MHO en el 72 aniversario de El Nacional: Los que hacen la democracia

MHO en el 72 aniversario de El Nacional: Los que hacen la democracia

Miguel-Henrique-Otero

 

A lo largo de los últimos meses de este 2015, mientras el equipo responsable se ocupaba de producir y organizar los contenidos de esta edición, me ha correspondido viajar por varios países para intercambiar sobre el estado de la democracia en Venezuela. Los resultados de esta gira han sido, cuando menos, sorprendentes. Otros venezolanos, también en tiempos recientes, han viajado para contestar a las preguntas que medios de comunicación, instituciones y autoridades de otros países formulan sobre Venezuela. Estoy persuadido de que estos colegas de la lucha democrática podrían aportar testimonios semejantes al que quiero consignar en el espacio de este editorial.





Lo primero que me propongo destacar es la diversidad humana que ahora mismo, en buena parte del planeta, sigue lo que ocurre en Venezuela. Contrario a lo que podría pensarse, no se limita a políticos, expertos y periodistas. No ocurre ningún encuentro sin que aparezcan personas que han vivido en nuestro país, que han sido meros visitantes o que tengan familiares o amigos en Venezuela. Los círculos de solidaridad con la causa democrática son más amplios de lo que suponemos. Durante estos meses me he encontrado con una extendida preocupación por Venezuela. En las interrogantes que me hacen, en las historias que me cuentan, en las proyecciones que algunos ensayan, se siente la presencia de una angustia real y documentada. Con peso propio. Esas expresiones, que me he encontrado en los más diversos foros, tienen para nosotros un valor, una secuela: me han dado constancia de que no estamos tan solos como a menudo creemos. Las redes de solidaridad con la resistencia democrática venezolana están vivas, dispuestas, vigilantes.

El segundo elemento que quiero compartir puede resultar paradójico en boca de un editor: impacta lo informados que están sobre la cotidianidad venezolana, aquellos que se mantienen atentos sobre lo que nos pasa. En todas partes me he encontrado con verdaderos expertos en el caso Venezuela. Gente informada al detal, día a día, que no solo hace diagnósticos de gran calado, que interrogan sobre la complejidad de nuestra situación, sino que ha desarrollado un pensamiento sobre cuáles deben ser las vías para seguir con la lucha democrática venezolana.

Pero hay un tercer factor que, en mi criterio, quizás sea el de mayor proyección, el de eco más largo. Me refiero a la sensación de incredulidad, a la frase esto-no-puede-estar-ocurriendo-en-Venezuela, que me ha tocado escuchar en innumerables ocasiones. Ningún adjetivo se repite más que el de “increíble”. Existe un sentimiento generalizado de que las cosas en nuestro país han cruzado la frontera de lo posible, de que vivimos en una realidad que está más allá de lo que es tolerable en el marco de la democracia.

Y es en este punto donde puedo conectar la experiencia de mi recorrido con esta edición dedicada a Constructores de la democracia. La inmensa mayoría de las personas, y en esto no hago distinción alguna entre si son gente corriente o personalidades de la vida pública, tienen recuerdos concretos de Venezuela. ¿Y qué narran, qué tienen en común esos recuerdos? Esto: un país de brazos abiertos, un país de oportunidades.

Están los relatos de quienes, nacidos en condiciones de pobreza, a fuerza de estudio y esfuerzo lograron progresar y formar familias productivas y solidarias. Hay casos, verdaderos prodigios, de quienes tomaron alguna iniciativa –algún riesgo- y, a partir de ello, alcanzaron a convertirse en profesionales de bien para la sociedad venezolana. Están las historias tan repetidas, pero no por ello menos conmovedoras, de los emigrantes que llegaron al país sin una moneda en los bolsillos y, tras incesantes jornadas de desvelo y trabajo sin límites, crearon empresas, empleo y un modo digno de vivir.

El lector puede preguntarse y, de seguro, encontrará su propia respuesta a la cuestión de qué tienen en común estos relatos de vida que tanto conocemos y que tanto hemos escuchado, con los contenidos de esta edición. Una respuesta, no la única, es esta: los constructores de la democracia tienen como patrimonio común un sentido de responsabilidad. Una relación que sobrepasa el interés particular y avanza hacia el bienestar de la sociedad.

La crisis de la democracia venezolana no solo nos estimula, edición a edición, a fijar una posición y a ser cada vez más conscientes de la tarea que nos corresponde: también nos obliga, cada vez que se nos presenta una oportunidad, a rendir homenaje a todos aquellos que, desde sus distintas actividades, desde sus respectivos sueños y capacidades, han emprendido, con constancia y recurrente disciplina, un proyecto que viene a sumarse a ese enorme cauce que es la construcción de un país productivo y donde todos puedan convivir.

Las páginas que siguen nos demuestran que el país de los demócratas vive, palpita y no se rinde. Las fuerzas que desechan lo productivo y rechazan la convivencia no lograron imponerse. Ahora mismo están en declive. La sociedad que quiere una vida mejor y más digna, que niega la exclusión y proclama la necesidad de un acuerdo que nos conduzca a una Venezuela digna y de nuevas oportunidades, insiste en su voluntad de convivencia. A todos ellos, a los que hacen la democracia cada día, está dedicada esta edición que nos recuerda que El Nacional ha cumplido 72 años de historia.