de cautela y creo que esa es la actitud que tengo que mantener hasta llegar al acuerdo final. Eso me obliga a protegerme. Parte de no haber entregado un centímetro de nuestro territorio, de no aceptar cese el fuego es en cierta medida una forma de proteger al país en la eventualidad de un fracaso porque si se fracasa continuamos exactamente como veníamos los últimos 50 años; esto no nos ha costado nada en materia militar, en materia de ventaja estratégica. Por eso son formas de negociar y condiciones en una negociación que, yo por lo menos, estoy convencido que son las más convenientes. A sabiendas de que genera confusiones.

Resulta probable que parte de la ciudadanía, en efecto, sufra algún tipo de confusión. Pero otra, con el expresidente Álvaro Uribe por estandarte, no sufre ninguna, sino que considera que Santos está traicionando a su país y dilapidando por interés electoral, cuando la acusación no es más gruesa, el legado de su antecesor. La presidencia de Uribe (con Santos como ministro de Defensa) hizo retroceder a los guerrilleros golpe a golpe y dejó a las FARC en la posición de mayor debilidad de su historia. Uribe denuncia de forma incansable el abandono de esa política de firmeza con decenas de tuits al día (cuenta con 2,1 millones de seguidores en esta red social), lo que considera una indignidad y un retroceso en la seguridad de Colombia. El expresidente goza de mucha popularidad, no pocos colombianos sienten gratitud por su ofensiva contra las FARC, aquellos que vieron retroceder a los guerrilleros en sus propias comunidades sienten incluso que Uribe les devolvió la libertad que el conflicto les había arrebatado. También el expresidente Andrés Pastrana se ha sumado a las críticas. ¿Qué les pasa a los expresidentes de este país?, le pregunto a Santos.

—No, yo no quiero referirme a los expresidentes. Esa pregunta se la dejo a que la respondan otros. Yo, francamente, no entiendo esa actitud.

—¿Se imaginó alguna vez, en los años de colaboración con Uribe, conociendo su carácter, que esto pudiera llegar a pasar?

—No. No me imaginé nunca. Sobre todo a los extremos a los que ha llegado.

Las críticas y acusaciones de Uribe y sus seguidores germinan en suelo fértil porque de forma legítima muchos colombianos sienten un rechazo instintivo a la idea de que los responsables de las desgracias del país queden exonerados de culpa en la negociación de paz, e incluso se puedan dedicar a la política sin haber purgado antes sus penas. La palabra impunidad centra los acalorados debates, como compruebo en apenas tres días en Colombia.

—Esa es la demostración, una de muchas, de los instrumentos tan mezquinos que se están utilizando por parte de los enemigos de la paz. Están diciendo que allá están negociando paz con impunidad sin que ni siquiera hayamos iniciado la discusión sobre ese tema. Ahí se demuestra claramente cómo los enemigos de la paz están utilizando todo tipo de armas innobles en este debate y hemos visto propaganda negra de todo tipo diciéndole a las fuerzas militares que los van a reducir a su mínima expresión, diciendo que les van a quitar todas sus primas y sus beneficios, diciéndole al país que ya se negoció en Cuba darle a las FARC autonomía en lo que llamamos las reservas campesinas. Todo eso es una mentira. Y una forma de tratar de envenenar el proceso. Por eso hay que hacer una labor permanente de pedagogía explicándole a la gente que no hay tal. Cuando uno les expone a los colombianos qué estamos haciendo y por qué lo estamos haciendo y hasta dónde vamos a llegar todos lo aceptan; por eso yo estoy muy confiado.

—¿En un proceso de paz, es más importante la sabiduría que la justicia? ¿Cuán difícil resulta para el gobernante, para el presidente de la República, solucionar este dilema?

