La rana que ha ganado el Nobel

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Cuando la bioquímica Ana Losadase mudó al mejor centro de investigación del cáncer de España, el CNIO, en 2004, muchos de sus nuevos compañeros la miraron con cara rara. Llegaba con un centenar de ranas. Una década después, sus colegas se han acostumbrado a ver una sala llena de batracios en una institución dominada por un animalario con unos 30.000 ratones.

Losada no es un bicho raro. Y su anfibio, la rana de uñas africana, tampoco. Sin hacer tanto ruido como la oveja Dolly, la rana fue en 1962 el primer animal vertebrado clonado, más de tres décadas antes que la cordera bautizada en dudoso homenaje a los pechos de la cantante Dolly Parton. En 2012, el padre de esta primera clonación, el británico John Gurdon, ganó el premio Nobel de Medicina.





La rana, cuyo nombre científico es Xenopus laevis, es originaria de Sudáfrica, donde vive en aguas estancadas, flotando parsimoniosamente a la espera de zamparse un insecto o una lombriz. En el CNIO, descansa en tanques de agua templada en un sótano. “Viven muy bien”, afirma Losada, mostrando los palitos de gamba con los que se alimentan. El último ancestro común de la rana y los seres humanos vivió hace 360 millones de años, pero compartimos una infinidad de mecanismos moleculares, explica Losada.

El último ancestro común de la rana y los seres humanos vivió hace 360 millones de años

Su equipo estudia cómo se duplica el ADN antes de que una célula se divida, un proceso que, si sale mal, puede provocar un cáncer u otras enfermedades. Para entenderlo, cogen huevos de las ranas, preparan un puré con ellos y lo condimentan con esperma de macho. En ese potaje, los paquetes de ADN, los cromosomas, se pueden estudiar a placer. Losada y sus colegas pasan los días eliminando diferentes tipos de proteínas para observar los efectos de su ausencia en la duplicación del ADN. “Si entendemos cómo funcionan estas proteínas, podremos intentar encontrar su talón de Aquiles en las células cancerígenas”, aventura Losada, que despuntó en el Laboratorio Cold Spring Harbor de Nueva York (EE UU) antes de regresar a España.

La bioquímica forma parte de una comunidad de centenares de investigadores que miran a la rana de uñas africana para entender enfermedades humanas. En el último congreso internacional sobre el batracio, celebrado en agosto en Pacific Grove (EE UU), acudieron unos 300 científicos.

El padre espiritual de todos ellos es el biólogo John Gurdon, introductor de estos anfibios en los laboratorios a finales de la década de 1950, cuando era un estudiante más de la Universidad de Oxford. En una maniobra que abrió la puerta a la clonación de humanos, Gurdon introdujo en 1962 un núcleo de una célula del intestino de una rana en un óvulo sin núcleo de otra rana. Y se formó un renacuajo maravilloso por lo normal, que demostraba que el ADN de cualquier célula adulta mantiene el manual de instrucciones necesario para construir una rana entera genéticamente idéntica.

La rana fue el primer animal vertebrado clonado, en 1962, y este avance ganó el premio Nobel

Pese a la pujanza de otros animales de experimentación, como los ratones y los peces cebra, Gurdon defiende las ventajas de su anfibio. La rana es fuerte, totalmente acuática y fácil de mantener en un laboratorio. “Xenopus tiene la gran ventaja de aportar cantidades masivas de material. Por ejemplo, cada rana tiene aproximadamente 5.000 huevos u ovocitos, y son grandes, cada uno de ellos es 4.000 veces mayor que un óvulo de ratón”, explica Gurdon a Materia.

“Varios premios Nobel han utilizado Xenopus”, subraya el biólogo británico. Peter Agre, Nobel de Química en 2003, empleó estas ranas para entender cómo funcionan los poros que permiten el paso de moléculas de agua en las células, dando lugar a nuestro sudor y nuestras lágrimas. Andrew F. Huxley, premio Nobel de Medicina de 1963 y hermanastro del escritor de Un mundo feliz, se sumergió en el batracio para comprender nuestros impulsos nerviosos.

Vía El País de España.