To go bananas es una divertida y ya pasada de moda expresión callejera del inglés que significaba volverse loco. Bananas también es el título de la tercera película de Woody Allen en que un neoyorquino termina de presidente en la república de San Marcos después de una disparatada revolución. Allen viste de verde oliva, al estilo de los chambones fidelistas, y usa barba postiza. Finalmente será juzgado y hasta perdonado en Estados Unidos con la condición de que no viva en el barrio del juez de la causa. La película es una carcajeante parodia de las revoluciones bananeras y de la almidonada visión de la opinión pública americana viéndonos de charros bigotudos con ametralladoras. Con el humor contenemos la locura pero sin él la locura nos devora. Lo primero que cercena la insensatez es el humor. Y sin él nos avenimos a la barbarie que es la clausura misma de la república, la entrada a eso tan secular que se llama dictadura, con la cual corremos las páginas más afanadas de la historia. Pero las dictaduras de hoy no son las de Chapita, Videla o los genocidas Castro. Las de hoy son un poder monocromático y corrupto con el mismo brazalete, en las que se le tiran unos huesos a la libertad de prensa con tal de que los perros no ladren demasiado. Por cierto: bye-bye Globovisión. Gracias por los favores recibidos y bienvenida al país de los lotófagos. La nueva Globovisión no será Globovisión.
La prensa da cuenta en estos días de una reunión en Mongolia, la Cumbre de la Comunidad de las Democracias, a la cual nuestro país no fue invitado “por no reunir los estándares mínimos de un sistema democrático” según reza la nota aparecida en El Universal. Estábamos acostumbrados a llegar de 160 en los listados de competitividad económica, emprendimiento o libertad de empresa pero esta bofetada merece una reflexión y lo más dramático es que no nos han invitando desde 2007. Y no se trata de un cónclave de rotarios, jugadores de bowling o vendedoras de Avon. Esta convención se ha hecho con representantes de las cancillerías del mundo. Las horas que vivimos, en medio de la tensión de un resultado electoral impugnado, continúan transcurriendo con la sensación de que somos testigos de un oscuro capítulo de la historia republicana, sólo comparable con enero de 1848, los tiempos de la revolución Federal, el oprobio gomecista y los desdibujados días de la elección de 1952.
En estos momentos tenemos nuestra propia representación deBananas pero al revés. La detención de un documentalista de Estados Unidos, Timothy Tracy, acusado de espionaje, terrorismo y demás aderezos de la Guerra Fría, da la sensación del libreto de un humorista o un peligroso cálculo político de insospechadas consecuencias. Circula una carta de apoyo al cineasta firmada por lo más representativo del cine nacional así como por un grupo de artistas e intelectuales no precisamente alentados por el Pentágono o la CIA. El presidente Obama ha calificado de ridícula la pretensión de que Tracy sea un agente a cargo de operaciones de injerencia. Lo que sí es raro es que gente como Oliver Stone, Sean Penn, Danny Glover y toda la alfombra roja del chavismo cinematográfico no haya abierto la boca frente a este atropello. No sé si nuestros jerarcas midan el efecto de sus actos pero detener a un cineasta es hacerle cosquillas a Hollywood que a lo mejor reirá la gracia pero no al estilo de la Villa del Cine. En las fotos que ha mostrado la prensa, Tim Tracy no tiene la barba de Woody en Bananas, que es impostada y se mueve de un lado a otro. La suya es real, en un país real. No vivimos en San Marcos aunque todo indique que nos estamos pareciendo. Liberar al señor Tracy y de paso a Antonio Rivero nos lleva a pensar que seguimos siendo sensatos y que hasta algún mínimo estándar democrático nos queda.