Quince mil venezolanos al exilio en Argentina

Quince mil venezolanos al exilio en Argentina

 

(Foto AP)
(Foto AP)

 

Diez venezolanos por día se residenciaron en Buenos Aires el año pasado. Los criollos son el grupo de extranjeros en este país que más creció en 2014, a pesar de la polémica idea que existe sobre ?Argenzuela?. Éste es el diario de un emigrante, el de muchos, el de todos, publica Newsweek.





Por: Juan Carlos Figueroa/Newsweek

 

Si hay un momento complicado para el que emigra, ese el “momento Maiquetía”. Y no se trata de los últimos abrazos, el “escríbeme al llegar”, el llanto. No. Este instante ocurre justo después de toda la algarabía. Después de la foto en migración, el sello de salida, y justo antes del llamado para abordar el avión. Cuando no queda otra cosa más que esperar. Sucede cuando, inevitablemente y por primera vez, te quedas solo.

No hay forma de corresponder con esa sala de espera llena de turistas alegres. En un momento así, cualquier asomo de felicidad es inoportuno. Pero si estás atento, descubrirás que no hay verdad en tanta soledad. Es un ejercicio desesperado, pero si revisas rostros por algunos minutos no tardarás en encontrar desgracia en alguna que otra mirada. Al fondo de una fila de asientos encontrarás, por ejemplo, a aquella chama (22 años, quizás), de ojos hinchados, que aprieta su nariz con un pañuelo. Allí hay otra fugitiva, dirás, porque el emigrante no es feliz. Y te sentirás aliviado porque te sabrás acompañado.

Una investigación de la Universidad Simón Bolívar, dirigida por el profesor Iván de la Vega, dice que al menos 1 millón 200 mil venezolanos han tenido su “momento Maiquetía”. No hay forma de verificar el dato oficial porque el Gobierno no quiere que se sepa cuántos se fueron. Pero si tiene razón, sería como si casi toda Maracay se vaciara de repente, como si Barquisimeto entera decidiera largarse. Es demasiada gente. ¿Cómo no van a coincidir al menos dos en esta sala?

Es absurdo cuestionar tu decisión de emigrar minutos antes de abordar. Pero los vuelos de Conviasa suelen retrasarse, y como no tienes nada más que hacer, te lanzas por ese despeñadero. Que los vas a extrañar con locura, que no vas a estar en su cumpleaños, que esperas que la abuela mejore, que nunca aprendiste a hacer arroz sin que se quemara. Que las cosas no deberían ser así… Que, en definitiva, no te quieres ir.

Pero entonces anuncian un vuelo, el tuyo. Uno a Buenos Aires (el 5000 de Conviasa), por ejemplo, y no dudas. Como si lo hubieras esperado toda la vida, y contra toda lógica (porque no te quieres ir), te subes voluntariamente a ese avión. No te quieres ir y te vas. Porque sabes que lo único más difícil que irse, es quedarse.

Venezuela queda en el bulevar Florida de Buenos Aires

Son 10 cuadras de tiendas, kioscos, buhoneros, promotores. Es diciembre de 2014. Hoy, como siempre, suena el tango, la cumbia y el reguetón, todo al mismo tiempo. Y en medio del alboroto, distribuidas en distintos puntos, resaltan varias gorras con la bandera venezolana. Aquí opera un sistema tan ilegal como esencial para cualquier emigrante venezolano que llega a Argentina.

El primer eslabón en esta cadena lo ocupa hoy Wilfredo Castillo, ingeniero de la Universidad Santa María, 28 años, mirandino. Es un chico nervioso, retraído, recién llegado. No sabe muy bien a quién tiene que buscar. Un amigo que ya vive en Buenos Aires le dijo que se encontrara con “el maracucho” que trabaja en pleno bulevar. Es fácil encontrarlo, le dijeron. Tiene una gorra de Venezuela y, claro, “habla maracucho”.

Wilfredo se vino a Argentina a estudiar una maestría. Intentó gestionar el “cupo de divisas estudiantil” ante el Centro Nacional de Comercio Exterior, pero no tuvo suerte en esa lotería. Igual no iba a esperar por ellos.

