Isabel Pereira: Las juezas del régimen

Isabel Pereira: Las juezas del régimen

Hurgando en la hermosa librería El Clip, de Barquisimeto, encuentro un título La palabra ignorada. Su autora: Inés Quintero; por tanto, hay que leerlo. Sin preámbulos me refugio en un rincón de El Clip y comienzo a devorarme las páginas: historias de mujeres en búsqueda de la libertad, como testigos ocultos de nuestra historia. Las dos primeras narraciones se refieren a una situación que conmovería al más indiferente: habla de esclavas libertas que emprenden una lucha sin precedentes para rescatar a sus hijas mantenidas como esclavas en las casas de sus antiguos amos. En Gracia María Tovar y María Ignacia Padrón, encontramos “la madre gorkiana”, desatando peleas para liberar a sus hijas, con toda su fuerza física y moral para reunir el dinero, para ¡oh Dios!, comprar sus hijas y así redimirlas de la esclavitud.

Avanzo en la lectura y un dolor moral me invade. Resulta que el enemigo de estas madres liberadoras son las antiguas amas o dueñas de Gracia y María Ignacia. Varios sentimientos chocan en mi ánimo: la admiración por el tesón de las madres, la ira ante el esclavismo, y otro quizás más terrible: que el enemigo tuviese también faldas, que fuesen mujeres las defensoras del esclavismo. Mi pregunta obsesiva, repetitiva, ¿es que acaso estas patronas no eran madres, también?

Los juicios que se desarrollan en torno a estos casos son lecciones sobre la pertenencia al género humano con sus miserias y grandezas. Las libertas alegando y apoyándose en los mínimos resquicios legales que consagran la libertad del ser humano por encima del esclavismo, frente a otras mujeres empecinadas en obstruir la independencia de sus congéneres.

Mientras me sumerjo en la lectura, resuena el nombre de la jueza Adriana López, autora del fallo -sin argumentos ni pruebas- contra Leopoldo López y los estudiantes Christian Holdack y Marco Coello. Esta jueza, al igual que las esclavistas en 1874, arremete contra la noción de justicia, contra la humanidad y la verdad. A las libertas les concedieron el derecho de comprar a sus hijas, los argumentos de ambas fueron oídos, a Leopoldo no lo oyeron, no le dieron la oportunidad de reunirse con su familia. Los jueces del siglo XIX trascendieron el marco cultural dominante al favorecer a Gracia y a María Soledad, arremetieron contra el esclavismo, mientras que Adriana López, al decidir arbitrariamente, traicionó nuestros principios democráticos, degradó los derechos humanos consagrados por nuestra Constitución.

Argumentaciones

Si comparo las épocas, los ambientes, la cultura, todo lo que puede haber cambiado desde 1800 hasta hoy, 2014, y pregunto: ¿en qué se pueden parecer los alegatos de las esclavas libertas por el desencadenamiento de sus hijas, de las argumentaciones de los abogados que defendieron a Leopoldo y a los estudiantes? Quizás unos sean más morales y otros más técnicos, pero la decisión de los jueces indudablemente fue sustancialmente superior en 1880 que en 2014.

La jueza Adriana López, al igual que las patronas esclavistas de 1800, muestran el mismo rostro de injusticia 200 años después. No olvidemos que fue otra jueza del régimen, Fabiola Colmenares, quien aceptó la orden de Chávez de condenar a Simonovis a 30 años de prisión, resolución ratificada por otra magistrada, Rosa Dorita de Freitas.

¿Por qué esas conductas sumisas, indecorosas, que desafían la espiritualidad, la maternidad, la feminidad, la justicia? ¿Será el terror, miedo a las amenazas, a órdenes tenebrosas, las que pudieron haber hecho flaquear las “conciencias” de estas juezas? Será por esta debilidad que condenan a Simonovis, a Leopoldo y a los estudiantes, personas cuyo único delito ha sido defender la libertad de todos, incluso las de ellas. Esta duda nos coloca en un territorio estrecho: si acepto una orden o amenaza que tuerza mi decisión entonces simplemente no soy juez, soy un esclavista más, llegado a esto ya ni el sexo importa, juez o jueza.

Otro reto surge en nuestra historia. Al igual que las esclavas libertas, sale al frente María Corina Machado -desafiante ante la corrupción jurídica y moral encarnada por estas tristes juezas del régimen- sin miedo, venciendo el círculo de silencio y terror que el gobierno con sus cómplices pretende imponerles a los venezolanos.

Estas circunstancias me trasladan a la reflexión de un obrero, en una fábrica, quien al preguntarle sobre sus aspiraciones, con una mirada cargada de vida larga, esfuerzos, sinsabores y alegrías, responde algo que cada amanecer reflexiono: “señora, yo solo pido poder ser, ser humano”. A las juezas del régimen, hoy en el siglo XXI, es lo único que deberíamos pedirles: por favor, atrévanse a ser seres humanos.

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