Argelia Ríos: Los Chávez en el diluvio

Argelia Ríos: Los Chávez en el diluvio

No es difícil imaginarlos. Al fin y al cabo, llevan el apellido del comandante. Para bien y para mal, el hecho representa un compromiso. El clan de los Chávez también posee una responsabilidad en la preservación del legado del fundador del “proceso”. De alguna manera, todos los miembros de la familia han de sentirse como los custodios más genuinos de su memoria. Digan lo que digan, son ellos los verdaderos herederos. A siete meses de la desaparición física de su insigne pariente, cada uno de los Chávez debe tener una valoración del modo como están evolucionando las cosas en el país. Durante catorce años estuvieron muy cerca del “eterno” y, con seguridad, conocieron mejor que nadie sus últimas inquietudes. No es improbable que a estas alturas ya se hayan conformado un juicio crítico sobre la administración sucesoral y sobre la dolorosa pertinencia de las preocupaciones que sobresaltaban al presidente en sus últimos suspiros.

No es difícil imaginar a los Chávez reunidos en un almuerzo dominical, evocando los viejos tiempos y haciendo comparaciones entristecidas entre el ayer y el presente de la revolución. Como el pueblo llano que hoy observa su ocaso, la familia debe resentir también de la decadencia en que se está hundiendo el sueño del comandante. Aunque todavía forman parte esencial de la nomenklatura -porque llevan el mismo apellido sobre el cual se sostiene el inefable Maduro-, ninguno ha de estarse tomando como parte de este aparatoso descalabro. Ni siquiera Arreaza, a quien, en plan de deudo directo, le fue encomendada la vicepresidencia. Quizás él representa los ojos y la voz del clan, al mismo tiempo que el “gallo tapado” al que le correspondería saltar hacia el ruedo si las circunstancias lo exigieran. Es obvio que María Gabriela no da para esta historia en la que más bien es su cuñado el que luce bien dispuesto a escribir sus propias líneas.

No es difícil imaginar las intranquilas divagaciones de la familia del comandante. Ha de ser una pena que el nombre del difunto quede vinculado a un desastre. El diluvio del que Chávez habló tantas veces -parafraseando al “Après moi le déluge, de Luis XV- nada tiene qué ver con éste en el hemos recalado de la mano de su propio ungido. Las tempestades que el comandante imaginaba no ocurrirían sino en el contexto de un gobierno de “la derecha”. Por eso sería natural que en este instante el clan de los Chávez piense en el peligro de un atornillamiento de Maduro conseguido por la vía represiva. No es un imposible que, en algún momento, toda la familia conviniera en hablar, para impedir la absoluta bancarrota del “proceso”. Con certeza, Arreaza haría una parte de la tarea de advertir que “así, así, así no se gobierna”. 





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