Fernando Mires: Lepenismo y Putinismo

thumbnailfernandomiresCuando los partidos europeos de ulraderecha y de ultraizquierda aplaudieron la anexión de Crimea por parte de la Rusia de Putin no pocos pensamos que esa solo era una más de las tantas coincidencias que suelen darse entre los extremos.

Y cuando durante la campaña en contra del Parlamento Europeo los neo-nazis alemanes, siguiendo el ejemplo de sus correligionarios del partido húngaro Jobbic y del griego Aurora Dorada repartieron volantes con la foto de Putin, no pocos pensamos que esa era solo una ocurrencia de grupos políticos marginales.

Pero cuando después de su éxito electoral de Mayo del 2014, la líder del FN, Marine Le Pen, atacó a los EE UU y elogió a la política de Putin en Ucrania (Der Spiegel 01. 06. 2014) ya no cabía sino pensar en que se está gestando una alianza explícita entre el populismo proto-fascista emergente en Europa y el gobierno de Rusia.





Ya antes de las elecciones europeas, en Junio de 2013, M. Le Pen visitó Moscú aceptando una invitación de Sergei Narishkin, colaborador estrecho de Putin. Allí se reunió con el vice-primer ministro Dmitry Rogozin, con quien intercambió impresiones sobre Siria, la EU y el matrimonio gay. Según Antonio Díaz de la Cruz, director del Inter America Trends, “el FN de Le Pen propone reemplazar a la UE y a la OTAN por una asociación pan-europea de naciones independientes que incluiría a Rusia”. Esa “independencia” tendría lugar en contra de la Alianza Atlántica y de EE UU.

La ultraderecha fascista ha arrebatado a la izquierda europea la bandera del anti-americanismo, no hay duda. Pero esa no es ninguna novedad. Tanto Mussolini como Hitler fueron anti-norteamericanos. Hitler también buscó, en su momento, una alianza con Moscú, alianza no traicionada por Stalin sino por el mismo Hitler. Como afirma Fernando Claudín en su historia de la Komintern (La Crisis del Movimiento Comunista) la “traición” de Hitler a Stalin evitó, sin que Hitler se lo hubiera propuesto, que una “entente” ruso-alemana se hubiera apoderado del planeta. M. Le Pen solo continúa la tradición del fascismo europeo: acercamiento a Rusia y distanciamiento con respecto a EE UU. Razón tuvo Hannah Arendt cuando en sus Orígenes del Totalitarismo escribió que la línea divisoria entre nazismo y estalinismo era muy delgada.

La historia, por supuesto, no se repite. Ni Putin es Stalin, ni la Unión Euroasiática es la URSS, ni M. Le Pen es la versión francesa y femenina de Hitler. Sin embargo, el acercamiento entre la ultra-derecha europea, comandada en estos momentos por M. Le Pen, y Putin, podría traer graves consecuencias para la UE. Por de pronto, ambas partes, lepenismo y putinismo, tendrían algo que ganar con ese acercamiento.

Los partidos proto-fascistas de Europa alcanzarían, gracias a la protección de Putin, una dimensión internacional, dejando atrás la apariencia aldeana que todavía arrastran. El gobierno ruso, a su vez, ganaría como aliados a los anti-europeos de Europa, aliados que el día de mañana pueden llegar a ser gobiernos o por lo menos parte de gobiernos. En cualquier caso Putin tendría a mano un eficaz instrumento de presión política. Si a eso sumamos la presión económica del gas, con la que el autócrata amenaza cada cierto tiempo a Europa, ya se sabe hacia donde van los dados.

No deja de ser sintomático el hecho de que la “entente” entre la ultraderecha europea y Putin asome justamente en Francia. Ya durante la Guerra Fría la URSS estuvo a punto de jaquear a Francia desde dentro. El Partido Comunista estuvo muy cerca de gobernar. El antiguo rol “quintacolumnista” del PCF de los años cincuenta podría hoy ser jugado perfectamente por el FN de M. Le Pen.

El problema mayor radica en que el acercamiento de la ultraderecha europea a Moscú no solo es táctico. Hay entre Putin y M. Le Pen notables equivalencias ideológicas.

Ambos, M. Le Pen y Putin, piensan que Europa está en decadencia y que ellos, con su amor a la patria, concebida esta como una comunidad sanguínea, representan un principio histórico renovador. Ambos se pronuncian radicalmente en contra de las relaciones homosexuales y del aborto. Ambos son xenofóbicos. Ambos fomentan su aversión a la democracia parlamentaria. Y ambos son anti-norteamericanos.

Las tendencias si son peligrosas -opinión casi general de la prensa- no son, sin embargo, irreversibles.

Europa cuenta todavía con suficientes reservas democráticas para detener a sus enemigos internos y externos. Con respecto a Putin, la línea deberá ser clara: Crear un clima de colaboración entre la Unión Europea y la Euroasiática, pero a la vez exigir el cumplimiento pleno del principio de autodeterminación de las naciones.

Putin, quien sabe que a pesar de la “decadencia de occidente” siempre habrá muchísimos más euroasiáticos que miran con admiración hacia la UE que occidentales hacia la UEA, tiene problemas con el tema de la autodeterminación. De ahí que la oferta de M. Le Pen y los suyos destinada a crear enclaves políticos pro-rusos en sus naciones, serán por él muy bien recibidas. Eso lleva a deducir que la tarea política del momento es romper la conexión del putinismo con el lepenismo (y todas sus variaciones). Y bien, para cumplir ese objetivo lo más importante será detener el avance del neo-facismo, sobre todo el lepenista.

Ha llegado la hora de la unidad de los demócratas europeos. Puede que en el futuro próximo no se trate de reeditar a los Frentes Populares surgidos en los años treinta, uno de los cuales tuvo lugar en la Francia de León Blum (1936). Pero sí de lograr convergencias frente a peligros comunes. Precisamente una de esas convergencias apareció en la Francia del 2002 cuando todos los sectores democráticos de la nación cerraron filas en torno a Jacques Chirac a fin de detener el avance del padre de Marine, Jean-Marie Le Pen, fundador del FN.

Lo que está en juego en Europa es mucho más que la EU, pero ese “mucho más” pasa, entre otras cosas, por la defensa de la EU. Eso significa aceptar de una vez por todas el hecho de que “una Europa sin enemigos” es y será una utopía imposible.