Argelia Ríos: No hay elecciones inferiores

Argelia Ríos: No hay elecciones inferiores

En Venezuela no hay elecciones de menor importancia. No puede haberlas porque no transitamos tiempos normales. Todas las mediciones son igualmente cruciales. En nuestra circunstancia, unos comicios municipales pesan tanto como una escogencia presidencial: en cada jornada nos decantamos por caminos y procederes opuestos que, progresivamente, van definiendo las características del país que tenemos. Lo que somos hoy es la consecuencia directa de las opciones que elegimos. Ninguna de las adversidades que nos desvelan como ciudadanos está desvinculada de la extensa cadena de sentencias que los ciudadanos dictamos en las urnas. Los infortunios que padecemos son la deriva de nuestros dictámenes; de errores cometidos a la hora de seleccionar a nuestros encomendados, o de excesos en las concesiones de inmerecida confianza, cuando no de nuestra indiferencia frente a la búsqueda necesaria del bienestar colectivo.

La evolución de los gobiernos locales, como la de los otros niveles regionales y nacionales, conforma una pieza del motor que mueve al país. Todos hacen parte de un engranaje sistematizado e interdependiente. No hay manera de que un Municipio marche bien y en orden si el país camina por senderos tortuosos. La ruta que lleva el país impactará siempre la ruta de los estados y municipios. El abajamiento que experimentamos abarca todos los eslabones e intersticios y es el origen de esta atmósfera de decadencia general y de ruina acelerada. Vivimos una devastación horizontal que hiere por igual a Caracas y a las ciudades principales, que a cualquier caserío minúsculo de la provincia profunda.

La Venezuela que se nos dibuja en los hospitales, en las escuelas, en las carreteras y en las morgues contrasta con el imperio petrolero que se nos mercadea, y cuyo monumental potencial financiero es desconocido por las mayorías. Si cada ciudadano de a pie tuviera una mínima idea de las colosales dimensiones de las cifras de nuestros ingresos, comprendería el miserable tratamiento que nuestro hiperpoderoso Estado le da a sus problemas: entendería que no es el pueblo quien tiene la mayor jerarquía en la agenda nacional, como no sea la que le atribuyen los aparatos propagandísticos que, desde sus laboratorios, y con inagotable morbo, no cesan en experimentar mecanismos para la falsificación de la realidad.





El boceto de país que tenemos enfrente es uno realizado con el grafito de nuestra conducta permisiva o indolente. Las elecciones del domingo nos incumben a todos porque son la oportunidad de actuar en plan de tribunal de alzada, para dictar una nueva sentencia que corrija o ratifique decisiones anteriores. Los electores somos jueces sin facultades para inhibirnos y seguiremos siendo responsables de lo que hagamos o dejemos de hacer.

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