Juan Guerrero: Encarriladitos

Juan Guerrero: Encarriladitos

Las condiciones socioeconómicas y de seguridad sanitaria, educativa y alimentación, junto con la violencia desbordada, vuelven a aparecer como un fantasma que no ha podido ser superado por ningún gobierno en la Venezuela republicana.

Y esto es así porque arrastramos como sociedad un pesado bulto que nos impide asumir con adultez la dirección institucional del Estado

Quien lea el artículo 236 de la vigente Constitución nacional de 1999, se dará cuenta que al presidente de la república le asisten poco más de 20 atribuciones. Desde ser jefe de Estado y de gobierno, comandante general de la fuerza armada nacional, hasta jefe de la hacienda pública, entre otras atribuciones.





Semejante número de facultades ha sido así desde los tiempos de los primeros capitanes generales en la Capitanía General de Venezuela. Como representante del rey (quien era el representante de Dios en la tierra) el capitán general ejercía el cargo político-administrativo, militar y jefe de la hacienda real, entre otras atribuciones.

La Venezuela republicana conservó estas atribuciones en sus distintas constituciones hasta la actual. El Estado venezolano federal, que se muestra en la vigente constitución, pareciera una contradicción frente a un presidente que posee tantas atribuciones y que de hecho, en la actuación, ha demostrado concentrar todo el poder del Estado en una sola persona y lugar.

La actual situación en la que está sumergida y sometida la sociedad venezolana, se debe a la aberración de una tradición cultural donde el jefe de Estado aparece como un ser todopoderoso, que premia o castiga al ciudadano. Agrava esto la atomización de todos los poderes públicos de la nación, que en la práctica están controlados por el jefe de Estado a través de una de sus atribuciones, como es la de ejecutar leyes especiales, previa aprobación de una ley habilitante.

Legal atribución concedida por el poder legislativo que continúa con la tradición colonial mostrando al jefe de Estado como el representante/descendiente de un supuesto “ente” que lo faculta para ejercer su poder a discrecionalidad.

Esa mentalidad colonial de un padre todopoderoso mantiene desde hace siglos a la sociedad venezolana, en una minusvalía mental que le impide asumir su destino de manera colectiva.

En la actualidad la mayoría del liderazgo político, sea oficialista como opositor, copia esta patología y a su vez, le agrega las contradicciones propias de los tiempos que se viven: incapacidad gerencial para administrar la Cosa pública, autoritarismo del funcionario para con el ciudadano, militarismo exacerbado que controla y se entroniza en las instituciones públicas.

Consecuencia de ello nos enfrentamos a una desnaturalización de las instituciones del Estado, en la práctica centralizado, que paulatinamente ha degenerado en una marginalización de la actividad administrativa de las instituciones públicas y muestra su dramática situación en imágenes dantescas, como las instituciones médicas, hospitalarias, educativas, carcelarias y pare usted de contar.

Como corolario de ello, este desorden de la administración del Estado ha permitido que en el actual régimen, existan bandas armadas que paulatinamente han ampliado el control de antiguos callejones, zanjones y veredas, a barrios enteros y hasta poblaciones, como el caso de Los Valles del Tuy, donde una banda de delincuentes conformada por más de 120 forajidos, mantiene en zozobra a más de 100 mil personas.

Estos y otros detalles progresivamente muestran el lado oscuro de una estructura político-administrativa que delatan a un Estado transgresor de los derechos más básicos de los ciudadanos, como el deber de todo Estado de amparar, proteger y defender la vida de los ciudadanos.

El actual desorden que permite el régimen que detenta el control del Estado, peligrosamente bordea los límites de la cerca en Miraflores, centro del poder político y administrativo en Venezuela.

Las circunstancias que dieron lugar a las revueltas en 1958, 1989 y 1992, por solo mostrar tres acontecimientos en la historia venezolana reciente, vuelven dolorosamente a hacerse presente.

En la actualidad la sociedad venezolana parece encontrarse nuevamente sola, frente a un régimen despótico, hipócrita, autoritario, inepto y mentiroso, y una oposición que en los últimos meses parece “guabinear” para ser aceptada por quienes otrora fungían como defensores de los derechos humanos, y quienes a su vez, se decían paladines de la libertad del pueblo.

Solo los estudiantes, como históricamente ha sido, alzan su voz y sus manos, junto a una ciudadanía confusa, y escasos líderes políticos, para reclamar sus justos derechos.

Este no es tiempo de silencios. Hacerlo es muestra de cobardía y sumisión.

 

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@camilodeasis