Le vi venir por la acera del frente. Cruzó la calle y de sopetón me tomó por el brazo. Era él. Vestía como siempre: traje oscuro, blanca camisa y su siempre corbata negra. Pero también mantenía su gran tabaco que disfrutaba aunque estuviera caminando por el centro de Caracas. Por ahí, por las esquinas, al cruzar alguna de esas emblemáticas calles caraqueñas muy cercanas a la plaza Bolívar, siempre le veía.
Lo observé ahora. Regordete y tan simpático al hablar. Regresaba apenas hacía un par de meses de Italia. Le cambió el rostro y se iluminaron sus ojos. Italia? Dijo entre dientes. De los documentos que llevaba sacó un pequeño libro. Era una separata de los Cuadernos literarios Azor XI, ediciones Rondas, Barcelona-España.
Con su bolígrafo me lo dedicó: “A Juan Guerrero, cónsul general de la poesía… Sonreí mientras leía. –Eres un primo lejano. Tenemos el mismo apellido. Siempre decía lo mismo mientras nos dedicábamos a cumplir el rito del discurso poético callejero, indagando por amigos comunes, libros, revistas y bellas caraqueñas.
El abrazo fuerte y de amistad infinita despidió la conversa entre peatones, cornetazos y el sol de un mediodía cualquiera en la Caracas de principios de los ‘80s.
Ahora, cuando busco los libros de ese amado humanista que fue Luis Beltrán Guerrero (Carora, 1914-Caracas, 1997) me encuentro con esta separata y levemente acaricio la dedicatoria de mi amigo.
“El tiempo y el silencio lo han agigantado” pienso. Pocos venezolanos como él transitan ese camino de la rectitud, de la sabia manera de estarse en la memoria cultural de una nación. Bien que por estos años nadie le mencione. Quizá mejor para no confundir verdadero humanismo con estos conceptos socialistoides tan venidos a menos.
Luis Beltrán Guerrero es el humanista venezolano de mayor importancia en el siglo XX. Desde corta edad, apenas con 17 años ya estaba encargado de redactar editoriales para el periódico de Carora. Después se vino a Caracas y se graduó de bachiller en filosofía y letras en la Universidad Central de Venezuela, donde también logró su doctorado en Ciencias jurídicas.
Fue profesor fundador del Instituto Pedagógico de Caracas, docente universitario, funcionario público, además de ensayista, crítico literario, articulista y poeta. Se formó en universidades argentinas y europeas, además de ser un acucioso lector y conferencista. Ocupó sillón de honor como miembro de las academias venezolana de la historia y de la lengua.
Su inmensa obra literaria, ensayística y crítica se encuentra en poco más de 50 obras y miles de ensayos y artículos de opinión. Conservo su primer libro de poemas, Secretos en fuga (1942), editado por el Ministerio de Educación, en su colección Biblioteca Popular Venezolana, serie Poesía y Folklore, número 52.
El libro tiene una presentación de Antonio Arraíz y un epílogo, de Santiago Key.Ayala. Nombres más que emblemáticos en la literatura venezolana de siempre.
Otros libros de importancia para comprender al venezolano y la venezolanidad, son: Palos de ciego (1944), Anteo (1952), Razón y sin razón (1954), El visitante (1958), Prosa poética (1983), Efemérides (1988), entre otros muchos textos.
Su obra de creación poética mantiene cierta influencia del clasicismo español. Así también, su impecable prosa ensayística que permanentemente enriquece nuestro español venezolano. Su temática es variadísima pero siempre es la cultura venezolana, su inmensa riqueza histórica y su infinito amor por su pueblo, su tradición y su lengua.
Exquisitos ensayos sobre los primeros tiempos del venezolano en la otrora majestuosa Nueva Cádiz de Cubagua, donde establece la primera tertulia literaria, al mencionar partes del inmenso poema de Juan de Castellanos, quien cita a cuatro soldados-poetas visitantes de esa isla.
Guerrero se atreve a decirnos en su ensayo que uno de estos soldados-poetas, Diego de Miranda, fue el padre del Caballero del Verde Gabán de Cervantes. Afirmaciones que hace sobre la base de sus estudios e investigaciones que permanentemente le mantenían encerrado, tanto en su biblioteca como en las academias de la historia y de la lengua.
Como articulista del diario El Universal, Luis Beltrán Guerrero colaboró por más de 30 años, con sus Candideces, reflexiones sobre la vida, el arte, la literatura, la historia, entre muchos temas.
Su poesía está enraizada a la tierra, al lugar de sus ancestros, pero también a la reflexión filosófica sobre la eternidad y el sentido de la existencia. “Hay un signo de olor en el pantano, / como si el viento escribiera por la ciénaga / sus versos, nada más.”
Luis Beltrán Guerrero es ese humanista silencioso, contemplativo y absolutamente integrado a lo más puro de la esencia venezolana. Conocedor de lo trascendente, consciente de la grandeza de la cultura venezolana. Tan antiguo, tan presencia infinita, tan amigo.
@camilodeasis