El hombre nuevo del zoocialismo del siglo XXI por @jair_defreitas

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Según distintas notas de prensa sobre reciente estudio de CENDAS, el índice de escasez alcanzó el promedio de 28,6% durante el año 2014, cifra que por cierto varía dependiendo del producto específico y del mes de que se trate. Por ejemplo, según el referido estudio los meses de mayor escasez fueron marzo, abril y mayo, en tanto que las sardinas en lata tienen 95 meses seguidos sin aparecer en los anaqueles. ¡Ese es el zoocialismo del siglo XXI en acción!

En estos momentos difíciles, los izquierdosos de la vieja escuela comienzan a invocar citas de antaño. Por ejemplo, aquella épica expresión de Ernesto Guevara según la cual “un completo revolucionario debe trabajar todas las horas de su vida; debe sentir la revolución por la cual esas horas de trabajo no serán ningún sacrificio…” frase que por cierto fue referida en ocasiones por el finado del cuartel de la montaña cuando hablaba del “hombre nuevo”, una expresión histórica que procura forjar esperanza de un cambio, de un mundo mejor en un contexto de crisis.





La verdad es que en el caso venezolano, el hombre nuevo debe tener cualidades distintas a las imaginadas en otras latitudes Por ejemplo: debe poder estar de pie, permaneciendo en fila por varias horas, a la intemperie y dejándose numerar alguna parte del cuerpo con la promesa que eso le garantizará el acceso a un bien escaso a precios de ficción.

Otra de las características de nuestro hombre nuevo es que durante la peregrinación de los anaqueles, debe sentirse agradecido por el maltrato recibido por los cuerpos armados que custodian los eventos de compra-venta, lo cual amerita una suerte de “desdoblamiento astral” donde la dignidad se queda en casa al tiempo que se adopta temporalmente un rostro de resignación (por no decir de otra cosa).

Como he dicho en otra ocasión, la modalidad “cazador” del hombre nuevo, implica la habilidad especial de escanear a distancia con la retina bolsas de supermercados, incluso anaqueles, en una clara mutación genética autóctona digna de un capítulo de la serie de cable intitulada “Los Súper Humanos”. Si usted quiere ser más popular que un artista, haga esta prueba: saque a pasear una bolsa de detergente, una lata de leche en polvo, o un paquete de pañales. No imagina cuántas personas iniciarán una conversación con usted bajo una fórmula de saludo común: “disculpe ¿me puede decir dónde consiguió eso?”

Uno de los logros del hombre nuevo, es narrar en casa la hazaña por virtud de la cual dio con un producto escaso, retratarse con el nuevo integrante material de la familia y compartir la imagen por redes sociales (por lo menos hasta tanto tal conducta se incorpore al catálogo actualizado de los delitos que no existen pero por los cuales lo pueden arrestar).

Como quiera que todos estamos bajo sospecha de ser potenciales “acaparadores domésticos”, entre las habilidades del hombre nuevo criollo destacan las de introducir el mercado en casa sin ser visto por el vecino chismoso o la conserje (perdón, quise decir trabajadora residencial) pues en caso contrario escuchará cualquiera de estas dos frases temerarias: “¿estás acaparando no?” o esta otra: “ya se que voy a tu casa cuando no tenga tal producto”. El asunto es tan perverso, que quien no compra sufre y el que consigue algo se siente culpable, cuando curiosamente los verdaderos responsables son unos pocos que consiguen todo sin tener que comprar nada.

El nuevo misterio de la fe: ¿cómo produce ingresos una persona que invierte su jornada de cola en cola para comprar bienes de primera necesidad que apenas acarician la despensa del hogar antes de desaparecer?. La verdad es que muchas veces no trabaja, sino que pasa trabajo. Ese es el hombre nuevo del zoocialismo del siglo XXI.