Un cruce conflictivo pero vivo en la frontera

Un cruce conflictivo pero vivo en la frontera

“A un lado de la acera los paramilitares, al otro lado la guerrilla, en ambos lados el narcotráfico, así es la vida en El Cruce”, nos asegura un comerciante que pidió ante todo guardar su identidad.

Pablo Hernández/RNW





A través de la carretera Machiques-Colon en sentido norte-sur, poco después del sector Cachamana, arribamos a El Cruce, una población fronteriza entre Colombia y Venezuela.

La mayoría de la población en esa localidad tiene orígenes al otro lado de la frontera, unos cruzaron buscando nuevas y mejores oportunidades, otros desplazados por el conflicto armado, también viven allí damnificados de las lluvias torrenciales y combatientes del conflicto armado colombiano.

Entre todas las actividades ilícitas que allí se desarrollan, y especialmente por los grupos armados, hacen que se imponga un voto de silencio entre los pobladores, tornándose sumamente difícil y peligroso encontrar alguna persona que exprese las realidades más duras en esa región fronteriza. No obstante, los testimonios nos sirven para narrar esas realidades.

Narcotráfico
El ruido característico de las motocicletas yendo y viniendo son el sonido que acompaña permanente a este pueblo, pero también esconden secretamente la ilegalidad: “Hay muchas motos, pero la razón de tantas se debe a que algunos narcos proponen, sobre todo a los más jóvenes, que lleven droga por las trochas (caminos verdes), a cambio y de lograr su objetivo, ellos (jóvenes) se quedan con las motos”, asegura el poblador.

La disputa por drogas en esta zona parece ser muy común: el mes pasado (octubre) dos sujetos apodados “Willita” y “Neurito” sembraron el pánico en la población machiquense tras cometer varios asesinatos, incluso el Ejército venezolano tuvo que salir a las calles a custodiar diferentes escuelas y bancos.

“No es la primera vez que pasa esto. Cada cierto tiempo, se prenden las matanzas entre los criminales, casi siempre es por el control de las rutas de la droga”, afirma Jesús Garcés, comerciante de Machiques de Perijá, una de las localidades más grandes de esa parte de la frontera colombo venezolana.

A lo largo de la carretera Machiques-Colon no es extraño conseguir vehículos repletos de droga abandonados, adjudicados generalmente a desacuerdos entre narcotraficantes, o tratos inconclusos con autoridades (militares, policías).

Contrabando
Al igual que en el resto de la frontera, el comercio ilegal de gasolina o gasoil es un realidad. Los llamados “bachaqueros” obtienen gasolina subsidiada en territorio venezolano para trasladarla hacia el lado colombiano. Esta actividad puede llegar a generar ganancias al contrabandista de hasta el 700% del coste primario.

La escasez de empleo hace que muchas familias vivan gracias al contrabando. Así no los cuenta un ex “pimpinero”: “nosotros estamos conscientes de que hacemos algo ilegal, pero nosotros pensamos en nuestra familia, tenemos que mantenerlos…también sabemos el peligro que corren nuestras vidas, tratamos con el ejército de ambos países, la guerrilla, y el riesgo más habitual que corremos muchos es quemarnos con gasolina, al momento de un embarque”. De tal manera, que llenar el tanque de un vehículo puede llegar a ser un verdadero calvario, con largas colas de una, dos y hasta tres horas.

También el contrabando de alimentos es el día a día: alimentos de la cesta básica con precios regulados por el gobierno nacional venezolano son llevados ilegalmente al vecino país sacándole una jugosa ganancia. No obstante, dichos productos son casi imposibles de encontrar, y de encontrarse, sus precios son excesivamente elevados. Por dar un ejemplo, la harina de maíz precocida regulada en 8 Bs el kilo, se encuentra alrededor de los 50 Bs.

Grupos armados irregulares
“Aquí no hay delincuencia, quién se porta mal, le va ir mal”, expresa una habitante de El Cruce sin entrar en más detalles.

Se especula que la guerrilla presente en la zona mantiene a raya los índices de criminalidad común. Así es como aparecen asesinadas personas en caños o caminos, aunque esta actividad de “limpieza social” ciertamente no es rechazada por la población. Por el contrario, ven con buenos ojos que exista este tipo de “controles”.

“Si te adentras rumbo a Colombia es muy posible que encuentres alguna alcabala de la guerrilla, pero no hay que tener pánico. Regularmente solo revisan que todo esté en orden, y bueno si estás llevando productos (contrabando) cobran una cuota especial”, explica el ex pimpinero.

El Cruce, es un pueblo donde convergen diversas ilegalidades, estos hechos ilícitos en la mayoría de los casos son oportunidades de empleo, que escasea gravemente en la localidad.

Venezolano, colombiano, venezolano-colombiano, colombiano-venezolano, cualquiera de estas cuatro respuestas puede dar alguno de los habitantes de El Cruce. Allí conviven, venezolanos provenientes de diferentes zonas del estado, refugiados del conflicto armado colombiano de dos generaciones distintas, migrantes colombianos, indígenas, campesinos, ganaderos, ex damnificados colombianos, y los hijos que han nacido de ellos (nuevas generaciones).

Ver cómo todos los días el metro o el autobús llega tarde, no debería ser, pero te acostumbras. Nos acostumbramos a los altos índices de delincuencia en las ciudades. A pesar de ello, nuestra vida continúa entre las “malas costumbres” y es que, aunque los conflictos existen en El Cruce, allí también continúa la vida para todos.