Juan Guerrero: Insultos de botiquín

Juan Guerrero: Insultos de botiquín

thumbnailjuanguerreroEn uno de sus últimos libros la extraordinaria historiadora Inés Quintero, refería que en tiempos de la Guerra de Independencia no todos se la pasaban en lucha contra el imperio español ni tampoco defendiendo a los patriotas.

Había personas obsesionadas con su cotidianidad. Con su instante específico de vida. Mujeres que esperaban a su prometido para casarse, aunque la iglesia estuviera en ruinas y el cura famélico de tanta hambre padecida.

Y eso está ocurriendo ahora cuando vemos por las calles cómo transitan venezolanos a su trabajo, a realizar sus diligencias como si nada estuviera sucediendo bajo sus pies. Se bajan del vehículo y apartan escombros sin preguntar a nadie nada.





Pero irremediablemente la realidad es cambiante y en el caso de la Venezuela del siglo XXI, está cambiando aceleradamente y no es posible lograr detener ese tránsito hacia adelante.

Nos empuja la realidad del presente. Y este hoy muy pocas personas desean seguir viviéndolo.

La gran mayoría de los venezolanos tenemos al menos, una razón para salir a la calle y colocar una bolsa de escombros para hacernos presente y decirle NO a un gobierno, que de tanto autoritarismo devino régimen militarista, y desde hace un tiempo para acá, mostró el delirante, terrorífico y dantesco rostro del fascismo.

Ya los insultos y demás improperios que por años signaron el discurso de un régimen personalista y totalitario, pasaron ahora a ser ejecutados en planes de agresión física generalizada contra la población civil, desarmada e indefensa.

Abandonados a la buena de dios los venezolanos hemos tenido que ir acostumbrándonos a sobrevivir bajo el estigma de ser llamados apátridas, sifrinos, escuálidos, y últimamente chukys, entre un mar de improperios que denotan la necesidad que tienen quienes detentan el poder del régimen, en etiquetar a todo aquel que piense diferente y por tanto, sea visto como opositor.

Pero quién no va a estar opuesto a la delincuencia e inseguridad que se vive en Venezuela. Quién no va a estar opuesto a las miles de toneladas de alimentos que en los últimos años el régimen ha dejado que se pudrieran, por negligencia. O quién no va a estar en desacuerdo al ver a las instituciones hospitalarias en ruinas y con más de 200 insumos y medicinas que no se consiguen. Sin mencionar los desaparecidos alimentos de la cesta básica.

El venezolano encuentra ahora que su padecimiento también lo sufre el vecino y el de más allá, y quien está más abajo, y el otro y aquel también. Por eso en la calle encuentra solidaridad y su voz y manos se entrelazan para construir un muro de contención ante tanto escandaloso terror de Estado.

Esta rebelión no es contra el llamado pueblo chavista. Ellos lo saben muy bien. Los chavistas de corazón reconocen que quien les mantiene la boca apenas llena con un mendrugo de pan, son una camarilla de inescrupulosos y forajidos jerarcas que se han apoderado hasta de la tranquilidad de los venezolanos.

En los barrios los ciudadanos decentes no llaman a los estudiantes que luchan en las calles, ni sifrinos ni mucho menos chukys. Decentemente les dicen los “muchachos buenos” o los “chamos de bien”.

Apenas días atrás mientras participaba en una marcha por las calles del oeste y centro de Barquisimeto, observé cómo los vecinos salían con sus jarras de agua y llenaban sus vasos para darles de beber a esos valerosos estudiantes.

En esos rostros de gente humilde no observé odio ni rencor. Por el contrario, había solidaridad humana, bondad y mucho, mucho deseo de participación en una lucha que  en definitiva, es la misma lucha por un destino más digno y justo.

Del fondo de esas casas, de talleres mecánicos, detrás de los ventanales, encaramados en las platabandas o saliendo al portón de envejecidas cercas, ancianas en batolas, hombres barrigones sin camisas, mujeres prematuramente preñadas o con chamos entre los brazos, ancianos y niños, curiosos y ávidos por saber, escuchaban a estudiantes mientras tomaban esa agua solidaria. Ellos hablaban y todos en silencio escuchaban.

Nadie insultaba. El ambiente caluroso de la tarde era seguido por comentarios de anónimos habitantes quienes daban bendiciones a esos jóvenes convertidos en improvisados misioneros. Ellos devolvían en palabras esa agua bendita que casi de casa en casa, ofrecían los parroquianos.

Entre el pueblo llano y amplio no hay diferencias más allá de aquellas que por razones educativas o económicas se pueden observar. Frente a ellas, todos queremos y buscamos el ascenso social para igualarnos hacia arriba, por derecho y con esfuerzo.

Sé que la verdad y la razón están del lado de la mayoría de los venezolanos. Posiblemente las estrategias, los métodos no sean los más adecuados. Estos se han dado por sobrevivencia y en defensa legítima de la vida y bienes. Todos soportados en la Constitución nacional venezolana vigente.

[email protected]

@camilodeasis