—Yo lo pondría de otra forma: dónde traza uno la línea entre justicia y paz. Ese es el gran dilema. Ese es el gran desafío. Si uno le pregunta a las víctimas, siempre le van a pedir más justicia; si uno le pregunta a las futuras víctimas, siempre van a pedir más paz. ¿Cuánto está dispuesto a permitir la sociedad colombiana en materia de sacrificio de la justicia para obtener la paz? Ahí es donde el gobernante, en este caso este servidor, va a tener que decidir; dónde trazo esa línea y dónde percibo yo que el pueblo colombiano quedaría satisfecho en materia de sacrificio y la justicia en aras de la paz. Yo pienso que, de todas formas, la justicia, y eso lo digo como una cuestión de filosofía jurídica, no puede ser un obstáculo para la paz. Esa fue una frase que inclusive oí al propio fiscal Luis Moreno, de la Corte Penal Internacional. La justicia no puede ser obstáculo para la paz; y la paz, al fin y al cabo, es el objetivo más sublime que debe tener cualquier sociedad. Además, me rehúso a creer que nosotros somos violentos por naturaleza. Yo eso no lo creo. Si llegamos a fracasar en estas negociaciones, me da pena decirlo, yo he demostrado que sé hacer la guerra. He sido la persona que más duro le ha pegado a las FARC en toda su historia, como ministro de Defensa y como presidente.

—¿Cree usted que es posible acabar militarmente con las FARC?

—Es posible, pero nos demoraríamos otros 50 años. A costa de muchas vidas, de mucha sangre, de parte y parte.

3. LA REELECCIÓN. EL FUTURO

Resulta difícil, y seguramente artificial, separar este apartado del anterior, pues no pocos observadores consideran que al abrir la negociación con las FARC, Santos ha ligado su suerte al resultado de aquella, otros creen que el presidente trata de impulsar su reelección precisamente con un improbable y espectacular anuncio antes de que venza su mandato y todos comparten la idea de que ambos procesos se entrelazarán de forma peligrosa e inextricable. ¿Le preocupa esto al presidente?

—No. No me preocupa porque no creo que eso sea cierto. Las FARC no van a tener en este momento ninguna determinación sobre, por ejemplo, si yo acepto o no acepto algo en la mesa. Mis enemigos me han acusado de que por buscar una posible reelección, que no la he buscado ni he decidido si me reelijo o no me reelijo, yo esté haciendo concesiones a las FARC. Eso es una especulación malévola, muy contraria a mi forma de ser, porque no me conocen, y a la realidad. Yo tengo mis líneas rojas, yo sé qué se puede ceder y qué no se puede ceder desde un principio y desde ahí no me mueve nadie.

—Asumamos que no se presenta usted a la reelección. O que se presenta y resulta derrotado. Su legado político, su puesto en la historia de Colombia, ¿no quedará de alguna manera ligado a la guerrilla, en caso de que el proceso fracase?

—Pues, por supuesto, qué bueno sería poder entregar este país en paz y para mí sería maravilloso, pero yo no voy a buscar eso a cualquier precio. Yo sé exactamente qué es lo que se puede entregar y qué es lo que no se puede entregar en la mesa de negociación, qué es aceptable y qué no sería aceptable para el pueblo colombiano. Acuérdese de que eso va a ser refrendado popularmente. Lo que yo sí creo es que el pueblo colombiano cuando vea lo que se logre, si se logra, va a estar detrás y apoyando en una inmensa mayoría.

—En la entrevista que tuvimos a los pocos meses de su mandato usted me dijo que esperaba ver terminada en estos cuatro años su tarea, sentir suficiente satisfacción para el resto de su vida y no tener necesidad de presentarse a la reelección.

—Es cierto. Y sigo pensando eso. Qué bueno sería no tener la necesidad de presentarme a la reelección porque pude terminar mi obra de gobierno. Eso sería muy satisfactorio. Con esto no le quiero decir que no me vaya a presentar a la reelección. Y puede estar, como usted lo mencionaba, muy ligado a qué suceda en el proceso de paz. Pero en la medida en que podamos ir cumpliendo con los objetivos, bienvenido sea, porque nos podremos poner, si llego a decidir meterme en la reelección, unos objetivos todavía más ambicioso.

—¿Qué le parecería el general Óscar Naranjo [Naranjo es un general retirado de la Policía Nacional con un prestigio extraordinario y que se distinguió de forma especial en la batalla contra los narcotraficantes] como compañero de ticket electoral?

