Norberto José Olivar: Teatro grottesco o El hombre que vendió su sombra

Norberto José Olivar: Teatro grottesco o El hombre que vendió su sombra

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«Nadie renuncia a algo hasta que esto se vuelve contra él, ya se trate de algo real o irreal», dice Thomas Ligotti, en Teatro grottesco. Leo esto y doy vueltas pensando cuáles han sido mis renuncias. Entonces caigo en la cuenta de que no son tantas porque, la verdad, no se me ocurre nada. Pero también hay renuncias por pereza, miedo o conveniencia. Y así de pronto, me detengo en una de tantas vueltas inútiles y me pregunto, haciendo de Santiago lacustre, ya no desde la puerta de La Crónica, sino a la mitad de mi cuarto de trabajo, mirando por la ventana un pedazo de mi calle, sin amor: muchachos tumbando magos para almorzar, perros flacos saltando, en rededor de ellos, esperando algún bocado, casas desiguales y descoloridas, esqueletos de cercas de ciclón, el mediodía amarillo incandescente: ¿en qué momento habíamos renunciado a la libertad?

 





II

Valéry creo que dijo que solo se piensa en la libertad cuando se está en ausencia de ella. Y que para algunos, la libertad es un estorbo, prefieren renunciar a ella, descargarse de la preocupación de pensar, de decidir. Seguramente este tipo de gente es la que prefiere cambiar libertad por algo más contante y sonante. También creo que son la mayoría. A la vacuidad de esas vidas se les revela, como diría Pitol hablando de Daniel Guarneros, un regusto inefable por la violencia y los extremos rencores. Es algo más que el brillo del oro, es un deseo implacable por destruir todo aquello, o aquel, que les recuerda lo que ellos han negociado. Bien decía Guy de Maupassant que es mejor vender el alma al diablo que entregar la libertad.

 

III

La libertad siempre aspira a más libertad. La libertad no puede ser sino simbólica y solo desde nuestra imaginación podemos darle un contenido real. Tangible, incluso. Ceder la libertad es como deshacerse de la sombra que en justicia nos corresponde. Es antinatural. Adalberto de Chamisso dice que la buena gente suele llevar consigo su sombra cuando pasa por el sol, como la libertad cuando pasa por la vida. Peter Schlemihl prefirió vender su sombra y aliviarse de su libertad. Luego tuvo que esconder el producto de aquella nefasta transacción y padecer el estigma de su desabrimiento: «Dentro de tres días vuelva usted con una sombra que le siente cómoda, como es natural, y será bienvenido…», le dijo el señor Conde al hombre que vendió su sombra, cuando este quiso ser uno más entre ellos.