Argentina es una opción para el venezolano que emigra por dos cosas. La primera tiene que ver con la facilidad para residenciarse. Gracias a los convenios del Mercado Común del Sur (Mercosur), el venezolano puede tramitar su residencia argentina en menos de un mes. Esto lo autoriza a estar en el país por al menos dos años y trabajar legalmente. La segunda tiene que ver, precisamente, con los dólares. Hasta abril de 2015, quien viajara a Argentina podía comprar a precio preferencial 3.000 dólares (2.500 de ellos con tarjeta de crédito). Ahora el tope es de 1.500. Igual sigue siendo un lujo si se compara con Colombia, Panamá o Estados Unidos, destinos a los que solo se les autorizan 700 dólares.

El plan de Wilfredo es este: tiene que “raspar” el “cupo viajero” antes de que les bloqueen las tarjetas, gastar lo menos posible y vivir de ese dinero hasta que consiga trabajo. Y para eso es que necesita al “maracucho”.

Sí fue fácil encontrarlo. Alfredo Rodríguez, 21 años, estaba con la gorra y un letrero ofreciendo viajes a Bariloche. Es bachiller y tiene dos años en Argentina. Lo robaron como tres veces en Maracaibo y odia tanto a Chávez como a Capriles. Todo fue muy rápido: un primo en Buenos Aires le dijo que le tenía un trabajo, que era en dólares, que dejara todo y se viniera. Y en menos de dos semanas, dejó todo y se vino.

En Florida hay varios como él. Su trabajo consiste en estar parado en el bulevar a la espera de personas como Wilfredo. Le toca aclarar los puntos: el monto a “raspar”, el tipo de tarjeta y el banco. “Porque Provincial no está pasando, marico”. Y de allí, se los lleva hasta un mini centro comercial donde, en un local apartado, los espera Gloria Pino, la tercera pieza clave en este circuito.

Gloria no debe pasar los 35 años. Es también venezolana y la jefa en la oficina. La ayudan otro venezolano y dos colombianos. Tiene al menos tres puntos inalámbricos para “raspar”; uno de ellos está registrado en Ecuador, otro en Holanda. En noviembre pasado, llegaba a atender hasta 50 venezolanos al día. El negocio, cuenta ella, se ha complicado por los problemas para comprar pasajes en Venezuela. “Pero solo en la mañana del sábado -porque solo trabajamos medio día los sábados- raspamos 23 mil dólares”.

Así se arreglan las partes. Gloria cobra entre 20 y 30% de comisión: por raspar los 2.500 de Wilfredo, se quedó con 625 dólares. En una muy buena semana, puede llegar a facturar unos 80 mil dólares en ganancias. A Alfredo le pagan 2% de lo raspado por cada persona que lleva: en este caso, al “maracucho” le quedan 50 dólares. Y para Wilfredo, todo recién comienza.

Los 1.875 dólares que raspó, más 200 que trajo en efectivo, es todo con lo que cuenta de ahora en adelante. Son más de 20 mil pesos. Si Wilfredo renta una habitación, gastará cerca de 3.000 pesos mensuales. Si paga la inscripción en la universidad, restará al menos 5 mil pesos. Y calculando el gasto en comida, Wilfredo tiene dinero para sobrevivir cinco meses, eso si no surge algún imprevisto. Así comienza su carrera contra reloj.

En busca de un trago, entro en uno de los tantos barcitos de San Telmo, el más bohemio de los barrios porteños. Un mesonero me atiende al instante. Me saluda con mucho cariño. Apenas digo “Hola”, lo descubre: “¡Venezolano!”, dice. Yo sonrío, orgulloso, porque el venezolano, a pesar de todo, se siente orgulloso. Le pido un clásico: un Cubalibre, por favor. Y ahí todo falla. “¡Ya te traigo un Venezuelalibre!”. Mi cara debe ser un poema, uno feo o triste, porque el mesonero toma el menú y se va como asustado. Quiero decirle algo, pero no sé qué. ¿Qué se puede decir en un momento así?

No creo que pueda tomarme otro Cubalibre sin culpa.

Venezuela se reúne en pleno corazón del Palermo de Buenos Aires

Y Caracas queda justo sobre la calle Borges. Se resume en dos pisos (uno para bailar, otro más relajado), una larga barra con luces de neón y un hermoso cuadro del Ávila al fondo. En Caracas -el bar-, Chino y Nacho suena al menos una vez todas las noches. Y estos días se roba el show la jarra de guarapita de parchita, que vale 200 pesos (unos 20 dólares).

Félix Ovalles (33 años, caraqueño) es uno de los fundadores del local, punto de encuentro de venezolanos exiliados en Argentina. Atiende la barra de vez en cuando, y desde allí lo puede escuchar todo: la tradicional pelea con Cadivi, el “esto es otro mundo” o la celebración por llegar tarde a casa sin miedo. Pero esto dicen los recién llegados. En los que emigraron hace años, hay menos fascinación. Es que ya les ha tocado familiarizarte con un polémico concepto: “Argenzuela”.

