No hace falta ser brujo, científico social o espía para darse cuenta que este gobierno hace aguas. Cada día se transforma para la gente en meses, todas las semanas Maduro debe sentir que transcurren años. El ambiente pesado, la impaciencia del ciudadano y la incapacidad de dar respuesta a la crisis aumentan el sabor a final, presagian una especie de “the end” sin que el protagonista salga victorioso, casado con la mujer más bella y viviendo plácidamente en un país próspero y unido.
Hace poco Ramírez, en una especie de plegaria hereje pidió 50 años para resolver la crisis económica heredada del capitalismo y de 40 años de gobierno adeco copeyano. Sí, amigos, 50 años tendríamos que soportar cual fakires los venezolanos para que los hijos del hijo de Cabello enderezaran los entuertos económicos.
Aclaro, los problemas de Maduro no son exclusivamente suyos. Hoy Nicolás cosecha las tempestades sembradas por el comandante eterno, quien se empeñó en construir un modelo donde el individuo fuera sólo un número administrado por la burocracia. El Dios Estado promovido por el finado, practica hasta la saciedad por sus mentores cubanos es la verdadera religión del PSUV. Son hipócritas cuando se santiguan o invocan a Dios.
Nadie puede decir con exactitud cuándo hará implosión este modelo sacado de las telarañas del Stalinismo, pero les garantizó que el pueblo venezolano no se calará esta cruz hereje y hambreadora. No hay ejemplo histórico que avale el que una sociedad democratica y participativa se esclavice dócilmente ante un grupo de incapaces. El legado del supremo, que en realidad es la génesis del fin del modelo, se agota aceleradamente. Por más que Maduro y la reencarnación política de Chuki lo mencionen cada tres palabras.
Maduro luce débil, necio arrinconado, gobernado por una bruja, incapaz de tomar decisiones por si mismo, en fin, Maduro es el peor fruto de la cosecha de tempestades del comandante supremo.