Gonzalo Himiob Santomé: La independencia necesaria

Gonzalo Himiob Santomé: La independencia necesaria

Escribo esta columna antes de escuchar la sarta de boberías patrioteras, hipócritas y falaces, las mismas que además son normalmente de una cursilería abrumadora, que seguro ya para este momento habrán soltado al viento, con cara afectada y como si fuesen dignas de ser preservadas para la posteridad, nuestros gobernantes con ocasión a la conmemoración, el pasado 5 de julio, de los 202 años de nuestra independencia.

No voy a ver los actos conmemorativos de nuestra independencia, la de verdad, que seguro repetirán más o menos el mismo guion gastado y desaforado de los últimos casi tres lustros. Habrá con toda seguridad una que otra sorpresa, algún nuevo batallón “obrero”, vestido con algún uniforme de mal gusto que haga alegoría a alguna frase “iluminada” de Maduro o de Chávez, o una delegación de mujeres indígenas a las que algo se les pagará para que desfilen con los pechos al aire en defensa de la “soberanía amamantaria”, u otra ridiculez similar. Tampoco, y aunque los actos conmemorativos fueran de una relativa sobriedad, que nunca lo son, comulgo con las pantallerías militares, las mismas que algunas veces al año les llevan a sacar sus juguetitos de guerra por ahí, para lucirlos al mundo como si fuesen dignos de aprecio o de respeto. La verdad, vistas cómo están las cosas en nuestra nación, tampoco tengo ganas de ver a un par de gordos aduladores dando el parte o pidiendo permisos a la tribuna presidencial, negando la realidad de las profundas divisiones que se viven en nuestra FAN, y tratando de ocultar sus grasas en apretados disfraces “de época”, para hacernos creer que son “dignos herederos” del Ejército Libertador de Bolívar y de nuestros próceres verdaderos.

Perdónenme el tono, estimados lectores, pero es que en fechas como la que acaba de pasar en cuando más se pone de manifiesto la ceguera, el carácter infantil y simbólico, y la disociación de la realidad, del gobierno. A nuestros dirigentes, especialmente a los que están en el gobierno, más les gustan el circo, la facilidad y la apariencia que la seriedad, el trabajo y la verdad.





Y es que si sobre algo debemos reflexionar en estos tiempos, debe ser sobre el contenido real, y el alcance, de nuestra necesidad de independencia. Celebrar las gestas de nuestros antepasados, y la liberación de los yugos que nos oprimieron en otros tiempos, está muy bien, pero eso no tiene sentido si no ponemos las cosas en contexto y nos ocupamos de ver cuáles son los yugos actuales, los mismos de los que nos debemos liberar si es que en realidad queremos que la Patria deje de ser una entelequia, o peor, un recurso netamente retórico en boca de falsarios que la usan y abusan a placer.

De lo primero que todos nos queremos independizar, es del hampa ¿De qué carrizo nos sirven batallones de paracaidistas pintorreados gritando a paso veloz y con “cara de malos” consignas “muy machas” cuando las morgues de nuestro país siguen abarrotándose con casi 60 cadáveres diarios de personas que mueren a manos de una violencia criminal que el gobierno no sabe ni ha sabido controlar? ¿Para qué quiero unos Sukhoi volando aparatosos si nuestros hospitales se siguen cayendo a pedazos y no hay quien entienda, en el poder, que la única manera de construir futuro es protegiendo y dándoles los recursos que necesitan a nuestras escuelas, liceos y universidades? ¿De qué me sirven los tanques, los morteros y los fusiles cuando la corrupción, enquistada además a los más altos niveles, sigue haciendo de las suyas mientras el pueblo debe hacer malabares, y colas interminables, para obtener lo que necesita para sobrevivir? Si uno tiene que salir de su casa a sumergirse en la paranoia cotidiana de andar continuamente mirando por encima del hombro, y sin saber si ese día nos va a tocar el número de la lotería de la muerte en la que todos participamos de manera involuntaria, ¿de qué me sirve una FAN politizada y fracturada?

También hemos de liberarnos de los yugos de la inflación y de los malos manejos de nuestra economía. Es absurdo, y hasta irrespetuoso, que el gobierno gaste lo que está ganando en desfiles, shows y parapetos, o en los viajes promocionales de Maduro, en los que no sólo hipoteca a potencias extranjeras y en dudosos acuerdos el futuro de las próximas generaciones, sino además intenta que se le reconozca una legitimidad que acá no termina de concedérsele; mientras acá el bolívar y el salario de los venezolanos valen cada vez menos. También es ridículo hablar de independencia y de soberanía cuando cerca del 80% de lo que consumimos es importado y hasta la gasolina hemos tenido que traerla del imperio “mesmo”. Maduro podrá mostrarse muy preocupado por Snowden o por el avión de Evo, pero más le valdría ocuparse de nuestros problemas manejándolos con seriedad y coherencia, aceptando además que la economía es terca, muy terca, y que no es con paños calientes que se logrará que nuestro país salga de la oscurana en la que los experimentos de Giordani y de Merentes nos han sumido desde hace ya tanto tiempo.

También está el yugo de la ineficiencia, del que es urgente liberarnos antes de que ese monstruo nos devore a todos. Es verdad que la poca capacidad de respuesta de los organismos públicos a nuestras necesidades es de muy larga data y que no es privativa de este gobierno, pero en algunos aspectos, como por ejemplo el de la energía eléctrica, con el gobierno de Chávez y ahora con el desgobierno de Maduro la cosa ha ido de mal en peor. El problema está en que, por una parte, se coloca en los cargos de dirección de las instituciones públicas a personas a personas de las que no se reconocen su capacidad o sus credenciales, sino sólo su nivel de lealtad al “proceso”. Por eso, no le importa a Maduro colocar a Adán Chávez, un ingeniero que poco o nada sabe de nuestras leyes o de nuestro sistema judicial, como director de la Dirección Ejecutiva de la Magistratura, o rescatar a Jesse Chacón de su encuestadora para ponerle al frente del Ministerio de Energía Eléctrica. Por otra parte, somos víctimas del culto al nominalismo. El poder está convencido de que cambiándole el nombre a las cosas, o colocándole las etiquetas de “socialista” o de “bolivariana” a cuanta institución se le atraviese, la va a convertir de la noche a la mañana en modelo de eficiencia y de luz. Vas a un aeropuerto nacional, y en las dos o tres horas, a veces más, de retraso de tu vuelo te dedicas a leer los rojos carteles que afean sus paredes y te encuentras con la perla de que lo que ocurre es que se está “construyendo el socialismo aeroportuario”, y así seguimos.

Ves todo eso y de pronto comprendes que no hay mucho que celebrar y que estamos lejos, muy lejos, de la verdadera y necesaria independencia: La de los yugos que ahora nos fuerzan a caminar cabizbajos y al paso lento de quienes saben que la Patria, más allá de cualquier discurso, se desmorona en manos de quienes sólo velan por sí mismos y por su permanencia en el poder.

@HimiobSantome