Quién me ha robado el mes de abril por @felixseijasr

Quién me ha robado el mes de abril por @felixseijasr

FelixSeijasRMe gusta la música de Sabina. La canción que lleva por nombre el título de este artículo fue la primera que escuché de él. Trae a mí los recuerdos de una adolescencia feliz, no por ser extraordinaria, sino más bien por ser normal, por haber tenido la oportunidad de hacer las cosas que un muchacho de esa edad tiene derecho a vivir. No tengo hijos –por ahora- pero sí sobrinos, y me preocupa y me duele profundamente que ellos no tengan esa oportunidad que yo disfruté.

No voy a tratar de hacerle entender a un seguidor del proyecto chavista –o seguidor de lo que él entiende que es ese proyecto-, que cuando yo era adolescente salía a las fiestas y mis padres se quedaban en casa con una preocupación no mayor a las asociadas con los conocidos excesos propios de esa edad. Que en esos tiempos si me aburría en una de esas fiestas, salía a la calle, tomaba un taxi y regresaba a mi casa tranquilo, sin estrés. Que de madrugada caminaba el Bulevar de Sabana Grande con mi primo mayor Hugo José, entre decenas de personas que paseaban tranquilos su fin de semana. Que subía al Ávila de mis amores sin temerle a nada más que a un calambre o a una torcedura de tobillo. Que encendía la TV, y aunque no existían los cientos de canales por cable de hoy en día, podía sintonizar cualquiera de los cuatro disponibles y no iba a escuchar ninguna palabra bélica o descalificaciones vulgares, menos aun en cadena nacional, las cuales, de paso, eran muy pero muy pocas. Que sintonizaba el canal del Estado y encontraba al Tío Simón, sin hojilla y sin mazos. Que cuando andaba por la calle y veía a los policías metropolitanos de la época o a un militar, no sentía reservas, incomodidad o incertidumbre. Que jamás vi a un buen amigo irse de Venezuela más que por que a sus padres lo trasladaran de su trabajo a otro país. Que en el colegio estábamos preocupados por la muchacha que nos gustaba, por el examen que nos pondría el querido Profesor Natalio Cruz, por los coscorrones del Padre Martín y de no toparnos en una esquina con el temido Padre Herreros cuando estábamos “escapados” de alguna clase. Todo esto sin que esos pensamientos fueran perturbados por el malandro que nos podríamos encontrar en el camino de regreso a casa, o por la tendencia política que tenían los padres de un compañero, o por la duda de si mañana habría clases o no…

Y es que es tan difícil hacerle entender a unas personas que por años han creído en algo que les han sabido vender, que la inseguridad que vivimos no es una cosa mundial a la que hay que acostumbrarse, que los índices de homicidios semanales en Venezuela sobrepasan los registrados en países con serios conflictos bélicos, que no es algo normal que todos conozcamos a alguien a quien el hampa le ha quitado la vida, o que difícilmente exista una persona que esté leyendo estas líneas que no haya sido víctima de la delincuencia; que en otros países cuando ocurre un asesinato, la noticia dura semanas en los medios debido a su rareza; que los cuerpos de seguridad en esos países son aliados del ciudadano común y que no son temidos sino por el hampa; que el uniforme de estos funcionarios no es sinónimo de matraca; que en esos países cuatro años de gobierno son suficientes para mostrar resultados sólidos, de lo contrario, van para afuera; que quince años es tiempo de sobra para lograr una economía sólida y una sociedad que no viva de dádivas, sino de su trabajo; que en otros países, maestros, albañiles, vigilantes, profesionales y no profesionales pueden ir al mercado y comprar, con el dinero que ganan trabajando, lo necesario para alimentar a sus familias, sin necesitar limosnas del Estado. Que en esos otros países la gente no necesita tantos “beneficios” porque con su ingreso normal tienen acceso a lo necesario; que otros Gobierno, en lugar de regalar plata, se dedican a que los servicios públicos funcionen para que no les falle la luz ni el agua; que sus calles no tienen huecos y todos los años se construyen nuevas y mejores vías. Y que todo eso ocurre sin venerar a una figura política, sin estar obligados a pensar de una sola manera para evitar represalias que violarán sus derechos, y sin estar sentados sobre la reserva de petróleo más grande del mundo.





