Juan Guerrero: El patito feo

Juan Guerrero: El patito feo

thumbnailjuanguerrero  En nuestra vivencia educativa todos hemos experimentado el acoso escolar. Unos con mayor intensidad que otros, pero siempre la presencia de la violencia, de la agresión y del maltrato son parte de la vida en la escuela y el liceo.

En lo personal mientras cursé mi escuela primaria, en el colegio Primero de agosto, en Maracaibo, allá por los inicios de los años ‘60s., la educación “perezjimenista” seguía presente en los centros educativos venezolanos. Recuerdo a mi maestra Josefa de Morles, toda circunspecta, con su semblante absolutamente rígido y de severa mirada y temible voz andina.

La maestra reprimía según lo dictaban las normas establecidas por la dirección del plantel que a su vez se regía por las órdenes de la supervisión escolar distrital. Cierta vez por hacer una travesura de muchacho fui a dar directo al rincón disciplinario. Entre los ángulos de las paredes la maestra me hincó sobre unos granos de maíz con los brazos abiertos a los lados y mirando el blanco de las paredes. Después de estar en esa posición los diez minutos reglamentarios, y a una orden de la maestra, extendí la palma de mi mano y de seguidas sentí los cinco reglazos que me sacaron lágrimas.





Me acuerdo perfectamente del silencio sepulcral en el aula de clases. Pero en el recreo el castigo continuó. Ahora en forma de chanza, de burla o como popularmente se le conoce, como “chalequeo”. Esa actitud de mis compañeros no fue en modo alguno de solidaridad, por el contrario, sentí en la burla el rechazo y una virulencia que me hacían sentir ajeno y hasta execrado del grupo. Pero no por mucho tiempo, pues mis compañeros mayores, los más grandes, me rescataron y me reintegraron al grupo.

Después supe que era porque en los tiempos de fiestas, de buscar novias a mis compañeros, yo les ayudaba escribiendo las cartas de amor y los poemas a las muchachas.

La violencia en los centros educativos es parte intrínseca de la vida y de las relaciones, tanto entre estudiantes como del poder educativo en la persona del maestro. Una ilustración de esto lo podemos encontrar en el cuento La I latina, de José Rafael Pocaterra. Además de presentar las condiciones deplorables de una educación palúdica, la agresividad solapada se evidencia, tanto en la famélica maestra como en el resto de los alumnos e incluso, en la relación maestra-familia/Estado-educación. La autoridad, su rigor y la tendencia a la flagelación de las personas, son parte de un paisaje educativo que desde finales del siglo XIX apenas ha cambiado en los enunciados teóricos pero que se conservan casi intactos en la práctica docente.

Agresión no es tanto la violencia física ejercida contra una persona por otra u otras, puedan ser estos entre estudiantes, sino la que ejerce el poder (Estado, directivos, docentes) contra los niños y jóvenes.

Este modelaje ejercido de manera sistemática, por más de un siglo contra la sociedad se evidencia en una ciudadanía mal acostumbrada a vivir y convivir en y desde la violencia.

Si se lee, por ejemplo, el Manual de Urbanidad  de Manuel Carreño es posible encontrar huellas sobre esto que indicamos. Peor aún, las referencias de Michel Foucault sobre el origen de las prisiones en la Francia monárquica, en su libro Vigilar y Castigar, dan luces sobre los estados altamente castradores que vigilan a los ciudadanos. Y entre los instrumentos inventados para controlar al hombre, la educación figura como la primera enemiga de la libertad.

Por estos días al acoso escolar, su violencia y sadismo se la llama bullying como si fuera un fenómeno nuevo y contextualizado en el ambiente de la escolaridad. Esto resulta hasta risible al ver a madres de alumnos, maestras y directivos, a más de preocupados pedagogos, plantear reflexiones sobre un asunto que creen novedoso y de última generación.

El ser diferente, el mostrarse con atuendos, timbre de voz, miradas, gestos, y todo aquello que sirva como ajeno a la aceptación de un grupo en el medio escolar, siempre ha sido y seguirá siendo rechazado por quienes componen un grupo en el medio escolar. Y esto es así porque lo diferente, lo que es ajeno al grupo es inmediatamente rechazado por sus miembros. Sucede esto en Venezuela y cualquier otra sociedad. Más intenso en unos que en otros, pero todos muestran su característica particular, la violencia y el rechazo.

Y la violencia que se ejerce no es en modo alguno por ser joven, es, básicamente, por una educación que nos ha formado para rechazar lo diferente, lo que nos causa temor porque no lo comprendemos. Por esta razón, las personas con minusvalías, sean físicas o psicológicas, las más indefensas, son las primeras víctimas. Es una educación secular, poderosamente bélica, xenofóbica y racista.

Por ello la educación, es un antro de reclusión para perpetuar el poder constituido, sea este esclavista, monárquico o republicano. No hay sitio para más nada.

(*) [email protected]  /  @camilodeasis