—Yo tengo por el general Óscar Naranjo un gran respeto y tenemos una gran amistad. Le voy a dar una chiva [noticia exclusiva]: él es miembro o va a ser miembro de la junta directiva de una fundación que yo tengo, que se llama la Fundación Buen Gobierno, que opera y que va a operar hacia el futuro más…. pero yo no estoy pensando todavía en ningún ticket porque no he decidido todavía si voy o no a la reelección.

—Con reelección o sin ella, esté usted al frente o no del país, ¿cuáles son los mayores riesgos que ve usted para Colombia en los próximos años?

—Que no logre concretarse el proceso de paz, que continuemos en este conflicto sin sentido durante mucho tiempo más y que estas políticas tan agresivas en lo social y tan positivas en lo económico, que ya están comenzando a dar frutos, de pronto venga alguien y las borre. Si hemos logrado tanto sin haber logrado la paz, imagínese lo que significaría lograr la paz. Si todo lo que tenemos ha sido en medio del conflicto, este país sería muchísimo mejor si logramos terminar ese conflicto. Se facilitarían muchísimo estas políticas que estamos discutiendo, políticas en la reducción de la pobreza, podríamos ser mucho más audaces en la parte del campo, donde está concentrada la mayor cantidad de pobreza, podríamos atraer muchísima más inversión. El potencial de este país es enorme. Lo estamos aprovechando muchísimo con un conflicto; lo podemos aprovechar mucho más sin el conflicto.

4. LA DESIGUALDAD Y SUS CONSECUENCIAS

Son algo más de las nueve de la mañana. Santos sale por una de las puertas de la Casa de Nariño a un patio donde le esperan los coches que le llevarán a un acto oficial, en el que se presentarán datos sobre la evolución de los índices de pobreza desde que él asumió la presidencia. Viste camisa blanca sin corbata y un chaleco azul, desabrochado, con el logo DPS (Departamento para la Prosperidad Social) y el lemaProsperidad Para Todos en la espalda, grande, destacado. Subimos a su automóvil y le comento la coincidencia: en la entrevista que le hice a los pocos meses de asumir el mando, declaró él con énfasis, y así lo reflejé en el título, lo mucho que Colombia necesita avanzar en justicia social. Y aunque la fecha de esta conversación se ha fijado en función de mi viaje a Bogotá, la casualidad ha querido que nos dirijamos precisamente a un evento en el que se desglosarán los avances de su Gobierno en esta materia. Santos se congratula de la coincidencia, explica que hasta hace unos años Colombia era el país de América con mayor grado de desigualdad, sólo por detrás de Haití, hace una referencia al pecado que ello supone y concluye con severidad:

—Colombia es la democracia más antigua de América Latina, pero si no somos capaces de disminuir la desigualdad, no hay futuro.

El evento en sí consta de dos partes bien diferenciadas. La primera transcurre sin cámaras de televisión, que entrarán luego. En la mesa se sientan una batería de expertos, profesores de universidad muchos de ellos, entre los que ocupa un lugar destacado John Hammock, cofundador del Oxford Poverty & Human Development Initiative, un programa diseñado para medir la evolución de la pobreza con múltiples indicadores, salud, educación, vivienda, y no únicamente ingresos, lo que permite una mejor comprensión de los problemas, según explica él mismo. Enfrente ocupan sus lugares no menos de una docena de altos funcionarios del Gobierno.

Santos inicia su discurso con una alusión a la autoexigencia, a la necesidad de medir la pobreza con indicadores fiables, saluda a los académicos de forma especial, mira a sus funcionarios y concluye: “Nos interesa hacer las cosas bien y que lo que hagamos sea bien medido”. Comienza una serie de proyecciones de tablas, números y gráficos cuyo relato se puede sintetizar de la siguiente manera: en los dos últimos años se ha producido una reducción de la pobreza sin precedentes en Colombia; por nivel de ingresos, 1,7 millones de personas han salido de esa condición, lo que deja al 32,7% de la población como pobres oficiales, cuando la cifra llegaba al 40,3% en 2009; en las 13 ciudades principales del país, el nivel de pobreza fue el año pasado del 18,9%, por primera vez por debajo del 20%, cuando en 2009 estaba en el 25,6%; más de 700.000 personas han abandonado la pobreza extrema. Santos sigue las explicaciones, no entiende bien algunos de los gráficos que se presentan, pide aclaraciones, se las dan, y cuando un resultado le parece extraordinario, se dirige al funcionario en cuestión.

