El día de la humillación

El día de la humillación

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El economista Luis Oliveros publica en el portal de la revista SIC del Centro Gumilla una crónica sobre el calvario de hacer compras de los productos básicos en el país, en este caso específicamente en Caracas. Esto es lo que escribió Oliveros.





 

El día de la humillación

 

Desde hace unos días varios establecimientos decidieron, siguiendo “recomendaciones” de la Defensoría del Pueblo, vender los productos regulados por el terminal de la cédula. A ese día yo lo he denominado el “día de la humillación”. A los venezolanos se les acabó la libertad de comprar sus víveres cuando les dé la gana. Ahora, en una especie de profundización de los controles, pero esta vez con el apoyo de algunas empresas privadas,  usted solo tiene un día a la semana (dos si decide sacrificar su fin de semana de descanso) para comprar. El gobierno consiguió la manera de enseñarle al país los efectos de los controles y del socialismo en una economía.

Como todo venezolano atrapado en este “Macondo”, ese lamentable día me llegó. En las próximas líneas les cuento lo que viví.

Temprano en la mañana me dirigí al primer supermercado, el que me queda más cerca de mi casa, para efectos prácticos lo llamaré Supermercados Verde. Llego y había una cola, “la de los productos regulados” me dice una señora que me señala donde hay que ponerse. La fila, no muy larga, se mueve muy lento. Al final hay un muchacho sentado con una computadora pidiéndole a cada cliente su cédula,  anotándolos y dando el visto bueno para que puedas comprar. El muchacho parece un burócrata. Él representa el filtro entre quienes pueden y quienes no, comprar los “demandados” productos regulados ese día. En plena fila una señorita me dice “este sistema me parece una maravilla, así los bachaqueros no pueden hacer su negocio y nosotros hacemos nuestra cola tranquilos”, me pregunto: ¿por qué fui yo el “afortunado” receptor de tan mediocre comentario? y luego me debato entre explicarle el error en el cual incurre ó seguir escuchándola. Sin embargo no hace falta, un señor empieza a enseñarle lo de la libertad de comprar, el problema que tenemos con la escasez, etc.,  y para terminar le suelta un maravilloso comentario “a este ritmo de deterioro del país, pronto el filtro será los dos últimos números de la cédula”. La muchacha reconoce que estamos muy mal. Al final de ese “arco iris” solo hay jabón para lavar ropa (de 1 kilo, 2 por persona) y suavizante (de 1 litro, 1 por persona).

Sigo mi recorrido por la “nueva potencia bolivariana” y mi siguiente parada es una farmacia, la cual llamaré Blanca y Azul. En esta farmacia hay mucha gente, enormes colas para pagar y muy pocos productos. En este establecimiento lo codiciado es pañales (talla G, 2 por persona) y jabones para bañarse (3 por persona). Mientras espero mi turno en farmacia para pedir una medicina y pagar los productos regulados “que me tocan”, una doctora rompe el silencio de la farmacia y le explica en voz alta a un señor de bastante edad que “esa medicina que usted necesita tiene mucho tiempo sin venir señor; debe registrarse en cualquier farmacia de su preferencia, llevando el informe del médico tratante firmado por éste,  con el número de cédula en la firma y muy pronto se comunicarán con usted desde el sistema que creó el gobierno para administrar las medicinas para que le den el tratamiento por un mes, luego del mes tendrá que hacerlo otra vez”, el señor responde “seguro moriré antes de ver esas medicinas”. Lo más triste es que todos los que estábamos alrededor de él pensamos lo mismo. Pregunté por tres medicinas, no había ninguna.

Mi tercera parada es otra farmacia Blanca y Azul, ésta queda en un Centro Comercial. Al llegar veo mucha gente porque “acaba de llegar desodorante de mujer (2 por persona) y toallas sanitarias (2 paquetes por persona)” me dice el señor de seguridad que trata de poner orden en la cola.  Tanto el desodorante como las toallas tenían unas marcas impronunciables.  Las medicinas siguen sin aparecer. En el mismo Centro Comercial hay otra farmacia, la cual llamaré Roja. En esta no había prácticamente nadie adentro, síntoma inequívoco de que no hay nada “interesante”. Efectivamente al entrar lo corroboro, pregunté por las medicinas y tampoco estaban.

