La primera obligación de un país, de su gobierno y de la sociedad es dar a cada uno de sus miembros la posibilidad de cumplir su destino; cuando es incapaz de hacerlo, debe ser transformado o relevado. El sistemático estrangulamiento de las universidades nacionales, y especialmente de la UCV, a través del regateo de recursos, la amenaza del hamponato y la rastrera descalificación de sus autoridades no ha hecho otra cosa que echar leña al espíritu fogoso de profesores, alumnos y trabajadores. La estampida migratoria de cerebros jóvenes, esos que preparamos con ciencia, amor y dedicación hasta dejarlos bien apertrechados y dispuestos, se han ido allende la patria en la búsqueda de horizontes más justos y vías de vivir no siempre más humanas, pero sí, sin agobio ni persecución.
Los revolucionarios que nos asfixian, hijos desnaturalizados de buena madre que son; apóstatas del amor brindado en el claustro y regazo maternos, en el Alma Mater; hijos que con saña atacan violando, amordazando, destruyendo las entretelas de su propia progenitora y a sus menores hermanos; hombrecitos y mujercitas emasculados por el dogma y la ideología, cegados por el odio, improductivos y destructivos, justificaciones de la frase de Ingenieros de que sin mediocres no existiríamos. ¿Cómo ser una universidad de pensamiento único y monótono? ¿Cómo no disentir, discutir y llegar a acuerdos de convivencia? Pero, cuidado, el comunismo internacional tiene mucho que perder en nuestra patria. Bienvenidas las mesas de diálogo, pero alerta, ¡cómo juega el gato maula con el mísero ratón! ¿Cuándo ha dialogado sinceramente un gobierno totalitario? Ganar tiempo es el quid de sus ofertas, siempre desleales.
No abandonemos nuestra universidad, quiere ser destruida y si permitimos que pase, pasará.