Fernando Núñez-Noda: Mudanza y tiburón (Crónicas)

Fernando Núñez-Noda: Mudanza y tiburón (Crónicas)

tardedemudanza

La crónica es un género borderline entre la literatura y el periodismo. Comparto dos que son fieles a su naturaleza: se refieren a hechos reales y se narran como cuentos. Fueron publicados en Facebook, de modo que pueden comentar en el post original.

 





 

Tarde de mudanza

(Esta historia la conté una vez, pero la repito porque estaba viendo ayer unos capítulos de La Dimensión Desconocida -The Twilight Zone- y me dije que tenía que repetirla como evidencia de que sí existe el realismo mágico en la vida diaria, sobre todo de los venezolanos).

1. LA HISTORIA ES REAL HASTA LOS TUÉTANOS aunque los detalles sin duda se me escapan. Hacia principios de 1999 vivíamos en Chacao, en un viejo pero sobrio edificio cercano a la Av. Francisco de Miranda. Esa tarde nos mudábamos para el Litoral, a un apartamento cerca del mar.

En esos días el edificio estaba convulsionado porque a Orlando Castro, un banquero y hombre de seguros, se le había dado casa por cárcel y eligió o eligieron para él un apartamento en el tercero o cuarto piso. Eso significaba despliegue de escoltas, policías, periodistas y curiosos. Era incómodo entrar al edificio por carro o a pie.

Salía casi todas las tardes este banquero encarcelado al pequeño estacionamiento y trotaba de un extremo a otro. Suena loco, pero era así: el señor daba cortos saltos y cruzaba el aparcadero a dos kilómetros por hora.

2. OCURRIÓ QUE UN SEÑOR QUE CONOCÍA DE LA OFICINA nos alquiló un pequeño camión que sólo tenía contemplado un viaje, así que debíamos irnos esa tarde. Era muy buena persona, pero no paraba de hablar, repitiendo en centenares de versiones cómo consiguió el camión (que no era suyo), qué dijo para lograr la potestad de manejarlo, cuál era su plan de devolución, etc.

Bien, todo embalado, listo para la carga, empezamos a llenar el vehículo. Llevamos cajas al ascensor, bajamos cajas en PB, cargamos cajas hasta el camión, repetimos el proceso. El caballero del vehículo explicaba la ruta que tomaría y el porqué mantenerse en el canal derecho en la autopista. Yo me fui de vivo, tomé una caja y corrí al ascensor dejando a Milagros con la incesante letanía verbal.

Se escucharon unos gritos desesperados más abajo. Me llamó la atención. En vez de bajar directo a PB, el ascensor se paró dos pisos más abajo. Con dificultad se abrió la puerta y contemplé al autor de los alaridos: un vecino europeo del este, de unos 75 años, en interiores pero zapatos de patente y medias blancas. Nada más cubría su famélica humanidad.

Se acercó a mí rogándome con su duro acento: “No encuentro llave, la llave, esa llave, me quedé afuera”. Salí del ascensor con mi caja en los brazos, observé que su puerta estaba en efecto cerrada. Lo interrogué sobre cómo podía ayudarlo. El poco cabello que le quedaba estaba despeinado, sus ojos desorbitados. Tenía una especie de ataque psicótico.

? ¡Llaves adentro! ¡Esposa de viaje! ¿Qué hago? ¡Olla en cocina, llame a bomberos!

En eso bajaba por las escaleras Milagros y el conocido de la perorata con maletas y maletines en los brazos.

? Pana ?decía el señor? el ascensor no sube, se quedó pegado en este piso. Yo esto no lo había planificado y tengo que entregar el camión a las 7 de la noche, tú sabes que bla bla bla…

? Señor X (para no revelar el nombre de este ciudadano de la tercera edad en ropa interior) déme unos minutos, voy a bajar y ya subo ayudarlo.

Pues bajé, le informé a la conserje que tenía su propio rollo con un plomero o un carpintero, no me acuerdo. Le reclamaba enérgicamente y me prometió que subiría. Montamos cajas en el camión, subimos por la escalera al piso siete (a todas éstas el ascensor se quedó “pegado” en el 5). Los gritos del servocroata (“¡Mi mujer vuelve en una semana!”) retumbaban a medida que ascendíamos. Al llegar al piso 5 al señor ya lo rodeaban algunos vecinos y le proporcionaron una cobija para que ocultara el agresivo espectáculo de su cuerpo fofo semidesnudo.

