Antonio de la Cruz: El Riesgo de la Democracia

Antonio de la Cruz: El Riesgo de la Democracia

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Este domingo 9 de noviembre, se celebran 25 años de la caída del muro de Berlín que puso fin a la Guerra Fría.  Cuatro meses más tarde ocurría la desintegración de las estructuras políticas federales y el gobierno central de la Unión Soviética. La democracia lograba ganar el reconocimiento de que la asunción al poder sólo es legítima si se consigue a través de medios democráticos. Se imponía la perspectiva de la democracia como forma  -un mecanismo de toma de decisión para la resolución de conflictos que es legítimo. Francis Fukuyama en The End of History and the Last Man (1992)  lo expresaría así: “Lo que podríamos estar presenciando no es sólo el fin de la Guerra Fría, o el paso de un período particular de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano”.

Los estados autoritarios e islámicos utilizarán este mecanismo de la democracia para legitimar su origen. Sin embargo, la democracia tiene una relación íntima con el estado de derecho que conduce a la democracia como cultura, como valor. Por lo que no es sólo celebrar elecciones. La democracia es, también, un sistema de valores ordenados desde la ley o sencillamente será un cascarón vacío.





El “fin de la historia” consolidaría la globalización, haciéndose irreversible. El avance de la  tecnología de información, el auge de las redes y el conocimiento producirían una transformación radical en las estructuras político-social-económica, tanto horizontal como vertical, que afectaría la manera de comunicarnos con el mundo, con el otro, con el poder.  Un cambio caracterizado por la gran velocidad con la cual ocurren estas transformaciones que impide pensar sobre los cambios, sus consecuencias, en un nuevo modelo social. Unos cambios que van a afectar, al menos por tres vías, a las economías de la mayor parte de los países. Van a producir, con frecuencia, la obsolescencia del capital humano; va a incrementar las diferencias salariales y la desigualdad de la riqueza, y van a inducir cambios rápidos en las ventajas comparativas de las naciones. Un cambio que anula o menoscaba la influencia de los Estados-nación por el número creciente de actores no estatales, que van desde los grupos insurgentes militantes a los trabajadores voluntarios de ayuda humanitaria.

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Un cambio que exige revisar el impacto en los derechos sociales del ciudadano -la democracia como valor. Porque los derechos sociales son los que traen a la democracia ese mínimo soporte y dignidad que confieren un mínimo de soporte de justicia a una sociedad. Los derechos sociales son de difícil articulación que no sólo exige respeto por parte del poder público, si no  también implica una determinada generación de riqueza que permita asegurar una sociedad justa.

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En Iberoamérica, las dictaduras del siglo pasado llevaron a los partidos políticos -social demócratas, socialcristianos y comunistas -a la lucha por la instauración de la democracia. Han pasado entre sesenta y treinta años que la Región superó esa forma de gobierno. Sin embargo, las transformaciones ocurridas por los flujos humanos de las zonas rurales a los centros urbanos han generado grandes sectores sociales que demandan la solución a sus necesidades. Hoy, los partidos que instauraron la democracia no poseen un contenido en el discurso político en el cual incluya las nuevas realidades, producto de las transformaciones de los últimos quince años. Además, la administración del poder durante sus administraciones ha hecho de la corrupción política una forma de modus operandi.

La democracia es un proceso permanente, la lucha por ella es algo cotidiano, nunca se puede bajar la guardia y nunca se puede caer en una perspectiva meramente formalista de lo que la democracia es –sólo elecciones. Porque el surgimiento de nuevos partidos políticos que interpretan estas nuevas realidades han venido desplazado a los viejos partidos socialdemócratas y democratacristianos.

España es el caso  más reciente con la irrupción de Podemos-Pablo Iglesias  como la primera opción del electorado. Un movimiento-partido con apenas un año, amenaza la hegemonía del Partido Popular (PP) y al Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Ya en el 2000, en Venezuela lo haría -alcanzado el poder- el Movimiento V Republica de Chávez. En el 2006, en Ecuador Rafael Correa con Alianza País. En Bolivia, Evo Morales con el Movimiento al Socialismo (MAS) en el 2003. En el caso de Brasil, no fue hasta el 2003 con Lula-Partido de los Trabadores que logró la victoria, y así en Uruguay con el Frente Amplio (2004).

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El ejercicio del poder de los nuevos actores crean relaciones afectivas, emocionales, con los grandes sectores sociales que refuerzan con el discurso político  para mantener el poder a través de la formalidad de la democracia. Los partidos políticos que creen en la democracia como un valor, deberán reinventarse y ocupar con soluciones a la mayor brevedad el espacio creado por las nuevas realidades. De lo contrario, el “fin de la historia” con la caída del muro de Berlín será un hito que quedará para celebraciones, porque habrá dado lugar al resurgimiento de nuevos autoritarismo.