Carlos Malamud: Un cuento triste de navidad: Venezuela 2015

thumbnailcarlosmalamudMal deben ir las cosas en Venezuela cuando el presidente de la República lamenta que en lugar del comunismo se haya impuesto el consumismo. Más allá del ocurrente juego de palabras la frase debe haber sonado insultante para muchos venezolanos afectados por el desabastecimiento e incapaces de acceder a determinados bienes de primera necesidad.

Pese a las afirmaciones del gobierno bolivariano de que todo el problema deriva de la guerra económica declarada por el imperio y los poderosos del mundo, la desatención de los mercados responde  fundamentalmente a erradas políticas económicas. Tras la llegada deHugo Chávez al poder se intentó construir una economía fuertemente intervenida por el estado y con escasos márgenes para la iniciativa privada y hoy se ven los resultados.

Todas las predicciones sobre el futuro de Venezuela en 2015 son catastrofistas, salvo las gubernamentales, que todavía confían en un milagro ornitológico. En este contexto están dadas todas las condiciones para que se desate una tormenta perfecta, para usar la definición de Román Ortiz. Pero así como ésta puede desencadenarse en un instante, las condiciones de su gestación tardan largos años en madurar.





Dando prácticamente por descontado de que algo así puede ocurrir con bastante probabilidad el año próximo o los venideros, mi preocupación actual no el momento ni la forma de la eclosión, sino lo que puede ocurrir después. Muy especialmente, el tiempo que necesitará la sociedad venezolana para cicatrizar sus heridas. Aún en el caso de que nada suceda y que el gobierno pueda reencauzar los principales problemas que enfrenta, la cuestión sigue siendo la misma: ¿Cómo afrontará la sociedad venezolana el postchavismo, o postbolivarianismo, cuando ello ocurra?

Escribía recientemente acerca del no funcionamiento de la división de poderes en Venezuela, centrándome en el comportamiento del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ). El problema no acaba allí, ya que los acontecimientos de los últimos días relativos a la elección de altas autoridades del Estado y del Tribunal Electoral muestran también una colusión absoluta entre los intereses del poder ejecutivo y del legislativo.

Lo más grave de esta situación es el acorralamiento constante de la oposición. Por un lado, encontramos a un oficialismo dispuesto a no ceder siquiera un palmo de poder, por los mecanismos que sea, aunque sean anticonstitucionales. Afirmaciones como la de que nunca se cederá el poder a la antipatria son corrientes. Por el otro, estamos ante una burda provocación que intenta movilizar a los opositores más radicalizados de modo de justificar la represión posterior. El telón de fondo son las elecciones legislativas a celebrarse en el último trimestre de 2015, cuando el gobierno de Maduro se juegue bastante de su legitimidad futura.

Pese a sus múltiples elementos originales, el chavismo ha sido muy influido por el primer peronismo. La presencia del argentino Norberto Ceresole dejó su fuerte impronta, no sólo a la hora de definir el papel revolucionario de los militares, sino también en todo lo referente a establecer el contacto directo entre el líder y las masas, sin el papel intermediador de partidos políticos, sindicatos u otros movimientos sociales.

Ahora bien, si es necesario mirar hacia Argentina para entender algunas cuestiones esenciales del chavismo, también lo es para interpretar el postchavismo. Tras el derrocamiento de Perón, en 1955, en Argentina se instaló una fuerte polarización entre peronistas y antiperonistas, sin la más mínima opción para opciones intermedias. Fue necesario el paso de dos generaciones, la muerte de Perón en 1974 y la brutal dictadura militar de 1976 a 1983 para que las heridas comenzaran a cicatrizarse.

Pero la memoria suele ser muy frágil. Cuando parecía que la democracia había puesto las cosas en su sitio, la llegada del kirchnerismo colocó al país frente a nuevos desafíos. Es verdad que la sangre todavía no ha llegado al río y que de producirse la alternancia en diciembre de 2015 las aguas pueden volver a su cauce, aunque nuevamente se ven pasiones desatadas por los alineamientos políticos.

La situación en Venezuela es mucho más grave. Las acciones de unos y de otros han creado demasiados agravios, a ambos lados de la tenue línea que divide a la sociedad venezolana. No se trata sólo de unos grupos contra otros sino de fracturas dentro de los mismos grupos sociales, inclusive dentro de las mismas familias.

En la medida que el autoritarismo se erige en el principal argumento de gobierno, dejando de lado la legalidad y las instituciones, la discrecionalidad se mueve cada vez más a sus anchas. Y con ella se generan nuevos agravios. La Constitución, aunque sea la chavista, es el marco que delimita el campo y las reglas de juego. Sin ella reina el caos. En el caso de Venezuela la Mesa de Unidad Democrática (MUD) ha reconocido la validez de la Constitución de 1999.

Al ser el gobierno uno de los principales violadores del texto legal, y al saltarse las normas una y otra vez, está creando las condiciones de un cada vez mayor y más insostenible enconamiento social. Al igual que en Argentina la pregunta es: ¿cuánto tiempo necesitará la sociedad venezolana, todos los venezolanos, para volver a la normalidad? Es verdad que sin legalidad no hay salida, pero también lo es que en tanto se reduce el margen para la salida aumenta proporcionalmente la posibilidad de un estallido violento. Y en ese caso, el período post operatorio sería mucho más traumático y prolongado.

Original en Infolatam