Félix se escapó de la Venezuela de Chávez en 2006 para refugiarse en la Argentina de los Kirchner. Se vino a estudiar producción musical. Las cosas eran muy distintas entonces. No tenía, por ejemplo, que emigrar de Venezuela solo con 3.000 dólares, y en Argentina no existía control cambiario. Esto hacía mucho más fácil la idea de invertir. En tres años cuajó su plan: se alió con su primo, también venezolano, y consiguió que Caracas-Bar abriera sus puertas en uno de los barrios más coquetos de Buenos Aires.

“Sí que las cosas eran distintas. Todavía son vainas diferentes, pero hace rato que lo parecido asusta”, dice Félix. Los Kirchner llegaron al poder en 2003: Néstor gobernó hasta 2007 y su esposa, Cristina, manda desde entonces. Han repetido la receta en varios niveles: polarización, guerra contra la prensa y destacados programas sociales. Pero hay dos puntos que llaman especial atención.

Uno es el “dólar blue”. El control de divisas apareció en 2011 en Argentina. Comenzó siendo casi tan restrictivo como el modelo venezolano, pero en 2014 fue flexibilizado un poco. Sin embargo, en estos cuatro años, el valor del peso argentino se ha devaluado en cerca de 100%. La distorsión entre el dólar oficial y el “blue” (el paralelo) es de más de 50%. El segundo punto tiene que ver con los “precios cuidados”, versión argentina de los “precios justos”. Nunca como en Venezuela, pero en 2014 hubo escándalo por la restricción en la venta de algunos productos en los supermercados. Apareció el letrerito con el “máximo dos por persona”. Aun así, la inflación en Argentina cerró el año pasado en cerca de 37% (según estimaciones privadas), la segunda más alta de la región, superada solo por Venezuela.

Pero este juego de semejanzas y diferencias no ha escarmentado al emigrante venezolano. Hasta diciembre de 2014, 15.125 venezolanos habían solicitado residencia en Argentina, de acuerdo con el informe anual de radicaciones de la Dirección Nacional de Migraciones de Argentina. Del total, 8.342 tienen residencia temporaria (de dos años) y 4.781 tienen ya residencia permanente. El resto todavía espera por la resolución de su caso.

De todo el grupo, 74% (11.159) migró justo entre 2010 y 2014. De hecho, los venezolanos fueron en 2014 el grupo de extranjeros que más creció porcentualmente. Entre enero y diciembre, 3.757 venezolanos se mudaron a Argentina. En promedio, 10 venezolanos por día se exiliaron en estas tierras.

Es que Argentina no es Venezuela. Acá, por ejemplo, es posible que la justicia acuse al vicepresidente, Amado Boudou, por supuesta corrupción. En 2013, cuando sonó con fuerza la propuesta de reformar la Constitución para permitir otra reelección de Cristina Fernández de Kirchner, el rechazo se impuso y por eso la Presidenta tiene que dejar el poder en diciembre próximo. Y está la cifra que más pesa: el índice de homicidios es de 7 por cada 100 mil habitantes. El de Venezuela supera los 53 por cada 100 mil.

Es imposible que Caracas-bar está vacío un viernes. Lo tiene todo: la arepa, el patacón, el Santa Teresa. El menú también ofrece “panqueques de choclo rellenos de queso blanco”. Así tradujo Félix la palabra “cachapa”. “Todos los días me preguntan sobre Venezuela y siempre aparece la comparación. Yo prefiero esto: prepararles guarapita y tequeños”. Su plan es que Argenzuela sepa más a “panqueques de choclo” que a Cristina y chavismo.

Me acerco a la caja para pagar lo que escogí. Doy los buenos días y el señor me responde con una pregunta:

-¿De dónde sos?

-De Venezuela -le digo.

-Ah, la tierra de…

Automáticamente, comienzo a armar mi sonrisa incómoda, esperando la misma respuesta que he recibido durante los últimos seis meses. ¡Seis meses y el mismo nombre! En la panadería, en el mercado, en el taxi… Pero no contaba con su astucia.

-¡La tierra del gran Oscar D’León! -remata magistralmente.

Semejante alegría. Mi sonrisa crece tanto que el señor empieza a sentirse un poco incómodo. Casi lo beso. Tomo mi pedido y me regreso a la casa cantando y bailando. “¡Llorarás y llorarás, sin nadie que te consuele!”. ¡Grande, Oscar!