No obstante se opuso y salió corriendo por las escaleras hacia abajo. Menos mal que íbamos en sentido contrario. Llegamos, cargamos, bajamos, descargamos, un par de veces pero el chofer se puso intenso con su explicación, que no cesaba y ya se iba la tarde y bajamos y topábamos con vecinos que buscaban –subiendo- al señor servo o croata o servocroata…

3. SE ABRIÓ EL ASCENSOR (FUNCIONANDO DE NUEVO), ALGUNAS CAJAS PEQUEÑAS, ÚLTIMO VIAJE. El chofer contaba cómo tuvo que trepar un cielo raso para entrar al recinto donde guardaban la llave del camión (a estas alturas ya pensábamos que lo había, ustedes saben, “tomado prestado”) y retomaba el asunto del plazo, que ya se cumplía (eran las 6pm).

? Oye ¿te importa si nos vamos nosotros dos en el carro y tú solo en el camión? –le pregunté.

? No, porque yo he planeado cuidadosamente la ruta: tomamos la Francisco allá abajo, derecha hasta la entrada del Country, abajo en la…

La perorata se disparó y, cuando ya acelerábamos el descenso para llegar rápido al carro, de un oscuro pasillo saltó ante nosotros el servocroata con la cobija como capa, más despeinado que antes:

? Tito fue un traidor, no eso que dicen que unificó Yugoslavia ¡mi llave, mi esposa, cerrajero, olla con paella sabrosa, quemada!

Apenas atinamos a gritar a los vecinos que estaba en el piso 2. Llegamos a PB. El chofer seguía con sus subterfugios y planes de ruta, el servocroata nos seguía: “¡Sáquenme de aquí, los adecos, paella, Tito, mi llave!”. Saltamos al estacionamiento, dejándolo atrás y sepárándonos del chofer para abordar el carro salvador.

? Tranquila mi amor, ya no puede pasar más nada ?dije exultante.

Y entonces, como surgido de la nada, nos cruzó al frente nada más y nada menos que Orlando Castro trotando, con un mono de fieltro verde. Detrás de él un par de escoltas lo seguían a dos kilómetros por hora. Y a lo lejos los gritos del servocroata y al frente el chófer especulaba que era mejor replantearse el plan de ruta… por la cola…

? Vámonos Milagros, ?dije. Antes que aparezca Rod Serling (el presentador de la serie de marras) y diga: “Los humanos son ingenuos, creen que son dueños de las llaves y de las puertas. Estos en particular no podrán salir jamás, porque han quedado atrapados en un domo de tiempo y de absurdo, un resquicio inexpugnable de la Dimensión Desconocida”.

¡Tan tan tan taaaaaaan!

Cómo se cazan tiburones en Venezuela

tiburon

Mi suegro José Antonio González es todo un personaje, lleno de historias, que nadie como él cuenta. Pero haré el esfuerzo de acercarme a su narrativa. Hace muchos años estaba él de vacaciones en las Islas Canarias (de donde es nativo, por cierto, pero resultó más venezolano que el queso telita).

En fin, un día estaba con su esposa Alicia en una playa de Tenerife. Salió a nadar un poco. José Antonio fue campeón y profesor de natación, de modo que nadaba largas distancias cómodamente. Un tanto alejado de la orilla, buceando, vio una figura difusa en el fondo que resultó ser un gran tiburón muerto, mecido por la corriente submarina.

José Antonio se sumergió, lo tomó por la cola y lo arrastró bajo el agua hacia una zona más baja. Allí ejecutó un teatro magnífico: lo abrazó y empezó a sacudir como si peleara con él, hundiéndose y saliendo repetidas veces. La gente en la orilla estaba aterrada mirando aquel espectáculo de un hombre enfrentarse a un gran escualo tan solo con sus brazos y manos.

Al final, como es obvio, la criatura quedó flotando en el agua y se volvió a hundir. José Antonio salió como un titán hacia la arena. Nadie podía creer aquello. Cuando le preguntaron si estaba bien, José Antonio replicó:

– Tranquilos, tranquilos, que así cazamos tiburones en Venezuela.

¡Épico!