Los cristianos huyen del horror yihadista: Me arrancaron un ojo por no convertirme al islam

Los cristianos huyen del horror yihadista: Me arrancaron un ojo por no convertirme al islam

A displaced woman from the minority Yazidi sect, fleeing violence from forces loyal to the Islamic State in Sinjar town, covers her feet with clothes as she walks with others towards the Syrian border, on the outskirts of Sinjar mountain, near the Syrian b

El jardín de la iglesia de Mar Yusuf parece el escenario de una feria: corretean los niños y la gente se arremolina alrededor de los puestos donde sirven comida y agua, o se tumba a la sombra de las palmeras y tiendas improvisadas con mantas. Pero todos ellos vienen del infierno. Son cristianos que huyen del horror implantado por los yihadistas en las localidades que han conquistado en el norte de Irak, publica abc.es.

«Escapamos en cuanto entraron en el pueblo», explica Loay Korkis, quien hace una semana huyó con su familia de la ciudad asiria de Bartella. Uno de sus parientes trabajaba con el servicio de seguridad kurdo, lo que les exponía a las represalias de los yihadistas. «Si llegamos a quedarnos media hora más, ya estaríamos muertos», asegura. Los Korkis -un clan de unas cincuenta personas- ya habían huido de Bagdad en 2006. Entonces empezaron de cero, y ahora lo han perdido todo. «Lo quemaron todo, nuestras pertenencias, nuestras casas. Entraron en casa, robaron lo que quisieron y quemaron todo lo demás», indica Loay, señalando dos bolsos negros de plástico. «Esto es todo lo que nos queda», se lamenta.





En Bartella trabajaba también Hussam Qiriakos, que hace años ejerció de traductor en un puesto de control de las tropas estadounidenses y habla inglés con un fuerte acento norteamericano. Durante varios años ha estado esperando uno de los visados especiales para los trabajadores que cooperaron con el Ejército de EE.UU. sin éxito. Hasta que la desgracia le alcanzó.

Cuando el pasado 7 de agosto la ciudad cayó en manos de Estado Islámico, huyeron a toda prisa en un coche hasta Erbil. «No podíamos quedarnos allí», dice. Todo el dinero ganado con las tropas estadounidenses -decenas de miles de dólares, asegura- se quedó en Bartella, igual que los ahorros de varios miembros de su familia.

Ellos, al menos, escaparon ilesos. Mujlis Yusef Yajub no puede decir lo mismo. Apenas tiene 35 años, pero aparenta muchos más. El día que los yihadistas tomaron su pueblo, no tuvo tiempo de huir. «Nos habían dicho que no pasaba nada, que no había peligro, que no iban a llegar hasta aquí. Pero cuando atacaron, las autoridades huyeron y nos abandonaron».

Mujlis trabajaba como cuidador de la iglesia local. Nos cuenta cómo los yihadistas empezaron a golpearle mientras le exigían que se convirtiera al islam. Amenazaron con matar a su mujer y a sus hijas. «Cuando les dije que jamás lo haría, me arrancaron un ojo con un cuchillo», relata. Después le llevaron a una antiguo edificio oficial abandonado y le dejaron allí, ensangrentado, sobre el suelo.

Yajub cojea severamente de una pierna, fruto de las palizas sufridas durante su cautiverio. En cierto momento, uno de los comandantes del Estado Islámico ordenó que le dejasen en paz. Según su relato, los yihadistas le dieron 10.000 dinares para comida y un poco de agua, y le ordenaron marcharse de allí. A otras familias de su pueblo, los radicales les han impuesto un diezmo de 200 dólares por cabeza a cambio de «protección», un concepto llamado «dhimma» tomado del derecho islámico, pero que en estos días sirve para financiar a las milicias yihadistas.

Desbordados

Las iglesias siriaca y ortodoxa están cooperando en la asistencia a los refugiados, pero los templos de Erbil están desbordadas por la súbita llegada de tantas personas. Joseph Tomas, el arzobispo caldeo de Kirkuk -una ciudad que las autoridades kurdas tomaron bajo su control hace dos meses- afirmó recientemente que la situación en el norte de Irak es «catastrófica, una crisis más allá de lo imaginable», y pidió al Consejo de Seguridad de la ONU que intervenga para salvar lo que queda de la presencia cristiana en este país. Ayer, estos desplazados se manifestaron en Erbil frente al consulado estadounidense para pedir una angustiada respuesta sobre su futuro: exigen saber si se les permitirá emigrar, o, en caso contrario, si alguien les protegerá si la situación empeora. Otros piden una acción contundente contra los radicales.

«Teníamos tierras, teníamos trabajo, casa. Ahora no tenemos nada. Por eso, la mayoría queremos volver a nuestros hogares. Si nos marchamos a otro país, esos sujetos del Estado Islámico se quedarán con todo», afirma el estudiante Maher Salem.

Pero para Loay, la única solución es que algún país, «tal vez España», les acepte como refugiados. «Aquí todo el mundo quiere marcharse. Tenemos miedo de que, incluso si podemos regresar a nuestras casas, vuelva a suceder lo mismo dentro de unos meses», asegura. «Queremos una vida para nuestros hijos, y aquí no tenemos futuro».