Las mujeres de Gabriel García Márquez

Las mujeres de Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez tenía una mente femenina. Sabía lo que pasaba en el alma de las mujeres. Eso lo tuvimos claro las redactoras de la hoy desaparecida revista «Cambio», publicación que Gabo y un grupo de periodistas compró en 1999. Durante los seis meses que trabajamos con «el maestro», como lo llamábamos, las mujeres fuimos testigo de lo cómodo que se sentía con nosotras. abc.es

Aida (izquierda) y Ligia, en su casa de Baranquilla
Aida (izquierda) y Ligia, en su casa de Baranquilla

Se acercaba sigiloso a nuestros escritorios, pedía permiso para sentarse, se tomaba un café, hasta cruzaba las piernas como si estuviera de visita en un salón de té. Nos preguntaba por nuestras vidas, los amores contrariados, nuestros padres, las historias de nuestra infancia, lo que hacíamos durante el fin de semana. Mucho le gustaban las historias de amor. Oía. Mucho. Y cuando nos veía «particulares», como solía describir ese estado anímico que raya entre la melancolía y el sinsabor, nos hablaba del matrimonio: «Si no hubiera sido por Mercedes, yo jamás habría sido Gabriel García Márquez. Cásense», nos decía. «Un buen matrimonio hace mucho bien».

Las tres vidas de García Márquez





Lo de casarse con la persona correcta, eso lo vine a entender cuando leí «Una vida», la biografía de 800 páginas –basadas en 300 entrevistas- que, sobre Gabriel García Márquez, escribió Gerarld Martin. Gabo había conocido a Mercedes cuando ella tenía 9 años. A los 14 de ella, él ya había decidido que se casaría con ella (como en efecto lo hizo el 21 de marzo de 1958). Decidió probar mundo. Gabo viajó a Europa –y mantuvo amores con Mercedes por carta- y, entretanto, se enamoró de otras: la más importante: Tachia Quintana, actriz de teatro, nacida en el País Vasco, independiente. Fue un romance importante en su vida. Gabo perdió un hijo con Tachia tras un aborto. «Tenemos tres vidas», le dijo a Martin cuando éste intentó indagarle sobre el tema de Tachia. «La pública, la privada y la secreta. No quiero hablar de la secreta».

En la biografía, Martin concluyó lo siguiente: «En Mercedes, Gabo eligió con absoluta determinación a una mujer de su propio entorno, alguien que entendía exactamente de dónde procedía y qué lo movía». Esa clarividencia, la de saber qué le convenía y cuándo debía hacerlo, Gabo la aprendió de las mujeres que lo criaron en su casa. En sus Memorias, Gabo confiesa que «su intimidad con la servidumbre pudo ser el origen de un hilo de comunicación secreta que creo tener con las mujeres, y que a lo largo de la vida me ha permitido sentirme más cómodo y seguro entre ellas que entre hombres. También de allí puede venir mi convicción de que son ellas las que sostienen el mundo, mientras que los hombres lo desordenamos con nuestra brutalidad histórica».

Sobre mujeres, hay que entender que Gabo no pasó los primeros diez años de su vida junto a su madre quien dejó su primogénito a cargo de su padre Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán. Junto a ellos vivía una tribu de tías fundamentales en la formación mágica de Gabo. Y sus hermanas, cuatro de once hijos que en total tuvieron Luisa Santiaga Márquez y Gabriel Eligio García, los padres de Gabo.

Aida y Ligia

Pocas veces Gabo habló de ellas. Una vez, no más, contó la historia de cómo su mamá se sentía más orgullosa de tener una hija que había sido monja que un hijo Nobel de Literatura. Y sin embargo, en ese periplo que ABC hizo por la costa Caribe hace un año y medio largo, cuando ya se intuía que Gabo estaba débil, encontramos a dos de ellas –Aida Rosa, la monja, nacida en 1930 y Ligia, nacida en 1934- viviendo en Barranquilla, ciudad caribeña, a una hora de Cartagena.

Fue un encuentro breve. Las hermanas veneraban a su hermano mayor y poco querían exponerlo. Tres cosas llamaron la atención. En su apartamento diminuto, en el que viven juntas, no había una sola foto de Gabo –sólo de su madre, de su padre y de sus otros hermanos-. El sitio estaba lleno de flores de plástico de colores vivos -verde perico, rojo alacrán, amarillo ahuyama- y querían, mucho, que Gabo llegara de México y muriera junto a ellas, en Colombia.

Aida, en ese momento, estaba terminando sus memorias porque ya sabía que Gabo se moría. Las tituló «Gabo, el niño que soñó a Macondo». Es un libro lleno de datos y confidencias, como, por ejemplo, que Gabo por poco muere de asfixia durante el primer parto de Luisa Santiaga. «Mi abuelo decía que (Gabo) era su napoleoncito. Ya había intuido que él iba a ser una persona muy grande. Él era el líder, el que manejaba todo como si fuera ya una persona adulta. Gabito fue muy maduro desde pequeño. Era un genio para todos. La abuela no soportaba su preguntadera. Le contestaba cualquier cosa, porque a veces la ponía en aprietos.Íbamos al cine, al circo, a toda parte, esa era una escuela para nosotros. El abuelo nos interrogaba y teníamos que contar todo lo que veíamos. Gabito era el dueño del corazón de todos. Cuando iban a hablar las personas adultas nos separaban, pero no a Gabito. Permanecía entre las piernas del abuelo viendo, sin despabilar, para que no se me fuera ningún detalle de lo que estaban hablando. Así era en todo. Gabito además de ingenio le ponía magia a todas las cosas. Esa era la riqueza de su mente», me contaba aquella tarde.

En cuanto a Ligia, su tema principal fue Mercedes a la que, decía, la familia tenía mucho que agradecerle. «Ella lo organizó, lo pulió, lo condujo por el buen sendero toda la vida. Debemos agradecerle porque se ha preocupado porque todas las cosas marchen. Ella es organizadísima en sus cuentas, muy organizada». Mercedes, la mujer de la que Gabo supo que sería suya a los nueve años y la que hoy se queda sin él.