Manuel Malaver: La barbarie del “Socialismo del siglo XXI” en la UCV

Manuel Malaver: La barbarie del “Socialismo del siglo XXI” en la UCV

thumbnailmanuelmalaverIrrumpieron gritando, insultando, atropellando, quemando, disparando y torturando los paramilitares que el gobierno llama “colectivos”, la mañana del jueves en la UCV.

Era, en sentido estricto, otro asalto de los que, desde hace mes y medio, vienen perpetrando en la mayoría de las universidades del país, pero ahora, como nunca, evocando el grito con que el general Millán Astray tomó la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936: “¡Viva la muerte y muera la inteligencia!”

La Universidad Central de Venezuela, UCV, durante 250 años la casa matriz del conocimiento, la ciencia y la cultura venezolanas, arca y reservorio de la más hondas tradiciones republicanas y democráticas y llamada, con justa razón, la “Casa que Vence la Sombras”.





Por tanto, odiada, hostigada, perseguida, acosada, transgredida y no pocas veces cerrada por dictadores de todos los pelajes, como si un repique, que ya internalizaron, les chamuscara más y más los instintos: “UCV o dictadura”.

Guzmán Blanco, Castro, Gómez, Pérez Jiménez serían los primeros retratos de esta galería siniestra donde el oscurantismo se ha acidificado en el tiempo, y el jueves se le incorporó Maduro, un dictador ágrafo por más señas, mascullador de unas peroratas tan ripiosas, como aburridas, sin profesión ni nacionalidad conocidas, y según todos los indicios, agente de un cuerpo de seguridad de Cuba, el G-2, cuyos matones usa a discreción para masacrar venezolanos.

Y esa característica lució el jueves en el ataque a la UCV, el particular ensañamiento con los estudiantes que se opusieron a la agresión, que no solo fueron golpeados, acorralados, torturados, sino desnudados, fotografiados y expuestos antes equipos fotográficos y cámaras de televisión, como para que los vieran y se sintieran en los últimos escaños de la indefensión.

Práctica común en las cámaras de tortura de la KGB soviética, la Gestapo nazi, la OVRA (Organización de Vigilancia y Represión) de Mussolini, la BIS (Brigada de Investigación Social) franquista, la SN (Seguridad Nacional) de Pérez Jiménez, la DINA de Pinochet, la “Triple A” de Videla y el G-2 cubano.

Pero que jamás rodaron hasta el extravío de aplicarlas en público, y ante equipos fotográficos y cámara de televisión, como si de lo que tratara, no es solo de aterrorizar a los disidentes, sino de sembrar el pánico en todo un país.

En otras palabras: que otra originalidad, o novedad del “Socialismo del Siglo XXI”, esperpento político, económico e ideológico cuyo objetivo central ha sido destruir la nación para entregarle sus ruinas a los dictadores octogenarios cubanos, Raúl y Fidel Castro.

Un desgobierno en todos los términos, traidor a Venezuela, constituido por extranjeros, y sicarios de extranjeros, por narcomilitares y malvivientes de todos los signos y colores y que, tal como se demostró el jueves en la UCV, está decidido a llegar al genocidio con tal de someter al país.

Pero no lo lograrán, porque no se puede manipular a 30 millones de venezolanos desde una estafa cometida a plena luz del día, cuyo fracaso ha quedado en videncia no de ahora, sino desde que colapsó la Unión Soviética y que respira solo por la decisión de una pandilla de criminales de preferir irse a los cementerios antes que a las cárceles.

Y que es encabezada por una nueva “Banda de los Cuatro” (Maduro, Ramírez, Cabello y Rodríguez Torres) llegados los primeros de la anonimia y el clandestinaje más sospechosos, y los segundos, de ilegalidades como secundar dos golpes de Estado, y luego enriquecerse con todas las corruptelas imaginables jugando a dárselas de “revolucionarios” ultrarradicales.

Rodríguez Torres (y que general), iniciador de las torturas contra la oposición desde los tiempos en que fue Director de la DISIP (hoy SEBIN), y protector de narcotraficantes como, José María Corredor Ibagué, alias “El Boyaco”, figura prominente del cártel del Valle, a quien tuvo preso “el general” en el Helicoide durante seis meses, con las más extremas consideraciones, puesto que, tenía televisión por cable, computadora con Internet y cocinero particular, disfrutando de noches fabulosas en bares, restaurantes y clubes de Caracas, donde alardeaba de su poder como prisionero que vivía en el hotel “5 estrellas” que era la DISIP de Rodríguez Torres.

Hasta que una noche se fugó, asistía a un festival de ballenatos, y no regresó al hotel, dijo el ministro del Interior de entonces, Jesse Chacón, que por un soborno tramado con las autoridades del hotel por 600 millones de bolívares.

Pero investigaciones posteriores demostraron que Chacón se equivocó en un cero (gajes del oficio), y que la cantidad alcanzó los 6.000 millones de bolívares (150 millones dólares para la época).

Que de algo servirían al y que general, pues despedido de la gerencia del hotel, regresó al gobierno para otros cargos, y al final, como ministro del Interior de Maduro.

Sin lugar a dudas, es el planificador y ejecutor de la represión que, en el último mes y medio, cuesta la vida a casi una cincuentena de venezolanos y con la misma brutalidad y sangre fría que revelaron los capos de los carteles colombianos de la droga en los 90, y ahora los de los carteles mexicanos.

“El Cartel de los Soles”, un nombre sugestivo, y el del Líbano, muchísimo más, constituido, el primero, por generales de la Guardia Nacional, y el segundo, por miembros del Hezbolá que son figuras prominentes en el régimen.

Dos miembros de los mismos, que después terminaron desertando de sus filas y pidiendo asilo y protección al gobierno de los Estados Unidos, han hablado de sus fechorías, sus negociados, conexiones, pistas de aterrizaje y cómo son protegidos desde el altísima administración: Walid Mackled, exvalido; y Eladio Aponte Aponte, exMagistrado del TSJ.

Hablaron de muchas, muchas confidencias, secretos, misterios, complicidades, quizá la mayoría reales y alguna que otra imaginada, pero sin llegar a sospechar que un día el “Cártel de los Soles” y el “Cártel del Líbano” controlarían al gobierno de Venezuela.

Pero sobre todo, que en poco tiempo llegarían acumular tal cantidad de cinismo, desvergüenza y miedo como para torturar a estudiantes desde los espacios sagrados de la UCV.

Vesania solo comparable a las atrocidades que los carteles colombianos de la cocaína habían perpetrado en los 90, y ahora los mexicanos, en otra demostración de hasta donde pueden llegar las fracturas que los negocios, la política y las ideologías provocan en las sociedades del siglo XXI.