La declaración de Maryann Hanson sobre la derrota del gobierno en las principales ciudades del país es una muestra químicamente pura del nazi-fascismo que presta sustento ideológico a la llamada “revolución bolivariana”. Ha dicho Hanson:
“Llama la atención que en las grandes ciudades es donde perdimos las elecciones. Pudiéramos hacer una reflexión: en las grandes ciudades es donde se concentra la mayor alienación de la gente porque la gente se relaciona menos, comparte menos, es menos solidaria, menos colaboradora, menos cooperativa, tiene menos conciencia del deber social porque vive como más aislado, vive solo”.
No hace falta ser un erudito en ideologías de ultra-derecha para identificar en esas palabras el más primitivo pensamiento reaccionario, fundado en el odio hacia lo urbano y el desprecio por la modernidad. El culto a la ruralidad, al hombre supuestamente puro del campo, libre de las contaminaciones perversas de la vida ciudadana por su cercanía con el mundo natural y animal, se desprende en buena medida de las tesis del pensador suizo del siglo 18 J. J. Rousseau, de cuyo pensamiento abrevaron diversas corrientes de la modernidad y luego, en no poca medida, el fascismo y el nazismo.
No así el marxismo, cuyo principal exponente Karl Marx lo combatió acremente, pues entre otras cosas Marx era un feroz partidario de la industrialización y urbanización de la sociedad y un crítico implacable de la ingenua fe en las bondades de la vida campesina. En su enaltecimiento del obrero, Marx despreciaba al campesino al igual que al lumpen proletariat, otro de los tótems de los que se nutre el psuvismo. No digo esto último por ser yo partidario de Marx, que no lo soy en absoluto, sino para poner de relieve la profunda impostura e ignorancia de estas representantes de una casta política que se auto-define socialista y marxista cuando su verdadera vocación y vecindad política se encuentran en el nazi-fascismo.
Es famosa la costumbre practicada por las juventudes hitlerianas -promovida por el propio Fürher y sus acólitos Himmler y Goebbels- de irse a los campos de Alemania para insuflarse de la pureza de sus pobladores y asimilar las atávicas tradiciones germanas que habrían de alimentar el nacimiento del “hombre nuevo ario”. De allí saldrían los más acerados cuadros de las SS y la Gestapo, conocidos pocos años después como criminales de guerra.
Más recientemente, es conocida la raigambre ruralista y antiurbana del Tea Party norteamericano, tendencia en la que despertaron los más opacos ancestros ultramontanos que se creían desterrados de esa dinámica sociedad y que hoy amenazan con cancelar muchos de los avances civilizatorios por ella alcanzados. El cultivo del resentimiento del campo hacia la ciudad, ese que hoy se percibe y crece en el puritano centro agrícola de los EEUU contra las “pervertidas” Nueva York y California, coincide textualmente con lo dicho ayer por la ministra Hanson.
Como si no fuese suficiente la flagrante confesión fascista de la primera cita comentada, añadió la señora Hanson, refiréndose a quienes votamos por la oposición:
“… les trituraron el alma… cuatro millones que no son oligarcas, que no son burgueses, pero que a ellos sí les trituraron el alma porque les faltó conciencia para saber cómo queremos estar”.
No me detendré en la alusión demoníaca que hace al identificar al adversario político como una entidad que atenta contra el alma humana, sino en la última afirmación, la más miserable de todas: a quienes votaron por la oposición“… les faltó conciencia para saber cómo queremos estar”. En esta frase queda expuesta la esencia de todos los totalitarismos, y en este caso tambien el comunismo: “quienes no están con nosotros no comprenden la bondad suprema de nuestro proyecto, de nuestro partido y nuestro líder. No han cobrado conciencia de todo el bien que queremos para ellos”. Por supuesto, hay que hacérselos entender, y ya sabemos cuáles son los métodos que emplea el totalitarismo para enseñarnos lo que nos conviene para alcanzar la mayor suma de felicidad posible.
Todo esto sería ya grave si hubiese dicho por la inefable Fosforito, ministro a cargo de las cárceles y los “privados de libertad”. Pero dicho por la encargada (¿lo será realmente?) de la educación de nuestros niños, sencillamente nos pone los pelos de punta”. Aunque se quede dormida en la alocuciones presidenciales.
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