Bolivia después de Chávez

Bolivia después de Chávez

(Foto AP)

“Yo me reelijo,
Tú te reeliges
Él se reelige
Nosotros nos reelegimos
Vosotros os reelegís
Ellos se reeligen”

Desde hace unos años esa parece ser la conjugación preferida de los políticos latinoamericanos. Pero pronto varios van a tener que añadirle una partícula: re-reelegir.

El último en usarlo fue Evo Morales, presidente de Bolivia desde 2006. Hace unos días, después de varios meses de incertidumbre, el Tribunal Constitucional Plurinacional lo autorizó a presentarse el año entrante. Había debate, pues en 2009 Evo cambió la Constitución, que limitó a dos el número de mandatos consecutivos y logró conquistar por segunda vez la Presidencia. La pregunta era si 2014 sería, después de ocho años de poder, el último de la era Evo.





La respuesta resultó negativa. Con un talento para el malabarismo retórico que ha hecho carrera entre ciertos presidentes del subcontinente, el gobierno dijo que su primer periodo “no es computable debido a que tuvo lugar antes de la refundación del país”. Ahora buscará vencer por tercera vez para, según aseguró, seguir “derrotando al capitalismo y al imperialismo” hasta 2019.

Hace solo tres meses el ecuatoriano Rafael Correa conquistó por tercera vez la Presidencia para mandar hasta 2017. En octubre el turno fue para Hugo Chávez. Si no se le hubiera atravesado la enfermedad, su plan era gobernar hasta 2030. Un año antes, en Argentina, la dinastía Kirchner logró perpetuarse cuatro años más. Lo propio hizo Daniel Ortega en Nicaragua, que terminará acumulando 14 años en el poder.

Al salir de los años oscuros de las dictaduras en los años ochenta, el continente pasó por una verdadera transición democrática. Atrás habían quedado las guerras civiles, los militares en el poder, los desaparecidos y el comunismo, ese espantapájaros que justificó tantos horrores. En pocos años 12 países estrenaron Constitución, abrazaron el liberalismo económico y en casi todos los casos se prohibió la reelección, pues años de votaciones amañadas y de abusos, iniciados virtualmente desde la Independencia, habían dejado claro que esa era la herramienta para que los caudillos perpetuaran su poder. Los más optimistas incluso clamaron que al fin había llegado la primavera democrática.

Dos décadas después, si bien no volvieron los déspotas, el horizonte está lleno de nubarrones. Varios mandatarios han manoseado, manipulado y acomodado la democracia y, lo peor, como escribió el politólogo argentino Héctor Ricardo Leis, “las amenazas que en tiempos anteriores provenían de afuera de sus fronteras, comenzaron a venir desde adentro”.

Con desparpajo los gobernantes se dieron a la manía de cambiar las reglas para ellos, de acomodar herederos a como diera lugar y de aplastar las minorías a punta de su populismo. Cabalgando sobre delirios mesiánicos, lograron que muchos olvidaran sus clases de historia y legalizaron de nuevo la reelección en todos los rincones del continente. Por fuera de ese club solo quedaron Guatemala, Honduras, México y Paraguay.

Con información de Semana