Algo que ha quedado demostrado durante el tiempo que esta clase política ha estado en el poder, es el uso de las elecciones como una mera formalidad a través de la cual buscan la implantación de un sistema autoritario de corte comunista. Por aquello de que supuestamente lideran un proceso revolucionario, se saltan a la torera cualquier decisión que el pueblo tome si la misma contraría la voluntad del régimen.
Una demostración evidente que viene a apoyar el argumento, fue el discurso de Chávez al reconocer la derrota del referendo mediante el cual pretendió remendar la constitución cuya creación él mismo había impulsado. Ante la negativa del pueblo a otorgarle el cumplimiento de ese deseo, procedió mediante ley habilitante, es decir mediante decretos, a introducir los cambios que deseaba haciendo caso omiso de la orden del soberano.
En 2008, Antonio Ledezma derrota a Aristóbulo Istúriz en la contienda por la Alcaldía Mayor del área metropolitana de Caracas. Acto seguido, Chávez procede a desconocer la voluntad popular y a nombrar una jefa de gobierno y a despojar al burgomaestre electo de buena parte de sus atribuciones y por supuesto del presupuesto para llevar a cabo esas tareas. La víctima de este despojo fue el pueblo de una ciudad caótica en la que la calidad de vida se deteriora día tras día sin que a la clase política en el poder le importe en lo más mínimo.
Son muchos los ejemplos en los que el medalaganerismo, como diría la profesora Gloria Cuenca, se ha manifestado como una práctica de unos políticos que dicen jugar por las reglas de la democracia pero, sin respetar para nada los principios que implica. Si no ganan, arrebatan. No tienen disposición alguna a reconocer al adversario. Como hemos dicho en otras ocasiones, es una secta primitiva que entiende la política como una confrontación en la que el contrario debe someterse o en caso contrario ser aniquilado.
Y el aniquilamiento tiene varias expresiones. Una de ellas es la de despojar al funcionario de sus atribuciones mediante el nombramiento de autoridades paralelas que le reportan directamente al presidente sin que medie el deseo expresado por la población. Otra forma de reducir al contrario es a través de la persecución policial que algunas veces tiene su apoyo en instituciones como la fiscalía o el poder judicial. Así, hemos visto a diputados a los que se les ha allanado la inmunidad parlamentaria mientras se tiene a otros, oficialistas, a los que las denuncias ante los organismos competentes no son ni siquiera procesadas.
Lo único que tiene de democrático este régimen que somete al venezolano es el voto. Y, sin embargo, no se puede hablar de elecciones libres y competitivas. Por el contrario, un estudio reciente del Centro de Estudios Políticos de la UCAB muestra que una cantidad importante de venezolanos, independientemente de su inclinación política, siente miedo a la hora de expresar su opinión a través del voto. Ni hablar del uso abusivo, ilegal y corrupto de los recursos del estado para apoyar las candidaturas oficialistas. Por lo tanto, las elecciones no se dan en un ambiente propicio para que la población se exprese con total libertad de conciencia.
Tienen razón los que dicen que este es un régimen autoritario. Uno que hace elecciones porque las mismas le dan una mano de pintura que los hace lucir democráticos. Pero, basta con raspar un poco con la uña para descubrir la putrefacción que esconde. Las decisiones se toman a espaldas de los intereses de la población. Peor aún, muchos piensan que se toman en Las Antillas. El manejo del dinero es totalmente opaco. No hay un solo funcionario del gobierno que pueda explicar honestamente qué se hizo con el dinero de esta bonanza petrolera.
La vida de las personas no importa. Organizaciones especializadas estiman que llegaremos a un nuevo record de 25 mil asesinatos por año al final de 2013. Los venezolanos penan por los mercados tratando que el dinero les rinda y rogando además conseguir los productos que buscan. Amplios sectores de nuestra geografía se ven afectados por frecuentes apagones. Los enfermos sufren ante la ausencia de medicamentos y la incapacidad de los hospitales para satisfacer la demanda de operaciones no electivas. Los problemas se multiplican y la calidad de vida del venezolano se deteriora.
Los gobernantes copan los medios de comunicación con otros temas irrelevantes para suplantar las preocupaciones de los venezolanos. Al final, no les importa si el pueblo está bien o mal. El único interés es mantenerse en el poder a como de lugar. No para resolver los problemas de los venezolanos sino para disfrutar los privilegios asociados a la administración de la renta petrolera.
En Venezuela la democracia es una ficción. El gobierno es una ficción. Y en medio de esa ficción el pueblo ve desvanecer su derecho a disfrutar una calidad de vida acorde con las riquezas que nos regaló la naturaleza. Por el contrario, debe sufrir la ignominia de ser ignorado por unos gobernantes que no se comportan como funcionarios electos sino como ejército invasor.
En nuestro país hay elecciones. Pero no nos llamemos a engaño: no hay democracia.