Ibsen Martínez: Cabrujas en Colombia

Ibsen Martínez: Cabrujas en Colombia

Bien mirado, el de libretista de culebrones, uncido siempre a la noria de los ciento veinte episodios , es oficio difícil de canonizar, pero  en aquellas dos jornadas colombianas, Cabrujas dictó con erudita facundia   un frondoso y profundo ensayo sobre la forma dramática popular latinoamericana del siglo XX…

Un nuevo aniversario de la muerte de mi amigo me sorprende en Bogotá. Buen momento, creo, para compartir un recuerdo santafereño.

Corrían los primeros años noventa y yo dictaba talleres de guión televisivo por cuenta de la emisora colombiana RCN. Eran días duros, de bombas y dantescos atentados: los días finales de Pablo Escobar, oculto, acosado y malquisto de todos.





Uno de aquellos días propuse a Samuel Duque, por entonces   gerente general de RCN, que invitásemos a José Ignacio Cabrujas a dictar un taller en Bogotá.

Mi secreto propósito era juntarme con el compinche Pepe Nacho a hacer lo que mejor hacíamos: charlar irrestañablemente sobre lo humano y lo divino hasta bien entrada la noche, con un escocés en las rocas en la mano.

A Duque le pareció estupenda la idea y de inmediato cursó invitación y boleto aéreo. José Ignacio se alojó inicialmente en mi casa, un apartaco en la carrera 9 con calle 81, a tiro de piedra de Club Colombia, donde llegamos a despachar más de una chuleta valluna con yuca chorreada, pero, ¡un momento!, ¿qué les estoy contando? Es hora de mi marca de fábrica: la digresión alevosa y punzopenetrante.

3.-

Hoy día prospera en Venezuela toda una industria académica en torno a Cabrujas, patrocinada por gente como Leonardo Azparren, petulante  sujeto donde los haya,  tan lerdo como espectador teatral que cuando vio “El dia que me quieras” por primera vez no entendió absolutamente un  carajo, deshaució para siemrpe los dones de Cabrujas como autor teatral y publicó un artículo que él creyó zanjador y fulminante, titulado: “El ocaso de un ingenio” o algo así.

Nada para extrañarse en este país de charlatanes y gesticuladores. A       casi veinte años de su muerte, a una editorial  universitaria de mediano desempeño pudo  convenirle apropiarse para su catálogo de un tema/territorio llamado Cabrujas que compensase la desabrida parvedad de su catálogo  de títulos y encomendarle  el trabajo a Azparren.

Como el sujeto de estudio tiene ocho metros cúbicos de tierra encima y no puede objetar nada al proyecto, ni decir con su inolvidable bronca voz lo que todos sus amigos sabemos que pensaba del Herr professor doktor  Azparren, quienes le sobrevivimos debemos apechugar resignadamente  con la calamidad de que sea precisamente Azparren el exégeta mayor del mismo dramaturgo a quien despreció y quiso disminuir en vida.

Ya en otra parte he dicho lo que pienso de esa cáfila de biógrafas y comentaristas profesionales de Cabrujas y no debería consumir vuestra ración dominical dilapidando mi sorna ( acaso mi mejor patrimonio como articulista), asi que basta por hoy; volvamos a mi cuento bogotano con Cabrujas.

3.-

Como Cabrujas no disponía de mucho tiempo, Duque dispuso un fin de semana intensivo durante el cual el  invitado dictaría una dilatada conferencia sobre el oficio del escribidor de culebrones ante un auditorio compuesto  exclusivamente de promisorios guionistas, contratados por RCN. Un testigo    que no me dejará mentir es Fernando Gaitán,  quien ya a sus jóvenes años había cosechado un gran éxito de con su “Café con perfume de mujer”.

El simposio  tuvo lugar en una finca, creo que propiedad de Duque, al noroeste de Bogotá y estaba concebido como un reclusorio extra muros: nada de paseos al pueblo, nada de cenas copiosas, ni luengas sobremesas ni jolgorios nocturnos.

Duque, un extraordinario  ejecutivo, sumamente exitoso por brillante y concienzudo, había planeado una nutritiva experiencia monástica… que José Ignacio arruinó por completo convirtiéndola, sin embargo, en algo muchísimo mejor.

En el vasto corredor de la casas de hacienda habían dispuesto pupitres, pizarrones, rotafolios, retropoyectores y refrigerios. Luego del desayuno, todos estaban sentados “muy juiciosos”, como dicen aquí, esperando que se les hablase doctamente sobre las telenovelas, sus técnicas  y truchimanerías sub-literarias.

Cuando se hizo silencio,  luego de la presentación de rigor, Cabrujas se puso de pie, y que quedó pensativo, fumando, en   perfecta   pose teatral de soledad en público. Luego, sacó del bolsillo lateral de su intemporal chaqueta de tweed un fajo de cuartillas impresas.  “Mi papel de trabajo”, dijo, con un guiño y una sonrisa.

El texto que  propuso no era ninguna monserga semiológica sobre la telenovela, tan en boga hoy en día, sino las décimas imperecederas del “Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo“ de Lope de Vega: el mejor manual de escritura dramática que se haya escrito jamás, después de la Ars Poetica de Aristóteles.

Comenzó Cabrujas por leer el introito: “Mándanme, ingenios nobles, flor de España […] que un arte de  comedias os escriba…”.

Al punto se instauró en el corredor paramero un clima de academia aristotélica. Fueron dos días enteros, hechos de glosa   peripatética, estrictamente ceñida a los preceptos de Lope de Vega y sus décimas, con paradas jubilosas como la que Cabrujas hizo al llegar a los versos  que, según él, ponen en relación las comedias del Siglo de Oro con la telenovela, en tanto que espectáculo “adonde acude el vulgo y las mujeres que este triste oficio  canonizan”.

“El vulgo y las mujeres; ¡nunca mejor dicho! Son el objeto y la sal de la telenovela latinoamericana.

Bien mirado, el de libretista de culebrones, uncido a la noria de los ciento veinte episodios , es oficio difícil de canonizar, pero igual doy fe de que en aquellas dos jornadas, Cabrujas dictó con erudita facundia   un frondoso y profundo ensayo sobre la forma dramática popular latinoamericana del siglo XX…que nadie recogió porque, tan pronto José Ignacio comenzó a hablar comprendimos que no estábamos allí para grabar ni transcribir, pensando en la posteridad de las antologías, ni siquiera para aprender de un oficiante experimentado, sino para dejarnos hechizar por el más grande dramaturgo contemporáneo en nuestra América.

El hemistiquio final, citado por Cabrujas, se refería claramente al negocio del  entretenimiento, o si lo preferís, a la cultura de masas,  y no podía ser otro que aquel que reza: “ …puesto que las paga el vulgo  es justo hablarle en necio para darle gusto”.

Caía la tarde del segundo día, demasiados para quienes nunca hemos dragoneado de abstemios, y el que menos, don Fernando Gaitán quien, todavía encadilado por  el tour de forcede Cabrujas, me dijo: “ Hermano, va a tocar ir al pueblo a mercar una botella de Sello Negro”,  que es como aquí llaman ( llamamos) al Johnnie Walker que camina campante desde 1821.

Brinda por mí también, José Ignacio, como hoy lo hago por tí,  y pierde cuidado, viejo amigo,  dondequiera que andes: tus Tiburones de La Guaira volverán a defraudarte puntualmente esta temporada.

 

Ibsen Martínez está en @SimpatíaXKingKong

 

Publicado en Ibsen Martínez