Gonzalo Himiob Santomé: Va llegando la hora

Gonzalo Himiob Santomé: Va llegando la hora

thumbnailgonzalohimiobSales con tus hijos, cualquier fin de semana, a dar un pequeño paseo. Tu esposa no va, pues lo que gana como secretaria, sumado a lo que tú puedes levantar mensualmente como comerciante, no da para cubrir los gastos indispensables del mes. Ella se queda en casa haciendo unas tortas negras y unas hallacas que, con una amiga, espera ir vendiendo entre noviembre y diciembre para rebuscarse algunos ingresos adicionales; no para cubrir lujos ni esplendores, pero sí para que a los muchachitos no les falten algunos regalos del Niño Jesús, si es que los consiguen. No todos los que pidieron, por cierto, pues la inflación desbocada y los precios lo impiden.

Un amigo de ella le consiguió, “bajo cuerda”, algunos kilos de azúcar y harina que les van a servir para preparar los convites navideños, puesto que en los mercados a los que normalmente van ya no se encuentran, y cuando se consiguen, te las venden racionadas.

Como no quieres inventar, porque le temes a la inseguridad que a todos nos agobia, te llevas a los chamos a un centro comercial. No son ejemplo de seguridad, pero al menos no es la calle descarnada  y asesina con la que tenemos que convivir hoy. Recuerdas que cuando eras niño, no más llegabas a tu casa y hacías tus tareas, tomabas tu bicicleta y te ibas con tus panas a recorrer Caracas, libre y sin miedo. Solo una o dos veces unos choritos, armados a lo más con alguna navaja desvencijada, trataron de robárselas, pero la cosa no pasó a mayores. Eso te recuerda que lo que estamos viviendo hoy por hoy no es “normal”, ni mucho menos deseable. Eran otros tiempos, reflexionas, en la Venezuela de hoy a tus hijos no les queda más que vivir encarcelados y bajo tu vigilancia constante.





Tienes lo justo para comprarles un perro caliente, un refresco, una entrada para el cine y algunos dulces a cada uno. De allí, directo a casa. No te puedes poner creativo. Te atormenta ver sus caras ansiosas ante la “caramelería”, pues sabes que no puedes permitirte excesos, y los precios que muestran las chucherías son casi surrealistas. Ya en la sala, con unas cotufas grandes, unas gomitas y un chocolate para compartir entre ustedes, te encuentras con que el cine parece una sucia zona de desastre, y además con varios grupos de personas que hablan, gesticulan y usan sus celulares durante toda la función como si estuviesen en sus casas. Te sientes tentado a reclamarles pero te contienes, no sabes si cualquiera de esos carajitos maleducados carga una pistola, o lo que es peor, si es hijo de cualquiera de estos enchufados que tienen hoy el poder, y la plata, para echarte una buena vaina, como decimos acá, si les viene en gana.

Solo simulas ver la película. Muestra calles limpias y seguras, gente sana y mundos idílicos que, pese a ser ficticios, se parecen mucho a la normalidad de otras latitudes, esa que tú sí pudiste conocer de primera mano, y que para tus chamos, más ahora que nunca, es sencillamente un imposible. Acá ese orden, ese respeto a las reglas básicas del juego humano y de la convivencia, esas visiones y maneras ya no son más que inalcanzables anhelos. El contraste con nuestra realidad te “saca la piedra”, te molesta.

Sales de allí frustrado y con la plena convicción de que está llegando la hora de poner en su sitio, tras las rejas sería mejor, a quienes durante tanto tiempo no han hecho más que enriquecerse, disfrazados de autoridad, a costa del pueblo que es el paga los platos rotos. Sabes que está llegando la hora de ponerle coto a los que montan en aviones de PDVSA a toda su familia, niñera incluida, para vivir de golilla la vida que a la mayoría que no es de ese cogollo le está vedada. Va llegando la hora, así lo sientes, de cobrarle a los corruptos de hoy las miles de fotos de sus hijos en París, en Bruselas, en Nueva York, sus retratos en La Orchila (a la que no llega todo el mundo) y en los conciertos de Madonna en Madrid, mientras tú estás “pariendo” cada día para llevarle el pan a la mesa a los tuyos.

Te llama tu hermano para decirte que a la farmacia tal llegaron el acetaminofén y los desodorantes, pero que debes anotarte en una lista desde el día anterior, y hacer después para comprarlos, desde temprano, una cola que puede durar varias horas. Por un momento piensas en faltar al día siguiente a tu negocio, con todo lo que eso implica, para estar desde la madrugada en ese brete, pero de inmediato recuerdas que hace dos días tuviste que calarte lo mismo pues a tu mamá le dio chicungunya y no te quedó más que someterte a ese escarnio, solo para que te dijeran que ya tu “cuota” de ese medicamento hasta la semana siguiente estaría “cubierta”. No vas a perder el tiempo por la medicina entonces, le rogarás a Dios que nadie más en tu casa caiga enfermo… Y aún tienes bicarbonato y limón, con eso aguantan, o al menos eso crees tú, un poco más tus axilas.

Mientas la madre, al mundo en general, pero en particular a los “ingeniosos artífices” de esta debacle. A ellos esta locura, lo sabes, no les pega. Se las juran de “pueblo” pero hace mucho que no pisan una bodega ni un mercado, y si es que van, se acompañan de una chequera, llena de plata tuya y mía que todo lo puede. Sabes que esto no se sostiene, y que va llegando la hora de acabar con tanto descaro, con tanta ignorancia resentida y con tanta desigualdad. Venezuela está cansada.

Cuando llegas a tu casa encuentras allí al hermano de la amiga de tu esposa, que es militar. En su lustroso uniforme luce feliz y rozagante, gordo más bien, y sus manos bien cuidadas e impecables lo revelan como hombre que no pasa más trabajo que el de corear sumiso las consignas que le impone el poder y el de seguir capeando, callado y obediente a ciegas eso sí, este grave temporal. Vino a mostrarles su carro nuevo, “de paquete” y “cero kilómetros”, y a compartir orondo, más bien restregarles en la cara, su “buena fortuna”. Él habla y habla de las bondades del gobierno, aunque no sabe poner una palabra bien detrás de la otra, y tú no puedes más que recordar que si este individuo terminó en militar, fue porque su padre, por vago y mala conducta, lo sacó en primer año del colegio en el que estudiaban juntos para meterlo por las malas en el liceo militar.

Sabes que no todos son así, pero igual resientes que todos ellos callen ante el estruendo de la crisis que a todo nivel, pero especialmente a nivel moral, padecemos. No lo dices porque cuando él los visita, tu mujer les tiene prohibido hablar de política, pero te das cuenta de que también va llegando la hora de que a estos “hombres de verde” se les exija que defiendan, con la Constitución en la mano, que no con lacrimógenas o las peinetas en ristre, lo que juraron defender: Al pueblo, a todo el pueblo, y a la Patria, a toda la Patria, y no solo a los que los ascienden o a los que los compran a punta de aumentos de sueldo mientras los demás, que somos la mayoría, tenemos que hacer malabares para sobrevivir.

 

@HimiobSantome