Oposición a Maduro desde un púlpito bogotano

Oposición a Maduro desde un púlpito bogotano

El padre Pedro Freites Romero pertenece a la diócesis venezolana de Maturín. Aquí oficia una misa en la parroquia de Santa Clara, en el norte de Bogotá. / Cristian Garavito - El Espectador
El padre Pedro Freites Romero pertenece a la diócesis venezolana de Maturín. Aquí oficia una misa en la parroquia de Santa Clara, en el norte de Bogotá. / Cristian Garavito – El Espectador

 

Desde una parroquia en Bogotá, el padre Pedro Freites ha acompañado religiosamente a la comunidad venezolana. Entre sus peticiones más continuas está el fin del gobierno socialista de Caracas.

Por: Diego Alarcón Rozo/ @Motamotta/El Espectador





Esta mañana el padre Pedro Freites Romero le volvió a pedir a Dios lo mismo por lo que reza todos los días y lo mismo que seguirá pidiendo “mientras respire”: que el gobierno socialista de Venezuela, su país, se acabe cuanto antes. También suele hablarles a Santa Rita, patrona de los imposibles, y a San Nicolás, protector y defensor de los pueblos. Les dice que intercedan por él ante el Altísimo, para que ese otro Nicolás que es presidente vea la luz revelada y por fin, como la conclusión bondadosa de un doloroso suplicio, haga penitencia por todos sus pecados y aparezca “la paz que brota de la justicia”.

Pero ya es de tarde y su misión sacerdotal lo ha puesto al frente de la misa de las 5:00. Unos 50 venezolanos oyen atentos su homilía del Evangelio según San Juan y las reflexiones van tomando diversos caminos para llegar al mismo destino que es Venezuela y su gobierno “fracasado y soberbio que no acepta sus errores. Que se está cayendo y por eso yo les digo de corazón: no perdamos la esperanza. Vamos a pedirle a Dios para que se caiga. Dame fuerza, Señor. Yo quiero luchar”.

Mientras tanto, al fondo de la iglesia hay un bebé que llora sin parar y algunos feligreses dejan salir lágrimas también, porque esto no ocurre en la catedral de Caracas, ni de Maracaibo, ni de San Cristóbal. Estamos en la parroquia de Santa Clara en Bogotá, a pocos días de que termine la Cuaresma y ellos, los creyentes que con devoción oyen al padre Freites, sienten que allí, con su pastor y rodeados de sus pares, pisan simbólicamente ese suelo del que quisieran no haberse ido y que a sus ojos padece los gajes de una decisión política errada.

Ni chavista, ni opositor. Dios no entra en esas categorías tan humanas, dice el padre, pues a su juicio Él, el divino, está con el chavista bueno, con el opositor bueno, con el guerrillero bueno y con el empresario bueno. Hoy el salmo responsorial sentencia “que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de Ti” y en la homilía él, el cura, le da un pequeño giro a la plegaria: “que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de Venezuela”.

Hoy también la monición de entrada del Semanario litúrgico catequético, ese folleto que se reparte a la entrada de la parroquia y que contiene las lecturas del día, dice en uno de sus apartados: “No podemos hacer opción por Cristo ni adherirnos a su proyecto salvador, si no hacemos primero opción por la vida de los que se encuentran marginados por un sistema capitalista que excluye y oprime a los pobres e indefensos”. Hay días en los que Dios parece chavista.

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— Padre, ¿pero acaso no es de esperar una posición neutral de parte de la Iglesia frente a una tensión política como la de Venezuela?

— No soy vocero del episcopado ni de la Iglesia. Soy un sacerdote venezolano que ama a la Iglesia, que camina con ella y que está convencido de que en el momento histórico actual no basta con rezar.

El padre, afirma, tiene la conciencia tranquila. Claro que sabe que un sacerdote debería apostar por la neutralidad, pero él, que también es humano y ciudadano, asegura amar mucho a su país como para seguir guardando el silencio máximo que mantuvo por años. Las protestas estudiantiles contra el gobierno que dejaron 43 jóvenes muertos entre febrero y marzo del año pasado fueron el detonante de su paciencia, la palabra que levantó a Lázaro y lo invitó a andar. “Es que no puedo callar, mi hermano” y se justifica: “¡nada más alejado de Cristo que un gobierno que busca eliminar la libertad! ¡Cristo es libertad, hermano! ¡No puedo callar!, ¡no basta con rezar!”.

Por esos mismos días de protestas, el padre Freites empezaba el que sería su tercer y último año —al menos por este ciclo— como profesor de la Facultad de Comunicación Social en la Universidad Javeriana. Un grupo de venezolanos residentes en Bogotá lo contactó para ofrecer una misa por Venezuela y el ritual fue tomando fuerza con la repetición semanal.

El padre Freites había optado por venir a Colombia tras un largo período en Europa, en el que se sentía desconectado de Venezuela y en Bogotá encontró la manera de mantenerse cerca porque el estar le resultaba riesgoso. “Me pasaría lo de Antonio Ledezma (líder opositor preso) si vuelvo, chico”. Las misas por Venezuela que encabezó desde finales de febrero hasta la semana pasada fueron posibles porque vino a Colombia de visita tras haber terminado formalmente su estancia en noviembre del año pasado. Una vez más, de eso está seguro, el gobierno de Venezuela ve en la Iglesia una voz incómoda que se opone a su “proyecto político-económico de corte socialista marxista o comunista” y con el que ha mantenido discusiones de manera pública. El cura aún recuerda cuando Hugo Chávez le dijo a él y a toda la Conferencia Episcopal Venezolana que tenían el diablo debajo de las sotanas.

