¡Uy, Dios mío… berro!

¡Uy, Dios mío… berro!

 

(Foto Reuters)
(Foto Reuters)

 

Un mal día lo tiene cualquiera. Esta semana Nicolás Maduro tuvo al menos dos. El Presidente primero envió saludos a un fallecido hace 20 años -se enteró en la transmisión en vivo-. También llamó al diálogo y luego habló de empuñar un fusil, publica La Verdad.





Por Gustavo Ocando Alex / Maracaibo / [email protected]

Entré al ascensor, rumbo al piso 11, armado con una bolsa de pastelitos y el guion del programa radial que estaba a punto de conducir. Piso 1, piso 2. Recordé un sonido que había agitado mi celular cinco minutos antes y me digné a ojear el mensaje del operador de cabina. Piso 3. “Por favor, avísale a los muchachos que cuando suban, lleguen hasta el nueve, ya que el ascensor se queda en el 11”. Al diablo…

Marqué el nuevo piso en el tablero, pero el condenado aparato se antojó de continuar como quien ignora a un fiscal de tránsito al tragarse una luz roja. ¡Paplún! Un estruendo, yo detenido, las puertas no abrían, vibraba todo, resonaban las guayas. “Aquí fue”. Engullido por un Moby Dick de tubos y metal.

Y entonces recordé la cadena de infortunios que precedieron al “secuestro” del macabro vehículo: no hubo punto electrónico en la venta de pastelitos; dos cajeros automáticos se burlaron de mí con una nota de “su tarjeta no puede ser procesada en este banco”; no había efectivo ni para los periódicos; el vigilante del edificio -que debió advertirme del ascensor dañado- andaba por la esquina, dándome la espalda. ¡Bueh! Nada estaba alineado.

De un mal día no escapa nadie. Tampoco Nicolás tiene aires de Houdini para librarse de ellos. Esta semana le ocurrió dos veces. La primera aconteció en el teatro Teresa Carreño, en transmisión televisiva en vivo. Quiso pasar de simpático al enviar un saludo al editor Jorge Abelardo Ramos. “Yo recuerdo, dale un saludo de mi parte”. Su interlocutor le corrigió: “falleció… hace veinte años ya”. La respuesta fue lacónica, llena de pena: “¡uy, Dios mío… beeerro!”.

La segunda fue la traición de su discurso, que en las últimas de cambio está siendo tan doble como whisky en bar de alcurnia. Con el Alba y el Caricom, enarboló el diálogo como salida a su riña con EEUU. Pero un día luego advirtió, tan bravucón como gritón, que si empuñase un fusil, llegaría el fin del imperio. Utópico, pero con dos caras. El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde.

El Presidente se ha visto atrapado en su retórica de las últimas semanas como yo en el bendito ascensor. Sin salida, a la espera, como entrampado involuntariamente. Yo debí esperar 20 minutos para lanzarme por una rendija y escapar. Él aún espera un respirito. Pasa en la vida y ocurre también en la política.

“Yo recuerdo. Ese es el compañero Jorge Abelardo Ramos. Dale un saludo de mi parte… (falleció hace 20 años) ¡Uy, Dios mío… beeerro”

Nicolás Maduro

Presidente