Juan Guerrero: La voz

Hace años escuché de boca de un amigo una historia sobre dos hermanas que en Mapire, pueblo de Anzoátegui, habían hecho votos de silencio. Ellas habían visto morir a todos sus familiares. Mi amigo José Luis me comentaba que tanto él como el resto de los jóvenes, pertenecientes  a un coro universitario, quedaron impresionados por semejante actitud que mantenían esas dos mujeres.

Vestidas de negro, sin mirar a nadie a los ojos, pero muy solícitas y serviciales. Les prepararon comida y dieron albergue en una casona de esas que hay en los pueblos de este país.

Después de tantos años de pensar y olvidar esa historia vuelve de nuevo a mi vida, pero ahora vinculada con esa capacidad que tenemos los seres humanos para adecuarnos y ser coherentes con nuestro entorno y proceder a construir nuestras utopías.





Se dice que en Bizancio los hombres, muy por el contrario a estas dos hermanas, hablaban con los ángeles. Oraban en una misma y única voz. Eran voces de la quietud, de la misericordia y plenitud del ser. Por eso la voz antigua, de origen femenino, esa de magas, hadas, pitonisas y hechiceras, alimenta el alma y dispone al ser para el alimento nutricio.

La voz reposada mantiene en su enunciación la exacta cuadratura universal que cumple con el sagrado equilibrio del áureas proportionis , esa que enunció Fibonacci y que anteriormente, los griegos descubrieron y aplicaron a todo su arte, arquitectura y hasta en la música. Por eso no hablamos de cualquier manera. Hablamos reflejando una perfecta proporción basada en secuencias rítmicas de silencios (pausas) y sonidos articulados. La voz posee la capacidad para introyectarnos y acceder a otras realidades. En ello la voz antigua de los aedos, bardos, trovadores, juglares, poetas y decimistas, continúa diciéndonos de una realidad más plena y trascendente.

Por eso es tan necesario el reposo, el silencio al momento de atrevernos a sacar de nuestra voz, ese alimento para nutrirnos y nutrir al semejante. En las sociedades antiguas los miembros de clanes se repartían las faenas para permitirse generar nuevas voces, mientras se ubicaban en determinados sitios, espacios para arar la tierra o tratar con los animales, bien en el ordeño bien mientras pastoreaban. La voz era y sigue siendo la gran amiga y compañera de nuestro largo y extenuado camino hacia la nada.

Los sabios, maestros místicos, poetas y demás seres que otorgaron poder a través de la voz, siempre emigraron a lugares apartados para estarse en silencio. Cuando regresaron consigo portaron, además de alegría y esperanza, una voz potente y a la vez sublime que liberó almas, socorrió al desvalido y nutrió a todos. Eso nos dice que el hombre que aspire ser líder, bien como maestro espiritual, bien como dirigente político, debe entender que su voz es reflejo de su alma. Que las sociedades que viven y actúan en sanidad, exigen de sus líderes reposo y descanso mientras enuncian en su voz, la palabra que el Otro necesita para encontrar y calmar su ansia de libertad total.

La única experiencia política real que porta en su esencia la voz de los dioses y maestros espirituales, es aquella de la democracia. En ella las almas nutren al semejante mientras se nutren del Otro. En ellos existen los espacios de silencio, de reposo que trasmiten permanente reflexión sobre la vida y sus contornos. Y es así porque la voz es lo más democrático que pueda existir. Porque la voz da existencia al semejante. Permite que el Otro sea un valor esencial y lo reconoce como tal.

Socialmente la voz se asemeja a aquellas realidades sociopolíticas donde vivamos. Esas otras experiencias que narran en la tiranía exigen voces altisonantes y de mando, donde el Otro sólo escucha una narración continua, secuencias de sonidos donde no hay reposo ni calma. Es una constante y permanente repetición de un estribillo al son de una música para marchar. Así se acostumbra al oído a recibir sonidos que se transforman en ruidos mientras el alma se adormece y el cuerpo, como sonámbulo, anda por las calles como aletargado y vacío.

Hay un atropello al alma en la sociedad que se dice militarista al igual que aquella otra autoritaria. Ambas, como también la dictadura, son contrarias al camino que educa la voz para la reflexión verdadera y la necesaria lógica en la expresión de las ideas de libertad. Por eso la vida democrática, y si es participativa y de protagonismos compartidos, mejor aún, robustece la voz, la nutre para el encuentro dialógico con la diversidad de otras voces, que se hermanan en un ritmo de expresión, y que en su lógica y coherencia enuncian sonidos y silencios tan parecidos a lo que somos y deseamos ser.

Por eso nuestra ancestral voz, tan antigua como las mismas piedras, no puede perecer. Ella porta en su ser y hacer, sonido y silencio, la huella de un dios que nos pide reflexión, calma y constancia en la construcción de la libertad esencial.

 

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