Maria Jose Flores: El miedo supremo de ¿vivir? en Venezuela

Maria Jose Flores: El miedo supremo de ¿vivir? en Venezuela

El diccionario de la Real Academia Española define Supremo (ma) como:

1. adj. Sumo, altísimo.

2. adj. Que no tiene superior en su línea.





3. adj. Dicho del tiempo: último. Llegar la hora suprema.

Busqué el significado exacto de la palabra porque si algo supremo es aquello que “no tiene superior en su línea”, tiene que ser “suprema” el adjetivo más adecuado para describir la indignación que siento desde que vi como los malandros venezolanos tienen perfiles de Facebook donde hacen gala de sus armas y de la sangre de sus víctimas.

Osea que ser malandro está de moda. Al parecer, pertenecer a esa subcultura de la muerte y el terror, en la que mientras más mates, violes, secuestres, atraques y enlutes a otro ser humano; más prestigio tienes entre tus iguales; es una cosa “chévere”.

Ni siquiera me voy a detener a reflexionar sobre el papel que deberían tener las autoridades y los cuerpos de seguridad en esta grotesca novela en la que nos hemos convertido. Muchos son, no lo dudo, profesionales que trabajan por una mejor sociedad. Pero resulta evidente que las instituciones responsables de gerenciar el país y garantizar nuestra seguridad están urgidas de una purga. El olor ya es insoportable.

Nos convertimos entonces en una nación donde jovencitos que no han tenido necesidad de afeitarse el rostro por primera vez, empuñan armas bélicas contra otros seres humanos sólo por placer, por orgullo, porque pueden.

Son monstruos, un término que según Wikipedia se reserva para seres que inspiran miedo o repugnancia. ¿Qué más se puede sentir por alguien que se jacta de una selfie con “pistola en mano” apuntando a pronunciados escotes y melenas con keratina, a cuerpos ensangrentados en el piso o, peor aún, al rostro inocente de un bebé?

Nos tendrían que describir los autores más diáfanos, como carceleros de nuestro propio destino; en un país donde la inseguridad nos obliga a tener restricciones de horarios, de lugares, de personas… y ni siquiera así estamos a salvo. Somos sobrevivientes, como protagonistas de un episodio cualquiera de “The Walking Dead”, donde la vida no vale nada y nuestra tragedia es un trofeo.

¿Qué clase de sociedad es esta, de valores invertidos, de silencios bizarros…? ¿Cómo se conserva la vida en esta especie de Juegos del Hambre, donde somos presas de una cacería constante? Algunos apresurados piden “pena de muerte” a través de las Redes Sociales… ¿creen ustedes que estamos preparados?… ¿Cómo dejo de pensar que sólo recibirá una inyección letal quien haya caído en desgracia por mirar feo a la persona equivocada?

Supremo es el miedo. Suprema es la angustia de las mujeres decentes que se despiden de sus esposos o sus hijos en la puerta de sus casas, esperando con el corazón arrugado que no se les pinche un neumático, que no les toque la ruleta macabra de la muerte en un semáforo, que no les toque enfrentar la vida después de perder el amor por una bala impune infectada de odio.

Como un problema estructural lo califican los entendidos. Para mí es una hora suprema, un horror paralelo, una desesperación en preaviso, un infierno de lágrimas imaginando cómo son los últimos minutos de vida de cada víctima; mientras el monstruo resopla en su cara con euforia y lo condena.

La indignación es suprema, porque nadie puede vivir tranquilo en un país donde los malandros son los que mandan y sus caprichos absurdos son leyes no escritas. Donde las cárceles son paraísos de corazones negros y nadie parece tener la potestad de poner orden.

El miedo es supremo, porque tengo esposo, padres, hermano, amigos, alumnos y cada uno de ellos vale, por separado, mil veces más que todos estos títeres del diablo juntos.

La tristeza es suprema porque, desde su fortaleza de reclusión, un “pran” venezolano decide quien muere, quien sufre, quien llora; porque un oportunista cualquiera sabe que “le sale mejor” apretar un gatillo que abrir un libro.

La danza altanera en torno a la muerte, tararea versos que riman en un lenguaje que solo ellos parecen entender, donde el significado de las palabras no es el mismo que aparece en el diccionario. ¿Son sus manos las que mecen hoy la cuna de Bolívar?… ¿Por qué?

Supremo es el asco. Supremo.

 

María José Flores

@MarijoEscribe