Alberto Carnevali: centenario, por William Anseume

Alberto Carnevali: centenario, por William Anseume

Nos parecía deshonesto que pasara un día sin hacer nada contra la dictadura
José Vicente Abreu

William Anseume ¿Quién iba a decirlo? ¿Cómo creerlo? El país democrático celebra  esta semana los cien años del natalicio de un líder político fundamental en la caída de una feroz dictadura y lo hace en medio de muertos, presos, exiliados, torturados, perseguidos, censurados y todos los extras de las feroces dictaduras. ¿De qué valió entonces la muerte inhumana en prisión del dirigente enfermo y de tantos otros? Simplemente, pareciera que el período democrático, luego del derrocamiento de Pérez Jiménez, hubiera sido una ensoñación temporal, un boquetico, en medio de una continuidad dictatorial y militarista.

Pero sí hay mucho que celebrar en este centenario de aquel lúcido Secretario General de Acción Democrática; especialmente sus brillantes ideas y sus acciones para amalgamar pensamientos disímiles en el enfrentamiento, en la lucha por la libertad, lo que parece ser un hilo continuo de nuestra vida política nacional, o desde cuando llegaron los españoles con sus espetos, esputos y maldiciones, al parecer caídas todas en esta tierra de (des) gracia. Habría que ver cómo habrá sido el taburete unitario de Guaicaipuro, Maturín, Terepaima y otros indígenas luchadores por librarse de los diversos yugos expropiadores.





Aunque no seamos adecos, todos los que nos oponemos a la diversas carencias que vivimos, donde la harina de maíz para el consumo diario parece una minucia, o la chikungunya que nos postra, en comparación con las dificultades gubernativas para hilvanar ideas productivas, debemos celebrar el pensamiento; el accionar político limador de diferencias de Carnevali. Todo aquello se parece demasiado a esto, sólo que luce muy extremo lo actual, ¿será porque nosotros lo padecemos y aquello nos lo cuentan? Por ejemplo, aquí no hay nacionalismo nada, sino entreguismo ramplón, como de niña ingenua seducida por experimentado Casanova verbal. Ni fortuna tapadora de ojos, ni Bolívar Fuerte, al cual hasta la enunciación, por débil, del remoquete, le quitaron rapidito.

A Carnevali se le atribuye la lapidaria “Acción coincidente de todas las fuerzas antidictadura”; gocho al fin, el clandestino obró, hasta su muerte, en la Penitenciaría de San Juan de Los Morros, por llevarla a cabo. José Vicente Abreu “Recordaba sus planteamientos precisos sobre la unidad: no combatir solos a un enemigo común. No al combate al detal, extraños unos a otros, los distintos grupos políticos. Hay gente que le teme a la unidad porque cree que ella nos diluye o nos contamina de doctrinas extrañas”. También se añade la necesidad de ganar cada quien (es) sus espacios de poder.

Le tocó proteger aquel insólito Libro Negro (1952), tan clandestino como los humanos clandestinos que fueron, entre muchísimos, Ruiz Pineda y Carnevalli, pero como libro al fin, más difícil de apresar, de torturar, de eliminar para siempre, ahí quedó, como la memoria de las hazañas de estos adecos formidables en la lucha. Justo en el prólogo de ese libro histórico expresa Ruiz Pineda aquella “Acción Coincidente” de fuerzas: “ACCION DEMOCRATICA ha convocado a todas las fuerzas políticas, a todos los núcleos sociales, a todos los grupos económicos para que efectúen una vasta acción coincidente en objetivos que resultan, en la actualidad, comunes a la mayoría de los venezolanos”. Cuan similar  esa necesidad de 1952 a la que tiene que coordinar ahora Chúo Torrealba desde la MUD vigente: más amplia, más diversa, más penetrante en el entramado social, con los diversos libros negros que están por escribirse rememorando la tiranía actual.

Otra de las copartidarias de Carnevali, Lucila Velásquez, señala del gocho de Mucurubá que tiene “…la visión de un estratega hecho para las más aptas disposiciones al servicio de un pueblo”. Edilberto Moreno era más fatalmente optimista: “…ahí está siempre Alberto, vigilante entre los inmortales, para impedir que esta gran patria de Bolívar vuelva a torcer el rumbo”. El rumbo está torcido y de qué manera.

Magistral su breve llamado revolucionario: “A la rebelión civil llama Acción Democrática” (1952): “Y por vergüenza nacional, por la dignidad de hijos de una patria que se ha enorgullecido siempre de la gallarda valentía de sus hombres, no nos queda otro camino que declarar un estado de rebelión permanente contra la dictadura”. Más adelante se explaya sagaz: “… un permanente estado de rebelión civil, una indesmayable ofensiva de oposición popular, que mantenga agresivos y encrespados los ánimos de todos los venezolanos contra la humillación de que somos víctimas”. Se concretó muy posteriormente, ya muerto el líder, en 1958.

Por eso; por más hay que invocar hoy la vigilia de este célebre fugado: “Fue una operación limpia de comando que moralizó al partido y al pueblo” (Abreu). Este 28 de septiembre es preciso que todas las fuerzas democráticas celebremos los cien años de un luchador incansable hasta morir.

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