La madre que llora

La madre que llora

madres protestas

En Venezuela, la ley de vida está a la inversa: miles de hijos no velan a sus padres, sino que son los propios hijos los protagonistas de los funerales y quienes les vieron nacer son los que les velan.

Eduardo Salazar De Peñaranda/ elTOQUE





El hampa, suena como un monstruo, da temor, y se cuela por cada parte de nuestros intestinos con miedo, pavor, dolor…. Lo último que queda es la resignación. Parece que los venezolanos, incluso antes de que les den un tiro, ya están resignados… a que en cualquier momento, un hijo de la sombra, un ser sin humanidad, un reflejo de la peor sociedad vista en este país les plante un epitafio en la frente.

Pero algunos levantan la voz contra la inseguridad. O mejor dicho, son muchos pero no todos se atreven a decirlo en público, más allá del cotilleo en el supermercado, en la mesa a la hora de comer (lo que se encuentre) o en la oficina. A puerta cerrada. Con sigilo en el discurso. Mesurados, crucificados con nuestras propias verdades, con una mordaza en lugar de clavos. Callados. Así están las cosas.

Una de esas madres que tanto se ven en este país; con una cruz a cuestas, con el peso de la pérdida en la espalda, con el rostro desfigurado por la tragedia y la voz engolada con la marcha fúnebre, la vi montada en una tarima este fin de semana, con el valor que le sobra y la fe como bandera, reclamaba a la muchedumbre que la ayudaran a corear “justicia” por su hijo asesinado el 12 de febrero, durante las manifestaciones estudiantiles. Esta señora parió a Bassil Da Costa; hace 23 años celebraba su nacimiento, y ya lleva 40 días llorando su muerte.

Como ella, hay otras madres repartidas en la geografía venezolana, ejemplo la progenitora de Geraldine Moreno, otra que quedó tendida en el pavimento con sus consignas de democracia, y miles más, separadas de estas revueltas registradas en el último mes, pero con el mismo filo de la impunidad, la desgracia y la desestructuración social.

Más allá de las protestas, en Venezuela existen innumerables mujeres que lloran a sus hijos asesinados. La madre de Carlos, caído en Petare por una bala perdida en medio de una fiesta; la de Cristal, abatida en la Cota Mil en el fatal desenlace de un secuestro exprés; o la de Pedro, ultimado por confusión en Catia cuando una banda criminal pretendía un ajuste de cuentas.

Voces que se pierden con el eco de la indiferencia. Gritos que se ahogan en la penumbra de laviolencia. Reflejar todas las malas experiencias sería imposible, contar cada historia de sufrimiento se volvería una obra sin fin. Por eso quizá se olvidan. Por ello tal vez los asesinados en este país de América Latina son sólo números, de pronto de color rojo – paradójicamente – y ya.

Ignorar lo que padece la sociedad venezolana se ha vuelto una estrategia del gobierno. Mientras que intensificar los problemas, una treta de la oposición. El meollo del asunto: la atención a lo que cada día afecta a los ciudadanos, una insolencia para los que están arriba, y una amenaza latente para los de abajo. Una suerte de explicación a este párrafo serían las guarimbas. Una especie de explicación a todo el texto podría significar represión.

Los estudiantes en los meses de febrero y marzo han sido la muestra del clamor popular.

Empero, con estas manifestaciones también se ha demostrado que la libertad de expresión se vapulea al antojo de quien esté al mando. Por lo que retomando la idea principal, existe pánico de decir lo que se siente, o se padece. Señal de esto, son los más de 30 venezolanos que en las últimas semanas han intentado vencer ese terror (impuesto sistemáticamente) y les han arrebatado no sólo el derecho constitucional de manifestarse, sino el derecho a la vida.

La libertad de expresión agoniza al momento en el que una periodista (Mildred Manrique) es detenida por tener equipo anti-motín en el ejercicio de su profesión. Cuando una televisora (NTN24) es cerrada por transmitir las batallas entre manifestantes y la Guardia o la Policía. Y, en este punto, quiero hacer énfasis: la mayoría de quienes protestan violentamente no representan al movimiento estudiantil, y mucho menos a habitantes de Chacao, Baruta u otros municipios. De eso hay suficientes pruebas con videos en Youtube, en el que se observan colectivos armados (no digo que adeptos al madurismo pero sí son bandas ilegales y consentidas por los cuerpos de seguridad pues actúan a su diestra) haciendo de las suyas, intimidando a la población.

Entretanto, la pregunta que surge en la esfera política es: ¿puede o no un alcalde reprimir una “guarimba”? La respuesta de parte de los ayuntamientos es que no, puesto que sus policías responden a la prevención, y no están equipadas para imponer el orden público. Sin embargo, el Tribunal Supremo de Justicia supuestamente echa por la borda lo establecido en esa ley, y ha detenido y encarcelado a dos alcaldes. Enzo Scarano de San Diego, destituido y tendrá que pasar 10 meses privado de su libertad. En cuanto a Daniel Ceballos de San Cristóbal, se está a la espera de la decisión sobre su destino.

Un giro de tuerca se tendrá que esperar. Por ahora, los presos, presos seguirán. Los estudiantes replegados. Los ciudadanos acallados. Los medios por la línea del medio según sus intereses. El gobierno tratando de enderezar el rumbo de Venezuela, y la oposición, bueno la oposición resignada, o más bien buena parte de ella se encuentra entretenida en otros asuntos.

No obstante, las madres de Bassil, o de Carlos, Cristal o Pedro no olvidan por qué “luchan”. La señora que se está muriendo de cáncer y no tiene el medicamento por falta de divisas no deja pasar el porqué está descontenta. El padre que hace cola por pañales o leche, mucho menos. Así como tampoco lo hará la familia de una ex compañera de trabajo de Noticiero Venevisión, Adriana Urquiola, asesinada por un hombre que disparó más de 8 veces contra una barricada (hecha por vecinos) en Los Nuevos Teques, la desafortunada mujer estaba embarazada, iba a su casa y era ajena a la manifestación.

En Venezuela se vive la ley del más fuerte. Por esa razón, muchos se resignan para cuidar sus vidas. Otros alcaldes pondrán “mano dura” para mantenerse en sus puestos. Millones continuarán como si nada hubiera pasado tratando de llegar a fin de mes, con algo que comer y corriendo temprano a casa para no ser víctima de la delincuencia.

Las lágrimas de las madres que lloran serán algún día un río de libertad. Que nadie olvide que el silencio también tiene su tiempo; el miedo también se vence.