Sí, a los seguidores del oficialismo es difícil hacerles entender eso. Tan difícil como lo es hacerle entender a algunos opositores, que esos “chavistas”, en su mayoría, fueron o son hijos de quienes fueron víctimas de un sistema que en los ochentas y noventas los descuidó, gracias a una clase política que priorizó lo personal sobre lo colectivo, y que lejos de preocuparse por consolidar una sociedad de oportunidades, profundizó una cultura basada en el paternalismo, alimentada siempre por el mal ejemplo de la corrupción. Cuán difícil es hacerle entender a esos opositores que esos “chavistas” han sido víctimas dos veces, siendo la segunda una voraz manipulación que un líder carismático llevó a cabo con maestría, montado sobre carencias y malformaciones que los últimos veinte años de la “cuarta” crearon. Que ese líder les hizo creer que la actual clase política opositora es la misma de aquella fallecida “cuarta”, construyendo un puente imaginario, pero muy bien vendido, entre un Capriles y un Pérez o entre un Leopoldo y un Herrera. Cuesta hacerle entender a esos opositores que para esos chavistas la oposición huele mal, y así no les guste tanto lo que tienen, están convencidos de que es mejor que cualquier otra posibilidad existente. Que para ellos, el siquiera mirar otro canal distinto a VTV o emitir algún juicio que no esté en la línea del actual Gobierno, los puede arrimar a la posibilidad de perder privilegios de los que gozan, y que mal o bien, allí los tienen, así sean chucutos. Que para esos chavistas las únicas opciones que existen son la “cuarta” o la “quinta” y que tienen años escuchando que no hay nada distinto y que una mentira dicha cien veces suena a verdad. Qué difícil es hacer entender a ciertos opositores que la única manera de lograr un cambio es haciendo el esfuerzo sincero por comprender al “otro”, por comprender sus carencias, sus necesidades, sus realidades. Qué primero hay entender a ese “otro”, para entonces poder hablarle a la persona y no a un cliché.

Y qué difícil parece que todos entendamos, tanto opositores como oficialistas, que el “otro” no es el enemigo. Que esa idea del “enemigo” y los bajos sentimientos hacia él como la rabia y el recelo, nos lo “inocularon” a través de símbolos tales como “tú no tienes porque el otro tiene”, “no volverán”, “patriotas” y “apátridas”, “burgueses” y “dignificados”, “pueblo” y “escuálidos”. Cómo podríamos entender que todos compartimos un país y que, como he escuchado tantas veces al Padre Martín decirle a los novios al celebrar una boda, la felicidad de uno pasa por la felicidad del otro. Es decir, compartimos un país y lo que en él ocurre nos afecta a todos porque estamos irremediablemente unidos por “lazos que el cielo formó”. Este hecho nos convierte en un equipo en el que cada integrante está obligado a procurar el bienestar del otro, para así poder garantizar el bienestar propio. No hay otra.

El despertar, el florecer, son cosas que asociamos a la primavera boreal, al mes de abril. Amigo chavista, amigo opositor: mis sobrinos, tus sobrinos, tus hijos están creciendo en algo extraño, en algo que no es el debe ser, en algo que no merecen. ¿Quién es el culpable?: todos, cada uno a su manera. La cuarta, en sus últimos veinte años, socavó las bases del único período de estabilidad democrática que Venezuela ha disfrutado y que tanto costó a aquella generación del veintiocho. Chávez por su parte desperdició la oportunidad dorada de rescatar todo aquello y cambiar para bien los destinos del país. Y nosotros… si seguimos pegados en la cuarta y en la quinta sin pensar, sin crecer y sin darnos la oportunidad de “probar” algo distinto, creyéndonos ese cuento de que somos dos bandos, cegados en lo “mío” sin entender que el bien radica en lo “nuestro”, sin atrevernos a decir algo distinto a lo que un supuesto “líder” repite sin cesar, sin darnos cuenta de que en la diversidad está la riqueza, entonces también seremos cómplices de haberle robado a esos jóvenes su preciado mes de abril.

 

Félix L. Seijas Rodríguez

@felixseijasr