Gonzalo Himiob Santomé: La heroicidad silente

Gonzalo Himiob Santomé: La heroicidad silente

thumbnailgonzalohimiobSon muchos los gestos, las palabras, los detalles. Tiempos tan turbulentos como los que estamos viviendo nos llevan a los extremos y nos muestran, tanto de nosotros mismos como de los demás, nuestras mejores y nuestras peores versiones. El ambiente, la tensión, las cargas diarias, acompañadas ahora por el miedo cierto y concreto de ser víctima de mucho más que de la ya por sí misma inclemente realidad cotidiana, nos han llevado a revisarnos y a conocernos y forzar nuestros límites. Nuestra absoluta indefensión, y el temor a ser víctima de algún abuso de las fuerzas desbocadas del poder o de la locura criminal de los “colectivos” que, más allá de cualquier duda, no son más que grupos de delincuentes que ahora, ciegos a su carácter prescindible, actúan amparados por el poder -por ahora- nos han puesto a prueba como nunca antes en toda nuestra historia republicana.

El venezolano en general se ha mostrado entonces como es en realidad: No han faltado la “viveza”, la mezquindad, el “pescueceo”, el oportunismo, la indiferencia ni, por supuesto, la violencia. Esas formas de ser, esos rasgos laten en nosotros, como colectivo, y son parte de nuestra idiosincrasia no idealizada. Incluso en momentos de relativa normalidad, nos vemos enfrentados a ellos y los padecemos, y aunque nos llenemos la boca con los cuentos que a veces nos metemos sobre nuestro gentilicio, todo eso ha aflorado, especialmente en quienes tienen más miedo (porque saben que su poder se tambalea) de manera clara e incuestionable.

Pero también, y he aquí el foco de esta entrega, se han puesto en evidencia, con la misma contundencia e intensidad, otros rasgos de nuestra venezolanidad que son particularmente luminosos. La solidaridad, la conciencia de la necesidad de dar un giro de timón a nuestro navío; la lucidez, la valentía y la inteligencia también se han mostrado en los actos y desempeños de muchos actores “públicos”, por llamarlos de alguna manera, pero más claramente y de manera más amplia en miles y miles de ciudadanos que, sin tener acceso a la notoriedad mediática, por ejemplo, ponen cada día lo mejor de sí mismos para que esta oscuridad que todo lo arropa en este momento sea superada.





Un taxista nos lleva a tribunales, un sábado, a trabajar en las audiencias de presentación de varias decenas de manifestantes días atrás ilegítimamente privados de su libertad. Al llegar a nuestro destino se niega a cobrarnos la carrera. “Estamos en la misma lucha”, nos dice, y nos encomienda a Dios antes de dejarnos allí. Se ofrece además a buscarnos luego si lo necesitamos. Es “su grano de arena”, nos dice.

Una señora, elegante y serena, se acerca a varios jóvenes que acaban de ser liberados bajo medidas cautelares tras una audiencia que ha durado toda la noche, y sin siquiera decirles su nombre les pregunta si ya han comido o no y si tienen cómo llegar a sus casas. Casi todos tienen a sus familiares esperándolos, pero uno o dos están solos y no tienen cómo moverse de allí. La señora, sin siquiera saber quiénes son esos muchachos, les ofrece de inmediato alimento y transporte, y se lleva de allí, sin miedo alguno, a esos “extraños” a los que aunque sea por unos instantes cuidará como si fuesen sus propios hijos.

Un funcionario público, que tampoco identificaré por supuesto, nos hace llegar, escrita a mano, una lista de jóvenes que están detenidos en un sitio determinado, que tienen ya mucho tiempo más del plazo previsto legalmente para ser presentados ante la fiscalía sin que el cuerpo de seguridad que los somete lo haya hecho. “Háganlo público” –nos dice- “no vaya a ser que los retengan para maltratarlos, para matraquearlos o para algo peor”. Inmediatamente, tal como vino, se va. Sabe que se está jugando su sustento en la movida, pero ve lo que está pasando y no está de acuerdo con los abusos del poder. Hacemos pública la existencia y lugar de reclusión de estos detenidos y, como era de esperarse, por “arte de magia” aparecen oficialmente bajo la custodia del gobierno varias personas que, hasta ese momento, eran dadas por “desaparecidas” por sus familiares.

Un militar -acá, allá, eso ahora no viene al caso- se niega a cumplir la orden de salir a reprimir a un pueblo, que él y todos lo saben, no está haciendo más que ejercer sus derechos constitucionales a expresar su descontento y protestar en paz y sin armas. Se lo hace saber a su superior, que de inmediato le tilda de “escuálido”, de “traidor” y de “apátrida” y ordena su arresto disciplinario. Mientras pasa la noche en la soledad de su celda de castigo, teme por supuesto por su destino y por su futuro, pero a diferencia de Nicolás, incluso en esas condiciones, el militar del que les hablo sí duerme tranquilo. Tiene de almohada su conciencia limpia, y sabe que las únicas órdenes que debe acatar son las que sean cónsonas con nuestra Carta Magna y con el mandato de Bolívar, que maldijo al soldado que por las razones que fuera alzara sus armas contra su propio pueblo.

Una hermosa mujer humilde, allá en las alturas de su barrio, desde las que ve Caracas como quizás ninguno de nosotros la ha visto jamás, llega de un Mercal sin leche con la que alimentar a sus hijos. La embarga una tristeza más densa, además, porque a la entrada de su calle el malandro de turno le cobró su “peaje” quitándole lo poco que todavía le quedaba de su quincena después de su compra mermada. La terrible inseguridad, protestas aparte, sigue presente y haciendo de las suyas, sin distinciones. Es mujer venezolana, resteada y guapa como la que más, así que igual se las arregla para poner comida en la mesa con lo que tiene. A pocos minutos de haber acostado a sus muchachos, el líder de uno de los “colectivos” de su zona toca su puerta. Le pide un café y le cuenta que al día siguiente Maduro ha convocado a una concentración en la avenida Bolívar, y le advierte sin mucho preámbulo que se espera que ella, y toda su familia, asistan.

La mujer se le planta, y sosteniéndole la mirada le dice que no irá. Ya es demasiado abuso, demasiada incapacidad, demasiada torpeza la que ha tenido que aguantar. Ella no “guarimbea” ni marcha, pero tampoco le ríe ni le reirá más las desgracias a Maduro. El hombre se queda de una pieza, jamás esperó que la señora le saliera “respondona”, pero algo en los ojos de ella le dice que es mejor retirarse sin chistar. Hay arrecheras, y valentías, con las que no se juega.

Todo lo que les narro es real. Ha pasado y está pasando. Cuando la gente me pregunta en la calle “qué puede hacer” por nuestra nación, respondo que la clave está en poner lo que mejor hacen, sea lo que sea, al servicio de los demás, sin distinciones ni pretensiones, pero con valentía y con los valores por delante. Esa es la mejor, y más necesaria ahora, heroicidad: La silente, la de los que, en cada uno de sus espacios y a su manera, tiene claro cómo marcar la diferencia.
@HimiobSantome