Venezuela suena en la estación Constitución del Metro de Buenos Aires

Quienes pasen muy rápido, solo sabrán que hay una chica recostada de la pared tocando el violín. Quienes tengan un poco más de tiempo, y estén más atentos, reconocerán que la pieza que toca se llama “Moliendo Café”, una canción que llegó al número uno de las listas en Argentina en los sesenta y que hasta hoy es tarareada incluso en los partidos del fútbol local. Tan famosa es por estos lares que algunos creen que es argentina. Pocos recuerdan que el tema es venezolanísimo, del caraqueño Hugo Blanco (QEPD). Pero esta chica violinista por supuesto que lo sabe.

Cabello por los hombros, morena, lentes de pasta grandes. Una sonrisa tímida. Hace que sea muy tentador sumarse a cantar con ella “la triste canción de amor de la vieja molienda”. A sus pies, el estuche del violín abierto. Un chico pasa por delante, duda un poco, pero se regresa y suelta cinco pesos. ¡Genial! Ella no para de tocar, necesita un poco más.

Es muy buena, porque aunque se tope con una persona lo suficientemente observadora para reconocer que se trata de “Moliendo café”, lo suficientemente informada para saber que es una canción venezolana, jamás sabrá que Stephanie Zambrano, de 20 años, hace malabares para no romper en llanto.

Es junio de 2014. Hace solo dos semanas llegó a Buenos Aires, pero su viaje comenzó a salir mal incluso antes de empezar. En Venezuela, era profesora en uno de los núcleos del Sistema Nacional de Orquestas en Miranda. Tenía más de 10 años perteneciendo al Sistema. Pero también le pasó: un día no pudo más y decidió partir.

Se reacomoda un poco el instrumento entre su quijada y su hombro. Se prepara para lucirse. Ahora el arco roza con mucha más furia el violín y lo que suena es, por su puesto, “Pajarillo”. Muchas veces vio a salas enteras enloquecer con estas notas cuando tocaba con la Orquesta Gran Mariscal de Ayacucho. Hoy, su público es uno que otro apurado camino al trabajo.

No está sola en Argentina. Ella y su novio, Jonathan González (23 años), reunieron todo un año y compraron los pasajes apenas pudieron. Ninguno tenía tarjeta de crédito, así que solo pudieron comprar el cupo que el gobierno autoriza para divisas en efectivo. El día que fueron a retirar los dólares de Stephanie, apareció un tipo con una pistola y los robó. Así que pisaron Argentina solo con 500 dólares.

Como era de esperar, el dinero no duró mucho. Y hace unas horas ocurrió. Sucedió aquello que puede hacer completamente vulnerable a cualquier ser humano. Hace unas horas, a Stephanie le dio hambre. Dudó. No era fácil. No era tanto vergüenza como miedo. Pero se atrevió, tomó violín se vino al Metro. El venezolano siempre resuelve, se escucha decir mucho entre los emigrantes por acá.

Esta será la primera de muchas veces. Ella y su novio, que también es violinista, volverán al Metro cuantas veces sea necesario para buscar con qué comprar comida. Tocarán por separado porque así harán más dinero. Sucederán muchas cosas más: tendrán que mudarse varias veces porque no les alcanza la plata, adelgazarán, tardarán mucho rato antes de conseguir trabajo como mesoneros. Pero nunca, ni por un instante, considerarán la opción de regresar a Venezuela. Ni el hambre les hará pensar en el retorno. ¿Qué sucede que hasta la situación más desesperada en un país ajeno guarda más esperanzas que el volver?

Tres acordes frenéticos y el cierre perfecto para la pieza. No hay ovación esta vez, pero cuando Stephanie baja la mirada al estuche de su violín cuenta 40 pesos. Suficiente. Guarda su violín y se va al mercado a comprar un paquete de arroz y huevos. Consigue alivio.

Ella no lo sabe todavía, pero está condenada al éxito. Un día, la coordinadora de una orquesta local la escuchará en el Metro. Les presentará a otros músicos y comenzarán a tocar de nuevo en salas de conciertos. Para mayo de 2015, un año después de esta escena, Stephanie y su novio serán parte de la Orquesta José de San Martín, que se ha codeado con la mismísima Simón Bolívar. Tendrán un salario fijo, no faltará la comida, y ella volverá a tocar Chaikovski (porque ama la música de Chaikovski). Entonces todo habrá valido la pena.

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