—Esto, ¿por qué no lo hemos contado así?

—Yo sí lo he hecho.

—Pues no se le ha oído.

El robusto crecimiento económico en Colombia en los últimos años explica en parte estos resultados. Pero, como subrayan los expertos que asisten a la sesión, los esfuerzos gubernamentales han logrado también reducir la desigualdad. En otros países con crecimiento suben los ingresos, pero también la desigualdad, como en Estados Unidos, explica el profesor de Oxford. Según los datos presentados, Colombia es desde 2010 el segundo país del mundo que mejoró más la distribución del ingreso tras Ecuador, según el coeficiente de Gini, de nombre abstruso para la mayoría, pero que los expertos consideran el indicador más fiable para medir esta magnitud.

Mientras se siguen sucediendo las tablas de datos, Santos explica que la autoexigencia de la que habló antes le llevó a crear con la Universidad de Oxford el índice de pobreza multidimensional cuyos resultados se proyectan hoy en una pantalla en el centro de formación profesional en el que se celebra el acto. El profesor Hammock me dirá luego en un aparte:

—En esto Colombia está realmente en la vanguardia.

El presidente explica que la reforma fiscal que ahora entra en vigor mejorará estos resultados en los próximos años, que el sistema tributario anterior era regresivo, la distribución del ingreso empeoraba después de pagar impuestos, y que el cambio no se ha hecho por la angustiosa necesidad de ingresos que suele impulsar las modificaciones en la fiscalidad en cualquier latitud. Colombia registró el año pasado un superávit fiscal del 0,45%, el más elevado desde que hay registros públicos, y el país goza de una de las economías más saneadas de la región, resultado de diez años de elevados precios de las materias primas que exporta, la credibilidad macroeconómica que exhala y el retroceso constante de la guerrilla. “Como exministro de Hacienda”, medio bromea Santos, “puedo decir que todas las reformas anteriores eran fruto de una angustia fiscal. Con que me consiga ingresos, haga lo que quiera en el Congreso. Es la primera vez que no hacemos una reforma para aumentar los ingresos”.

Acaba la primera parte del evento, salen los expertos y entran familias, mujeres y niños, beneficiarios todos ellos de alguno de los múltiples programas sociales del Gobierno colombiano. Entran también las cámaras de televisión. Por turnos, los invitados dan las gracias al presidente, formulan sus peticiones —“que salgan muchos programas más para las familias más pobres”, dice una mujer; una adolescente con un castellano exquisito y una articulación extraordinaria habla de “los sueños que anhelamos”—, los niños se aburren y se impacientan ante la misma retahíla de datos que vuelve a desfilar por la pantalla para los periodistas que se acaban de incorporar, se anuncian entregas de viviendas para los más desfavorecidos —“a los pobres de Colombia no les fallaremos”— y, aunque el presidente afirmará luego en la entrevista que no ha decidido si se presenta o no a la reelección, un ligero perfume a campaña electoral comienza a impregnar la sala. “Tenemos la inflación más baja en medio siglo, tenemos un desempleo que ha descendido en los 33 meses que llevamos de gobierno, mes tras mes, sin interrupción, hemos creado dos millones de empleos, hemos logrado un superávit fiscal, tenemos el índice de miseria más bajo”. Acaba el acto, los periodistas se van, las familias son acompañadas fuera del recinto y volvemos a la residencia oficial. En el coche, el presidente insistirá en una idea a la que ya ha hecho referencia en el acto.

—Ya somos un país normal, no un país vergonzante y vergonzoso con la desigualdad. Esto es más importante que dar de baja al número uno y al número dos de las FARC, más importante que el superávit. Para mí, este día es tal vez el más importante que he tenido en los 33 meses de gobierno que llevo.

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