El segundo cerebro

El segundo cerebro

En el estómago existen en torno a 100 millones de neuronas, muchas más de las que contiene la columna vertebral, y ese es uno de los motivos por los que recibe el apodo de “segundo cerebro”. Esta red de células permite mantener un estrecho contacto entre el sistema digestivo y el cerebro, a través de los nervios vagos, informando de todo lo que transita por el primero.

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Además, la llegada de comida al estómago hace que se liberen al torrente sanguíneo numerosas hormonas. Entre ellas se encuentran el péptido GLP1, que disminuye los niveles de glucosa en sangre y favorece la contracción del estómago; la coleocistoquinina (CCK), que reprime el apetito cuando detecta grasas o proteínas en los alimentos; la bombesina, que reduce la ingesta; o la grelina, también conocida como “hormona del hambre”.

Esta última ha ganado popularidad en los últimos años tras descubrir que su liberación no solo aumenta el apetito, sino que además reduce el gasto energético, y favorece tanto la formación de nuevos acúmulos de grasa como la ganancia de peso. En esencia, se sabe que los niveles de grelina aumentan bruscamente antes de cada comida y caen inmediatamente después. Para colmo, en algunos individuos obesos se ha detectado que la concentración de la hormona no varía cuando comen ni cuando dejan de hacerlo, lo que explicaría por qué en ningún momento se sienten saciados. Otro de los cometidos de la grelina, según revelan recientes investigaciones, es activar el hipocampo, una región cerebral relacionada con el aprendizaje y la memoria.

Otra conexión entre el cerebro y el estómago que conviene tener en cuenta es que, según publicaba hace poco la revista Science, mostramos un comportamiento más agresivo cuando tenemos el estómago vacío. Una de las razones es que la dieta es la principal fuente de triptófano, un aminoácido necesario para que el cuerpo produzca uno de los neurotransmisores que controlan las emociones a nivel cerebral, la serotonina. Y, por lo tanto, el triptófano y la serotonina disminuyen cuando no se come, incrementando la agresividad.

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