Cartas de amor que pasaron a la historia, entre ellas una de Simón Bolívar

Cartas de amor que pasaron a la historia, entre ellas una de Simón Bolívar

Detalle del cuado «Carta de amor» de Johannes Vermeer
Detalle del cuadro «Carta de amor» de Johannes Vermeer

Desde Napoleón, Beethoven o Simón Bolívar a Emilia Pardo Bazán, Kafka o Neruda, personalidades de toda época han vertido en papel sus sentimientos hacia la persona amada, publica abc.es

Mónica Arrizabalaga

«Esas cartas de amor que leen otros, esas cartas que, frías y desnudas, resistiéndose tiemblan de verguenza frente a los ojos que entrevén obscenos los actos inocentes, los más puros, esas cartas raptadas, violadas quizá por otro amor —irresistible», escribía Jorge Guillén. Y bien sabía de qué hablaba porque durante quince años mantuvo una correspondencia casi diaria con su novia y luego esposa, Germaine Cahen. El medio millón de palabras vertidas por el poeta en las 793 misivas que le escribió de su puño y letra a su amada entre 1919 y 1935 fueron recogidas en 2010 en «Cartas a Germaine» (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores). «No creas que todo mi sentimiento no es más que sensualidad, pero no creas que pueda amarte sentimentalmente, pero sin sensualidad. Te quiero, a ti, mi mujer», le decía el 6 de febrero de 1926 Guillén, que se confensaba en otra «muy tuyo y tuyo siempre».





Con la misma muestra de pertenencia al otro se despedía Beethoven de su «amada inmortal» en una bella carta de amor en la que le decía: «Tranquila, mi vida, mi amor, sólo contemplando serenamente nuestra existencia podremos conseguir nuestro fin de vivir juntos (…) Siempre tuyo. Siempre mía. Siempre el uno para el otro». ¿Era su «amada inmortal» Antonie Brentano, la esposa de su amigo Franz? ¿O la condesa Josephine Brunswick? Desde que se encontrara esta carta sin fecha al morir Beethoven en 1827, se ha especulado mucho con quién fue la destinataria de los bellos versos en los que el genial compositor le confesaba que su amor le hacía al tiempo «el más feliz y el más desgraciado de los hombres».

A Simón Bolívar quien le hizo sufrir fue la mujer del acaudalado médico inglés James Thorne. Manuela Sáenz se separó del británico para vivir un turbulento amor con el Libertador. «Cada momento estoy pensando en ti y en el triste destino que te ha tocado. Yo veo que nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios de la inocencia y el honor. Lo veo bien, y gimo de tan horrible situación por ti; porque te debes con quien no amas; y yo porque debo separarme de quine idolatro. Sí, te idolatro más que nunca jamás», le escribió Bolívar el 10 de abril de 1825.

Apasionado -aunque lleno de infidelidades- fue también el amor que Napoleón Bonaparte profesó a Josefina. Once días después de su boda, tuvo éste que marchar como jefe del ejército francés a Italia y desde Niza le escribió: «Ni un solo día ha pasado sin amarte, ni una sola noche sin abrazarte en mis brazos, y ni una sola taza de té he tomado sin maldecir la gloria y la ambición que me mantienen alejado del alma de mi vida. En medio de mis ocupaciones, a la cabeza de las tropas, recorriendo los campos, mi adorable Josefina es la única en mi corazón, la que ocupa mi espíritu y atrapa mis pensamientos». Napoleón acabaría repudiando a Josefina antes de casarse con María Luisa de Austria, tras un romance con María Walewska, con la que tuvo un hijo. Días antes de su abdicación, Napoleón le escribiría sin embargo una última carta: «Adiós, mi querida Josefina, resignaos como hago yo, y no perdáis el recuerdo del que no os ha olvidado jamás y no os olvidará jamás».

Decía Víctor Hugo que «es en las cartas de un hombre donde hace falta buscar, más que en el resto de sus obras, el sello de su corazón y el rastro de su vida» y lo cierto es que desde la primera carta de amor de la historia de la que se tienen noticias, que escribió un tal Gimil-Marduk a su amada Bhibi hace más de 4.000 años en la antigua Babilonia, ha habido tantas como historias de amor y desamor: Eloísa y Abelardo, Enrique VIII y Ana Bolena, Robert Schumann y Clara Wieck, Víctor Hugo y Juliette Drouet (ella le escribió 18.000 cartas), Paul Verlaine y Arthur Rimbaud, Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós, Oscar Wilde y lord Alfred Douglas, Sigmund Freud y Martha Bernays, Franz Kafka y Milena Jesenská, Antonio Machado y Guiomar, Neruda y Albertina Rosa, Hannah Arendt y Martin Heidegger, Virginia Wolf y Vita Sackville-West…

El filósofo José Antonio Marina, que analizó en «Palabras de amor» (Temas de hoy, 2009) más de 1.000 cartas, se preguntaba en el libro por qué se escriben cartas de amor. «Por amor, sin duda. Porque el amor es expresivo, porque los amantes están lejanos, porque quieren acercarse, porque se expresan mejor por escrito que de viva voz, por timidez», respondía Marina antes de señalar cómo muchos escritores prefirieron vivir amores distantes, mezcla de pasión y prosa. El poeta Khalil Gibran y la escritora libanesa May Ziadah, recordaba Marina, «mantuvieron una correspondencia que pasó de la amistad al apasionamiento, a pesar de lo cual nunca tuvieron la necesidad de verse».

Otros pasaron su vida juntos, como Winston Churchill y Clementine Hozier. que estuvieron casados 56 años. El primer ministro inglés le confesó a su querida «Clemmie» en una carta sentirse «deudor, si puede haber cuentas en el amor» porque lo que había sido para él «vivir todos estos años en tu corazón y compañerismo ninguna frase puede transmitirlo».

Conmovedoras son las palabras que el filósofo André Gorz dedicó a su esposa Dorine, antes de suicidarse juntos en 2007: «Acabas de cumplir ochenta y dos años. Has encogido seis centímetros, no pesas más de cuarenta y cinco kilos y sigues siendo bella y deseable. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos y te amo más que nunca. (…) Necesito reconstruir la historia de nuestro amor para captar todo su sentido. Gracias a ella, somos lo que somos, uno por el otro y uno para el otro (…) Te escribo para comprender lo que he vivido, lo que hemos vivido juntos».

Otras cartas se escribieron pese a que nunca iban a poder ser leídas nuncsu destinatario, como la que le escribió Katharine Hepburn a Spencer Tracy dieciocho años después de su muerte («¿Qué dices? No te oigo…»), la de Yoko Ono a John Lennon, o la del físico Richard Feynman a su difunta esposa, que recoge Shaun Usher en «Cartas memorables» (Salamandra, 2013) : «Tú, muerta, eres mucho mejor que cualquier otra persona viva (…) Amo a mi esposa. Mi esposa ha muerto. Rich. P.D: Perdona que no te envíe esto, pero ignoro tu nueva dirección».