William Anseume: (J)Oda a un pueblo alegre

William Anseume: (J)Oda a un pueblo alegre

 

thumbnailWilliamAnseumeÉrase una vez un pueblo alegre, podría empezar el cuento o poema, más bien, si es (j)oda, pero (j)oda no es.

Hasta la (j)oda nos han quitado. Todo. Ya decía un humorista, Claudio Nazoa,  con desdén, que “¡La caña es el límite!” y que: “Ningún gobierno puede sobrevivir con 20 millones de borrachos arrechos”.





La amargura, los resquemores “clasistas”, esa desazón vital que llaman resentimiento, instaurada en el poder con algunos militares odiosos e inescrupulosos, porque los otros están presos o por apresarlos, nos quieren inocular su cáncer imperialista, porque nuestro eso no es.

En nuestra idiosincrasia establecemos, vaya usted a saber porqué, por la manera gutural  como hablan, porque existió Hitler, por las distancias culturales, el frío, o lo que sea entremezclado, que, por ejemplo, los alemanes no son más alegres que nosotros. Pero usted canta aunque sea un pedacito, el comienzo, del himno a la alegría y desluce aquí, en este momento, hasta en el ritmo. Sobre todo aquello, nada más, de “Escucha hermano…”. Disuena. Viva el alemán Beethoven y cántese el himno, así sea entre alemanes, sin muro.

Y si de cantar se trata, cosa que cada vez menos podemos hacer, porque sin caña la gente se cohíbe más, como es lógico, uno ve como un pasado muy lejanito él, aquel canto de Billo Frómeta, el dominicano fabuloso que hizo bailar y cantar a todo el mundo a un tiempo en este país, cuando no era tan chovinista desde el poder y se aceptaba sobre todo a los hermanos latinoamericanos como propios, no digamos a los colombianos, cada vez más nuestros, en los tuétanos, pero botados como basura por los militarejos, encabezados por Diosdado y el cada vez más terriblemente poseso Vielma Mora; bueno… decía del canto de Billo, aquel que reza, pero no podemos cantar, así: “Hoy todo me parece más bonito, hoy canta más alegre el ruiseñor, hoy siento la canción del arroyito, y siento como vibra más el sol… Toy contento…” Carajo, que distancia entre ese estado anímico y lo que nos ocupa hoy.

Nos han querido trasplantar un modo de ser. O de no ser, como si nos intentaran injertar agentes sumamente extraños a nosotros. Se ve en las fuerzas represivas del estado y su accionar, mucho de ese algo ajeno, cuando ves como le dan cascazos a una mujer en el pavimento, ya dominada y le golpean con saña la cabeza al piso, cuando ves como matan estudiantes a mansalva y los apresan y los torturan y los dejan inconstitucionalmente medrar en procura de una atención judicial que no llega en los retardos procesales infinitos, para mantener la tortura psicológica. En ese aprisionamiento injusto y tortuoso de los adversarios, se ve. En no dejar participar electoralmente a quien no les dé la gana, se ve Se ve con claridad en ese echar a los colombianos en la frontera, toda esa inhumanidad calamitosa. Nada que ver con los militares que te caían a peinillazos risueños.

Ahora persiste en nuestro “ciudadano de a pie”, véalo usted en el metro, cuando no se inunda de alguna excrementicia sustancia mezclada con agua de lluvia, una inmensa cara de trasero ambulante que nos ha restado toda aquella amabilidad de la que éramos garantía mundial. Tropiece a alguien en algún lado, sólo por prueba y verá. No queremos ni tocarnos.

¿Cómo vamos a querer, algo? Busque preservativos, a ver. Invite a alguien a tomar unos tragos, a ver. Prepárese para un viaje, a ver. Acérquese, solo usted,  a una comidita sencilla, digamos una hamburguesita, en Plaza Venezuela, a ver. Váyase en grupo a pasar toda una noche en la disco moviendo el esqueleto, para gratificarse la vida en conjunto, a ver. Váyase con su pareja el sábado en la mañana a hacer mercado y escoger con delicadez la mercancía, a ver. Regale (se) un libro, a ver. Salga a caminar, a ver. Encienda la tele, a ver. Proteste, a ver. Busque información de lo que nos pasa, a ver.

Hasta los cavernícolas y las diversas sociedades de la Edad Media tenían un respirito y disfrutaban al menos una flatulencia. No conocieron este ahogo, esta olla de presión sin caraotas.

¿De dónde salieron estos militares? ¿De qué extraña sustancia están hechos los Cabellos, los Vielmas y los Moras y demás secuaces arrastrados a sus miserias? ¿Por qué nos impiden cantar con Beethoven o con Billo? ¿De cuál religión provienen, si coartan, como lo hacen, cualquier tipo de placer? ¿Maquiavélicos? ¿Sadistas? ¿Qué son? ¿La orden del otro militarejo que fue Chávez era ¡Jódase!?

La alegría está contenida. ¿Estallará?

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