Al frente de la farmacia hay un supermercado, el cual llamaré Supermercado Rojo y Blanco. Al entrar veo un conjunto de señoras que corren hacia la farmacia del supermercado, donde acaba de llegar tinte para cabello. Una señora, la que está repartiendo los tintes, grita casi a nivel de regaño “solo dos tintes por persona, rompan las cajas con orden, no desorden las cosas y no empujen”. El espectáculo es grotesco, todas hacen exactamente lo contrario a lo que la señora grita (y seguirá gritando lo mismo mientras me quedo en el establecimiento). Aquí hay atún (4 latas grandes por persona). Me llamó la atención que afuera del Supermercado Rojo y Blanco, en la calle, había una gran cantidad de personas sentadas esperando. Cuando voy pagando, oigo un policía del municipio que le dice al cajero “voy a comprar 12 latas, entendido”, obviamente el cajero dijo que sí.

 

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Siguiente parada otro Supermercado Verde. Al entrar una señorita me pregunta “¿hoy es tu día?”, me pide la cédula y me da un número con el cual “puedo ir la carnicería” para me que me den el producto regulado.  En éste había harina de maíz para arepa (2 por persona) y azúcar (2 por persona). Mientras hago la cola para que me den esos productos una señora llega y pregunta, “¿qué están dando?”, otra señora le respondió “señora no diga que le están dando porque eso no se lo regalan, hay que pagar y además perder tiempo en esto, el cual también vale dinero”.  La señora no hace mucho caso y llama a su hija para que haga la cola mientras ella se va a hacer la cola en la caja para pagar.

De allí me fui a una farmacia, la cual llamaré Farmacia Verde. En esta no había nada de los “codiciados productos regulados”, pero conseguí una medicina.  La emoción es grande cuando te dicen que tienen una de las medicinas que usa tu papá de 86 años. Qué vergüenza alegrarse de algo que es cotidiano en el 99% de todo el mundo (solo Cuba y la Corea del loco son factor de comparación para nosotros).

Penúltima parada un Supermercado Rojo y Gris. Éste es tal vez el más grande de esa cadena en Caracas. En la entrada una señorita te pide tu cédula y está acompañada por un muchacho, el producto regulado del momento es pañales (aquí tenías el lujo de escoger entre talla M y G, 2 por persona). El muchacho se queja de que “hoy almorzará tarde”, porque luego de despachar los pañales tiene que ir a botar las cajas, “mejor era que no hubiera venido a trabajar hoy” termina diciendo. En este sitio me pasó lo más “hombre nuevo” del paseo: me senté a tomar un café y puse el carrito a una distancia alejada de mí, pero que pudiera verlo. El experimento era ver cuánto tiempo duraban los pañales dentro del carrito. En menos de 5 minutos una señora (entre 40-45 años) se acercó al carrito miró a los lados, le dio una vuelta y se llevó los pañales. Me devolví al sitio donde daban los pañales y les conté lo que ocurrió, la señorita me dice “aquí usted tiene que tener mucho cuidado, estar pilas, porque la gente se roba las carteras y las cosas que tengan los demás en el carrito”, le digo que usen las cámaras para que vean a la señora “con malas mañas”, el muchacho que estaba preocupado por almorzar me responde “pana aquí nadie tiene tiempo para ver las cámaras, estamos muy ocupados, hay cosas más importantes que hacer” y luego me puso dos paquetes de pañales en el carrito como para que me fuera. Mientras estoy pagando le pregunto al cajero por el nuevo jabón líquido que sacaron para lavar ropa y que supuestamente rinde 2.7kilos; me dice que ya se terminó pero que una señora que se estaba llevando tres, tuvo que dejar uno y muy amablemente me lo puso en la compra. Interesante la comparación de como el muchacho preocupado por el almuerzo tenía uniforme del Supermercado, mientras el cajero era de una empresa contratista.