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Como ha ocurrido todos los domingos del último mes, el padre saluda a sus compatriotas que están en diáspora (así describe a la mayor parte de su feligresía), se para en el púlpito y el primer pedido lo hace por la “liberación de nuestro pueblo”, enseguida ruega por el “futuro de nuestra sufrida patria Venezuela” y luego pide por los jóvenes, siempre por los jóvenes, que han perdido la vida protestando en la calle o víctimas de la inseguridad, esa manera de morir —sugerirá el cura— que en Caracas a veces parece más natural que la vejez misma.

En el sermón el nombre de Jesús va y viene, el de Maduro viene y va, sobre todo que se vaya, y en el momento de consagrar el vino, los músicos de la iglesia dejan de tocar alabanzas para pasar a las notas del Himno Nacional y en la elevación del cáliz todos cantan unidos “gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó”. Aquí algunos lloran y en cualquier momento el padre Freites puede pregonar un “viva Venezuela” que será respondido con un sonoro “¡viva!”, y una ovación que sienten desde el bebé de la última fila hasta el Jesús crucificado en el muro del fondo.

En el púlpito, el sacerdote extiende los brazos, engrosa la voz y frunce el ceño en una mezcla de severidad y amabilidad que depende o de la manifestación de sus aliados celestiales o del recuerdo de sus adversarios terrenales. En persona, en cambio, sentado en un cómodo sofá de la casa sacerdotal de la parroquia Santa Clara, conversa relajadamente sobre su vida, sobre política, música o filosofía. ¿Y sobre Venezuela? No, porque a la parsimonia usual se le escapa mucha severidad, la santa ira que le produce el proyecto “marxista comunista” que prima en su país y el “cinismo de sus personeros”. Cada vez que habla de la revolución que inauguró Hugo Chávez, le cuesta trabajo no complementar la palabra con algún calificativo, siempre negativo: “la revolución del hambre”, “la revolución del odio”, “la revolución de la violencia”, “la revolución de la miseria”, “la revolución del hampa”, la revolución de la falacia”, “la revolución del fracaso”…

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También le tiene una respuesta desde el sofá en el que conversamos: “El embajador responde a su propia naturaleza. Oportunista, mentiroso y cínico. ¿Por qué no viene él personalmente y averigua? ¿Por qué no me acompaña a ver a quién se le da esa ayuda, que son venezolanos que están en situación de tragedia aquí y que deberían ser responsabilidad del gobierno, perseguidos políticos por ejemplo? Es el embajador de la mentira, así lo he calificado. Yo no ando haciendo nada a escondidas”.

— Padre, cuando usted daba misas en Maturín, por ejemplo, ¿hablaba mal del gobierno chavista?

— No solo en Maturín. ¡En toda Venezuela!

Es probable que algunos de los feligreses de Bogotá no sepan que antes de oficiar eucaristías en Santa Clara, el padre Freites fue director de Radio Vaticana para América Latina y el Caribe; rector del Colegio Venezolano en Roma y subsecretario general de la Conferencia Episcopal Venezolana. Es probable que tampoco sepan que, aparte de español, “se defiende” con el alemán, el francés, el portugués y el italiano. Ni que es doctor en Teología.

Durante la conversación, el sacerdote hace el recuento de su vida y se detiene para relatar un episodio reciente. Ocurrió el 31 de enero de este año: “ese día me di cuenta de que el Sebin (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional) me vigilaba. Estaba en Maturín visitando a mi familia. Vengo en mi carro cuando empiezo a ver por el espejo que está una Toyota Tacoma, doble cabina, sin placas, siguiéndome. Cambié la ruta hasta que llegué a la casa de mi mamá. Cuando paro, se para la camioneta también y llegan otras tres. Eran las once de la mañana. Me quedo en la casa de mi mamá por una hora, 45 minutos. Luego llegaron otras dos, unas motos y desde ahí no me soltaron hasta que notificamos a la Conferencia Episcopal y a mi obispo. Lo conté en la misa, en la catedral de Maturín el 1º de febrero. Fue un amedrentamiento, fue un ‘mira, sí te estamos siguiendo’ ”. Luego presentó una denuncia por hostigamiento ante la Fiscalía.

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En la última misa que dio en Bogotá antes de partir a Roma, el domingo pasado, el padre les anunció a los creyentes que debía irse, aunque volverá a finales de abril. Le pidió al cielo que antes de que termine la Cuaresma, su pueblo vea la luz que lo saque de este túnel. “Jesús está en el rostro sufriente de nuestros estudiantes, de esos muchachos que esta semana van a prender la mecha en Venezuela”.

Hoy el padre Pedro Freites se alista para recibir la Semana Santa en su cuarto en Roma, tal vez oyendo a Mozart o a Vivaldi, tranquilo porque siente el apoyo de su obispo, Enrique Pérez Lavado, y de la Conferencia Episcopal Venezolana, quienes nunca le han pedido silencio. Ha rogado públicamente “Padre, si es posible, sácanos a Maduro, por favor te lo pedimos, y a toda la cuerda de ladrones que están apoderándose y destruyendo nuestro país”. No tiene miedo: “Yo lo pido con claridad, pero cada quien se lo pide a su estilo”.