Ocho rincones de Grecia que no te puedes perder

Ocho rincones de Grecia que no te puedes perder

A Grecia no se va, se vuelve. Lo podría haber dejado escrito un poeta como Odiseas Elitis, por ejemplo, sobre las olas. Esta vez no nos vamos a tapar los oídos y vamos a escuchar los cantos de Poseidón, que nos está llamando a gritos a su mar. Haciendo caso al dios hemos arribado a las costas de Grecia con la pasión de Schliemann y de Evans, esos románticos a los que les debemos grandes y emocionantes hallazgos arqueológicos. Vanitatis.elconfidencial.com

Este país, que ayer fue Partenón y mitología y hoy es Varufakis y más Varufakis, merece ser reconquistado. No en todas partes hay un laberinto con minotauro ni se presiente la Atlántida sumergida, que a veces parece emergida. Nuestro barco -porque la Hélade es de navío-, hace ocho escalas. Son estas.

1. El blanco y azul de Santorini. Es la top model de las islas. Siempre sale bien en las fotos: carne de catálogo, aunque luego es toda ella alma platónica, reclamando siempre su pasado de volcán, con su capital (Thera) cargada de casas blancas amontonadas, de puertas y ventanas azulísimas, cúpulas que redondean su fina estampa, y su naturaleza de abismo, precipicio cayendo casi violentamente al mar (Egeo tenía que ser). Aquí solo se puede ser feliz. Hoteles y restaurantes de lujo, animada vida nocturna (y diurna), tabernas a la griega, paseos en burro, artesanía helena y, lo mejor, la caída del sol en Oia.

Foto: Gtres

2. El palacio de leyenda de Cnosos. Aquí, en la isla de Creta, está el majestuoso palacio de las mil habitaciones de Minos, el rey que mandó a Dédalo construir el laberinto para encerrar al minotauro. Era mitología, con Teseo, Ariadna y demás, hasta que el británico Arthur Evans lo encontró enterrado y lo devolvió a la realidad y a la historia. Este sofisticado complejo que nunca tuvo murallas está a un paso de la capital, Heraclión. Después (o antes) tendrás que visitar el imponente museo arqueológico. Los frescos que adornaban sus policromados muros (delfines, perdices, la ‘parisina’, el príncipe de los lirios, las bailarinas…) se quedarán en tu imaginación y la alimentarán. Ya siempre estarás en Cnosos.

Foto: Gtres

3. Delos, la isla que vio nacer a Apolo. Cuenta la mitología que esta isla minúscula de las Cícladas del Egeo emergió del mar tras un golpe de tridente de Poseidón a petición de Zeus solo para que Leto pudiera alumbrar a Artemisa y Apolo. Es un lugar sagrado: aquí está el templo del dios. Está deshabitada y podrás ir en barco, por supuesto; desde la cercana y bella Míkonos, la de los molinos y pelícanos.

Foto: Gtres

4. La tierra sagrada del Monte Athos. En griego se llama Ágion Óros, o sea, la montaña sagrada, y está al norte de Grecia, en Macedonia, extendiéndose hacia el sur desde la península Calcídica. También aquí hay mito, el de un gigante, Athos, que se atrevió a desafiar a los dioses del Olimpo y lanzó una enorme piedra nada menos que a Poseidón, lo que hoy es la península. Es el refugio casi inexpugnable de veinte monasterios ortodoxos solo para hombres (el de Pantokratoros, por ejemplo, es del siglo XIV) que forman un territorio autónomo bajo la soberanía griega, a cual más espectacular y bello. Tendrás que pedir permiso para entrar con unos meses de antelación. No te lo darán si eres mujer o si tus razones son meramente turísticas. El lugar es mágico, pero también religioso, alejado de los ruidos del mundo, y Patrimonio de la Humanidad de la Unesco; sobra explicar por qué.

El monasterio de Pantokratoros (Foto: Gtres)

5. Las cuevas azules y las tortugas de Zacinto. También te la encontrarás en el mapa como Zacynthos o Zante. Esta vez echaremos el ancla en una de las islas jónicas (hermana de la proverbial Ítaca), al noroeste de la Grecia continental, que ya menciona Homero en la Odisea y que es famosa por sus uvas, sobre todo las dulces, y sus tortugas (las Caretta caretta), en el parque nacional marino de la isla de Zante. ¿Ganarían estas a Aquiles? Atención a sus cuevas azules, a las que solo se puede llegar por mar; a la bahía Navagio, a los restos históricos y a sus espléndidas playas. Tiene de todo, y además es salvaje y montañosa. Es la tierra (y el mar) del poeta del siglo XIX Dionisos Solomos, el autor de la letra del himno nacional.

Bahía Navagio en Zante

6. Los monasterios colgados del cielo de Meteora. Ahora nos trasladamos a la llanura de Tesalia, en las proximidades de la ciudad de Kalambaka, al norte de Grecia. Contemplar estos templos cristianos ortodoxos es algo sobrecogedor. ¿Cómo llegaron a escalar estos 600 metros de altura? Se alzan sobre unas formaciones rocosas que se ha encargado de esculpir artísticamente la erosión y están habitados -actualmente solo seis- desde el siglo XIV (antes hubo ermitaños). Cómo no iban a ser Patrimonio de la Humanidad. Apúntate al recorrido circular de 17 kilómetros que sale de Kalambaka y los rodea. Y sí, se pueden visitar.

El monasterio de Agia Trias (Foto: Gtres)

7. Naoussa en la isla cicládica de Paros. En esta isla de las Cícladas montañosa, al sur de Delos, hay playas para aburrir (¿aburrir?). Encontrarás todo el tipismo que buscas y más. Su capital, Parikia, tiene callejuelas, pequeñas iglesias y molinos de viento. Naoussa es francamente de postal, con su puerto veneciano y su fortificación como umbral, por no hablar de su maestría en el arte de vivir. Desde el pueblo de Pounta podrás partir en una kaikia, las embarcaciones nativas reconvertidas en barcas-taxi, hacia la vecina Antiparos, donde se dice que estánlas mejores playas de todo el Egeo. Y si te sale tu alma marinera, navega hasta Naxos (donde Teseo abandonó a Ariadna, y la encontró Dioniso), Santorini o Míkonos. Se puede ir en avión desde Atenas, Rodas o Heraclion, pero pudiendo ir en barco (desde El Pireo, Miconos o Naxos)…

8. Corfú, la llamada ‘isla de la felicidad’. De nuevo en las jónicas, en la más conocida y grande Corfú, que fue la ninfa (Córcira) de la que se enamoró Poseidón y a la que le dio de regalo precisamente esta isla. Cosa de los dioses. Hay tanta fortaleza aquí que es llamada oficialmente Kastrópoli, o sea, ‘la ciudad de los castillos’. Fue veneciana antes de ser británica y se nota, y también es Patrimonio de la Humanidad. La ciudad de Corfú, en el centro de la costa oriental, presume de ciudadela y de ciudad vieja con callejuelas laberínticas labradas de guijarros. Te gustará su paseo marítimo, sus playas y atardeceres, y su tendencia al lujo, algo muy griego (a la emperatriz Sissí y la bohemia decimonónica también les gustaba). Ah, se cuenta que esta fue la última parada de Ulises en su viaje a Ítaca. Y también va a ser la nuestra. Nos quedamos en la llamada ‘isla de la felicidad’.

 

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