La última visita fue a otro Supermercado Rojo Gris, ésta vez uno bastante pequeño. En este establecimiento había muchos motorizados en la puerta. Al entrar me hacen la acostumbrada pregunta “¿es tu día?” y una señorita me da un número, el cual me brindará la oportunidad de comprar café (3 kilos por persona). Mientras hago la cola para pagar, ocurre un acontecimiento que cambiará la rutina del sitio por los próximos minutos: primero ponen jabón líquido para lavar ropa (el nuevo), lo cual genera que muchos se amontonen en las cajas que van colocando para sacar el producto (2 por persona). Pero eso era el preparativo para lo grande: llegó jabón en polvo para lavar (el de 2.7kilos, 2 por persona). La cola desbordó el establecimiento, aparecieron todos los motorizados y sus parejas en el supermercado (interesante como pronosticaron que llegaría jabón). Adicionalmente ocurrió algo que me asombró aún más: la gente prefirió hacer la cola para comprar el jabón en polvo y dejar el jabón líquido, a pesar de la facilidad de llevárselo (es una botellita vs. una bolsa que pesa 2.7kilos). La razón es que la bolsa cuesta algo más de Bs. 70 vs. Bs. 100 la botellita.

Con todas las colas que hice, tuve oportunidad de observar (y padecer) el comportamiento de las personas en la cola: no importa la clase social, los patrones se repiten. Está el “me cuidas el carrito que se me olvidó algo”, lo hacen varias veces , no le da pena que en cada viaje traiga más productos ni que tu tengas que moverle el carrito porque se ausenta por varios minutos; está el “esto ya no aguanta, hay hambre, esto se cae pronto”; el que te dice “qué bueno que conseguimos jabón” sin importarle que suena rendido, resignado, entregado a la miseria; el que te dice que “Bs. 30 por un kilo de jabón es un precio justo” y luego te dice que “este modelo económico hay que cambiarlo, yo iba a viajar y ahora no puedo”; el que conoce a los bachaqueros y te cuenta como los tipos tienen varias cédulas; el que está con el celular llamando gente y contándoles todo lo que hay para que “entren rápido que se acaba” y compran todos los días; el que se conoce todos los precios y te dice al variación de cada uno y hasta te dice de cuanto es la inflación en su canasta de alimentos; y no podía faltar el que se trata de colear, porque él es un “venezolano muy vivo”.

En total visité cinco supermercados y cuatro farmacias (todos privados), ¿qué productos no vi en ninguno de estos establecimientos? leche en polvo y líquida, carne, pollo, papel higiénico, champú y acondicionador, agua mineral, pañales de bebé (tallas de recién nacido, XG y XXG), pañales de adultos. ¿Cuáles si había en todos (Supermercados)? pastas, arroz, granos, frutas, hortalizas, galletas, queso, jamón, aceite, pan, harina de trigo. Si hablamos de marcas, es un desafío buscar dos marcas diferentes de un mismo producto.

No haré un análisis económico de lo vivido, la distorsión de precios relativos, la disminución en la producción nacional, el daño de los controles y expropiaciones por parte del gobierno y la caída en las importaciones son factores que todos conocen muy bien.

Sin duda hoy los venezolanos sufrimos una tarjeta de racionamiento.  Y no solo la padecemos por cantidad sino de día de compra.

El día de humillación confirma que tenemos un gobierno que le fascina generar dependientes, que quiere venezolanos sumisos y que para nada le importa seguir equivocándose en su política económica.

Los venezolanos deben entender que la vergüenza, el deterioro de la calidad de vida, la humillación de comprar lo que te dejen,  no puede ser la normalidad. Sin embargo la adicción a los precios regulados, a los controles y a un “papá estado” son desventajas ideológicas que parecieran estar aferradas con el gentilicio.

 

Original en Revista SIC