Carlos Blanco: La violencia, vieja meretriz

Honor a los estudiantes caídos. Honor a los heridos, torturados, presos, desaparecidos, perseguidos, allanados y enjuiciados en esta terrible semana para Venezuela. Así debían comenzar estas líneas y tal vez detenerse acá para que el silencio del duelo sustituya las palabras. No conocí a estos estudiantes, pero en tiempos ya remotos conocí a otros que cayeron en torturas y balazos, y el dolor que embargaba a universidades y liceos era indescriptible, abisal. Así es hoy.

Analizar hechos políticos atravesados por la muerte siempre es tarea difícil pero es la tarea de hoy. Hay premisas que es necesario establecer. Las protestas y manifestaciones del 12 de febrero fueron pacíficas hasta su conclusión, bajo la conducción de los dirigentes que las promovieron y apoyaron. Después de concluida la marcha de Caracas los grupos paramilitares del gobierno atacaron con violencia extrema y dispararon a matar. El pequeño grupo que quedó y lanzaba piedras, ni respondía a los objetivos de la marcha ni a sus dirigentes. El doloroso resultado se conoce y los testimonios del periodismo de calle acusan una y otra vez a los autores materiales e intelectuales de los crímenes. Los hechos se saben, pero rondan las preguntas, la fundamental de las cuales es por qué el Gobierno propicia un nivel estrepitoso de violencia y por qué le encomienda la tarea a los paramilitares que ha creado, armado, consentido y financiado.

RÉGIMEN DÉBIL. Lo cierto de todo este asunto es que aunque algunas unidades de la GN han sido brutales en la represión, así como comisarios del Sebin, y grupos de la Policía Nacional, el grueso de esos cuerpos no quiere obedecer órdenes ilegales como las que ahora dictan Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Miguel Rodríguez Torres. Las fuerzas militares y policiales no solo están conscientes de que crímenes contra los DDHH no prescriben sino que saben que el Estado rojo se viene abajo por su descomposición interior.





Las fracturas institucionales son múltiples; el Estado se deshace y la crisis económica carcome los cimientos de un poder fundado en la renta petrolera. La escasez, buque insignia del desastre despiadado que asedia a los venezolanos, no tiene forma de remediarse por un par de razones: no hay dólares para importar lo necesario, ni hay producción interna debido a la ruina, trepada en las ancas de la revolución bonita. No tienen ninguna solución manejable para solventar estas hecatombes salvo una sola que ya les es imposible adoptar: cambiar radicalmente sus concepciones y el sentido de sus políticas. Maduro hizo un amago y no pudo, quedó atrapado entre “la derecha endógena” y la izquierda exógena. No se pudo mover y ahora, petrificado, menos aún.

El haber apelado a “los colectivos”, los grupos paramilitares financiados, entrenados y adheridos al gobierno es una revelación de la debilidad del régimen. Significa que no cuenta para enfrentar las demostraciones de descontento y reclamo social, al menos en forma incondicional, sino con estos grupos. No quiere decir que no haya militares, policías políticos y uniformados, que no estén dispuestos a disparar a mansalva, pero sólo estos paramilitares sangrientos lo hacen de modo uniforme y gozoso. Maduro quedó atrapado más que nunca entre ellos y Diosdado.

EL GOLPE DE ESTADO. Para enfrentar el vigor de la protesta popular y estudiantil, así como justificar el despliegue criminal de grupos de mototerror, ha renacido la tesis del golpe de estado. Quien esto escribe no duda que existan militares que por las mismas razones argumentadas por Chávez en 1992 quieran sublevarse, pero no obedecen a la dirección opositora en ninguna de sus variantes.

Ya lo dijo Antonio Ledezma hace pocos días. Si hay un golpe de estado en marcha quiere decir que la Fuerza Armada está dividida, que no es cierto que esté “unida monolíticamente”, como se decía antes, alrededor del ilegítimo Presidente. Porque, debe recalcarse, no hay golpe de estado sin militares; todo lo demás son suspiros a la luna. Pero si el gobierno ha debelado un golpe de estado sería conveniente conocer los nombres de los jefes. ¿O es que no saben si hay golpe? ¿O es una mera patraña para impedir la protesta y convertir en acusados a los dirigentes opositores?

Hace días fueron convocadas Asambleas de Ciudadanos para discutir “la salida”. A una de ellas asistí. El objetivo proclamado por todos fue discutir las formas del reemplazo constitucional de Maduro y, además, todos los oradores insistieron en dos temas básicos: la protesta no violenta y la unidad de las fuerzas democráticas. En paralelo se dieron protestas estudiantiles ferozmente reprimidas, fundamentalmente en los estados andinos, y con motivo del Día de la Juventud, el presidente de la FCU-UCV, en la misma Asamblea, convocó una concentración pacífica el 12 de febrero en la Plaza Venezuela. Nadie se planteó que las manifestaciones y marchas fuesen violentas, entre otras razones además de los principios, por una elemental: la violencia conviene al gobierno porque aleja a los moderados, aísla las vanguardias y les es más fácil reprimirlas.

LA MANIOBRA. La semana pasada alerté sobre la amenaza en contra de tres dirigentes. El parágrafo que encabezaba mi columna era el siguiente: “Acusar o sugerir que Antonio Ledezma, Leopoldo López, María Corina Machado, la Movida Parlamentaria (MP) y los demás promotores de “La Salida” están en el fomento de un golpe de estado es una de dos cosas: una delación, si realmente los denunciantes creen que esos dirigentes conspiran; o un crimen, aun cuando sea culposo, porque es lanzar la jauría en su contra. Por estos días se observa a altos funcionarios y al aspirante a sustituir a Maduro, el gobernador del Táchira, centrados en López como responsable de disturbios, para lo cual la idea de que él busca un “atajo” no hace sino tenderle la cama a la represión.

Aquella conjetura ha tomado cuerpo. Todos los dueños del poder se han lanzado en manada feroz en contra de estos dirigentes, orden de aprehensión en contra de López, amenazas de allanamiento de la inmunidad parlamentaria a María Corina, provocaciones e insultos al por mayor hacia Ledezma. Estas injurias buscan encubrir actos de violencia cometidos por el Gobierno para criminalizar la disidencia.

Es comprensible lo que hace un gobierno débil y desesperado; lo que no es comprensible es que del lado de enfrente haya quienes, so pretexto de desmarcarse de “los radicales”, acompañen o se hagan los locos ante la persecución a la que se ven sometidos dirigentes recios que encarnan una visión de la lucha, que también es democrática, constitucional y pacífica. La discrepancia es un derecho de cualquiera, acusar, aunque sea “en privado” de lo que el gobierno acusa, es una vileza que facilita la represión.

Twitter @carlosblancog