En Las Cristinas sólo hay kilómetros de devastación

En Las Cristinas sólo hay kilómetros de devastación

(Foto archivo Reuters)

Dicen en la etnia pemón que el irrespeto por la selva desató la ira de la naturaleza, cuya venganza ha sido envenenar la sangre de los agresores. “Para entrar a una zona virgen, practicamos rituales. No perjudicamos el ambiente, pues si lo hacemos podría caer sobre nuestro pueblo una maldición”, cuenta Coromoto Nonato, miembro de la comunidad indígena Santa Lucía de Inaway –una de las 26 establecidas en el municipio Sifontes de Bolívar–, localizada en la población Las Claritas.

MAOLIS CASTRO / El Nacional

La epidemia de malaria, que afecta a 55.372 personas en el país –89% de los casos concentrados en ese estado–, es interpretada como una señal de que se materializó la maldición. Aunque la explotación del oro protagoniza un largo episodio en la historia de la entidad, se acentuó en la última década. “Antes, estaba Crystallex (una empresa canadiense que tenía la concesión de la explotación en las minas Las Cristinas) y el descuido era menor. Ahora, no hay ley que valga”, dice Julio Martínez, vecino de Las Claritas.





En los yacimientos de la zona –que fueron entregados a la empresa china Citic Group en septiembre de 2012– sólo hay kilómetros de devastación. El mercurio, vertido sobre los suelos, arrasó con varias hectáreas de la selva, mientras los desechos se apoderaron de los caminos. Es un paisaje consolidado desde hace años.

Edgard Yerena, jefe del Departamento de Estudios Ambientales de la Universidad Simón Bolívar, asegura que la intervención sobre el ambiente influye sobre el repunte en los casos de malaria: “La deforestación cambia el clima local. Se crean, además, condiciones favorables para que los mosquitos vectores de la enfermedad entren en contacto directo con los seres humanos”.

Quizás eso diferencie a la comunidad indígena de Santa Lucía de Inaway, fundada en 1960, de otros sectores de Sifontes. Los casos de malaria en el sitio no son cuantiosos con relación al resto de las comunidades de Las Claritas. Dany Brown, capitán pemón, asegura que mantienen condiciones sanitarias que permiten el control sobre la enfermedad. Por ejemplo, rellenan con tierra los pozos que pueden servir de criaderos y canalizan las aguas servidas. Además, mantienen limpias las casas y evitan acumular agua en recipientes. “Es cierto que muchos pemones trabajan en las minas, pero la mayoría no sigue ese camino debido a nuestras creencias. Por eso, logramos registrar menos casos”.

Jesús Toro, coordinador nacional del programa de Control de Malaria del Ministerio de Salud, ratifica que se trata de un caso excepcional. “Podrían ser sus condiciones sanitarias, pero indudablemente las cifras de enfermos en ese lugar son bajas”, dijo.

Sin prevención. José Félix Oletta, ex ministro de Sanidad y vocero de la Red Defendamos la Epidemiología, señala que efectivamente el ambiente influye en el aumento de los casos de malaria. “El estilo de vida de los mineros y las transformaciones provocadas en la selva, en gran parte, fomentan el repunte de casos. Si agregamos que no se llevaron a cabo programas efectivos para contrarrestar la enfermedad, tenemos el actual resultado: una epidemia que crece sin control”, concluyó.

Enfermos en la selva

La malaria no es la única enfermedad que se ceba en las minas. El dengue y la leishmaniasis, entre otras, destacan como los padecimientos más comunes de los habitantes del estado Bolívar. “En la selva se está expuesto a afecciones provocadas por insectos y parásitos. Esto significa que quien incursiona en esas áreas, está expuesto”, indicó Pedro Navarro, miembro del Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela.

Juan Carlos Figueroa, dueño de una casa de compra de oro, confesó que en sus primeros años de trabajo en las minas fue víctima de varias enfermedades: “No hubo momento en que me salvara de alguna. Me enfermaba mucho y ese fue uno de los motivos que me empujó a abandonar las minas. Así es la vida en este sitio, llena de dinero y malos ratos”.