William Anseume: El inmenso fastidio de vivir así

William Anseume: El inmenso fastidio de vivir así

William Anseume

Hace tiempo me rebotan en la cabeza estas ideas que tiene que ver con la sustancia vital de nuestro ser como “habitantes” de nuestro país. Cabe destacar como principio el hecho de que poseo un apego muy especial por eso que denominamos el terruño. Su geografía, su gente, sus modos culturales. O, para decirlo de un modo más certero: nuestra geografía, nuestra gente, nuestros modos culturales.

Esas ideas rebotonas no tienen que ver con las “cadenas”, aunque por supuesto que son un fastidio y, mucho más allá de uno sentirse como obligado a soportar aquello, como parte de las diversas torturas que debemos  llevar a cuestas como condenados por la historia, como si hubiéramos venido al mundo con una ristra gigantesca  de dolor, tal  como lo  expone esa canción populachera a la que tampoco trago mucho: “Yo he venido a este mundo es pa´ sufrir”, el fastidio generalizado es muy otro. Pienso en las múltiples cadenas de los condenados que somos. La existencial como si fuera poca y luego calarse esto. Finalmente, a las peroratas presidenciales, con toda su jocosidad, premeditada o no, con todo lo que tienen de farsescas, uno puede eliminarlas con un clic, con un no me tengo porque pinchar con esto también. Las otras torturas son, en mucho, peores.





No suelo hacer colas para comprar alimentos. Me parece de lo más degradante ese sometimiento que tiene que ver con muy diversos factores humanos, todos humillantes ellos: el mostrar que el buen gobierno por fin hizo circular algunos paqueticos de harina o de leche en polvo ocasionadores de aglomeraciones tales como aquellas cuando un famoso cantante nos visitaba, Gardel con algún tango. La paciencia monstruosa de nuestro pueblo en aquello que como acto tiene en veces que ver con la supervivencia. Y hacer carpeticas con ganchitos y numeraciones para obtener dólares o viajar. Límites abusivos a la libertad de cualquier conglomerado humano, de cualquier ser. Limitados en todo.

E invadidos, expropiados. Uno siente una como persecución diaria, siente la bota militar, tan mentada por los estudiantes de antes y de ahora, en el pescuezo propio  y de todos. Se meten con uno en todo, en lo que ves, en lo que compras, en como lo adquieres, en lo que eres. Así, han hecho demasiados pininos para adueñarse de nuestro pensamiento. Menos mal que de diversas maneras hemos sabido decirles que no, porque si no ya todos estaríamos creyendo que ser revolucionario es bueno y que el imperio no va finalmente a acabar con nuestras vidas, esos bichos oligarcas poderosos, comandados por un negrito fino que a mí me trata como un cochino…

Algunos hemos llegado a pensar, malamente, que los muertos de este año, algunos ya se han hasta olvidado de este asunto, son solo los que cayeron ensangrentados por las balas de bandas enemigas, que los muertos son los semanales de la delincuencia o de los policías o militares extralimitados, hemos también malamente llegado a pensar que los heridos o presos son solo los otros. Y no nos damos cuenta que todos estamos señalados, que no hacen falta tribunales injustos que nos maten a todos con una pena colectiva. Unos presos están dentro del pote, por supuesto, los demás estamos como presos condicionales, así como continúan algunos estudiantes, con algo más de rigor en eso de presentarse y no dejar su zona de residencia o de prisión citadina. Todos estamos presos y condenados por este régimen militarista que quiere hacer con nosotros lo que quieren algunas “cúpulas podridas” de militares, de civiles militarizados y de cubanos y cubanoides que nos oprimen a todos a diario; no es solo la opresión tortuosa de los presos. Es que nos tiene aprisionados a todos en colas diversas, en catecismos políticos que con cuya fanfarria nos agobia a diario, como un tintineo inmenso, intenso, de gota china. Al punto de sumirnos en un gran bostezo del ser.

Ante esto, al individuo, yo, usted,  aquel, solo nos queda luchar, continuar peleando, eso del derecho permanente a un permanente pataleo señalador de que queremos y merecemos otra vida. Una donde hagamos lo que nos plazca sin el control a visor del gobierno. Este gran cuartel vital que es Venezuela se rebelará más pronto que tarde, como ya se vislumbra, y una vez destrozadas esas paredes mentales aunque visibles, espero que nunca más se levanten esos ladrillos berlinescos que nos aprisionan, bochornosamente, a diario.

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